Las canciones del verano
(...) vuelvo a escuchar las canciones de mi vida, esas viejas canciones que, como dice Serrat, nos toman, nos traen, nos llevan, nos hieren, nos matan…
Ponían la banda musical en nuestra vida; eran canciones sencillas con un estribillo pegadizo que sonaban en la radio y en los programas musicales de ... televisión. Las adolescentes de los años sesenta y setenta del siglo pasado las tarareábamos primero y después nos las aprendíamos, las cantábamos y con ellas movíamos el esqueleto en la feria del pueblo. Allí estaban los Brincos, Cristina y los Tops, los Mitos, Georgie Dann, los Diablos, Fórmula V, con canciones que siguen en la nostalgia de quienes éramos jóvenes entonces y en las versiones que se hacen varias décadas después.
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La canción del verano tenía, eso sí, una vida efímera. Llegaba septiembre, con nuevas obligaciones y la melancolía del otoño, y pasábamos del corazón a otros asuntos, porque soñábamos que hubiera más de tres cosas en la vida, porque Eva María no podía seguir siempre en la playa y porque las nubes, afortunadamente, amenazaban el rayo de sol; pero quedaban en la memoria los buenos ratos compartidos y sabíamos que, después de los meses correspondientes, llegaría de nuevo el verano con sus ritos y sus encuentros, también en la música, y seguramente con nuevas canciones que volveríamos a cantar y a bailar.
Y yo también me sigo encontrando con la música cada verano, teniendo en cuenta que mi gusto musical es una miscelánea de géneros y estilos, -algunos más queridos que otros, naturalmente- y alternando las cintas del antiguo radio cassette con algunos discos compactos de los últimos años. En los días de descanso, rodeada de montañas y árboles, vuelvo a escuchar las canciones de mi vida, esas viejas canciones que, como dice Serrat, nos toman, nos traen, nos llevan, nos hieren, nos matan… pero, por encima de todo, nos hacen recordar y, por lo tanto, revivir y a mí me gusta recordar que esa cinta fue un regalo que hice a mi hija o a mi hijo; que la otra nos acompañó en un viaje a la playa o que ésa nos la dedicó un amigo en la Fiesta del PCE.
Algunas me llevan a la infancia, como los boleros que tanto le gustaban a mi madre o las coplas de Angelillo y Concha Piquer, con las que mi padre nos despertaba los domingos. Hay canciones que acompañan en las tareas: Carlos Cano, Mocedades, Juan Luis Guerra y los cantautores a los que conocí hace décadas -Víctor Manuel, Serrat, Aute…- y que me gusta acompañar con mi voz; y también hay melodías de fondo para leer, conversar o contemplar el paisaje; escucho las canciones de lucha y resistencia de Víctor Jara, Mercedes Sosa y Silvio Rodríguez, los poemas de Neruda en la voz de Olga Manzano y Manuel Picón o de Agustín García Calvo en la voz de Amancio Prada; la música folk de Andaraje y los romances de Joaquín Díaz, las baladas de los años setenta y los Beatles, Cecilia y Mari Trini, Rosa León y Ana Belén, Iva Zanicchi y Edit Piaf… La música inunda el porche y no solo trae palabras y sonidos, sino emociones y sentimientos, porque esas canciones, que me llevan acompañando tantos años, me han ayudado a entender lo que siento y a decir lo que pienso; muchas formaban parte de las tertulias políticas y literarias en la Universidad y eran un manual de estrategia revolucionaria: 'Al vent', 'Gracias a la vida', 'A galopar' o 'Andaluces de Jaén'; algunas me han hecho reír y llorar muchas veces y hay otras que me entristecen, porque ya no puedo compartirlas con las personas que se fueron.
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Son mis canciones del verano, a las que vuelvo cada año… Pienso que es la música que duerme en un rincón del salón, como el arpa de Bécquer, esperando que mi mano le dé al viejo reproductor la ocasión de sonar de nuevo y extenderse por la casa y por el jardín, por el huerto y por la sierra. Y es siempre la misma, pero yo la escucho y la canto cada verano, pasándola de nuevo por el corazón. Cosas de la memoria, claro.
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