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América y sus vaqueros

Mi papelera ·

A ellos les tira más la lejana ley del oeste y la soga del ahorcado en la plaza que las constituciones

Adela Tarifa

Jueves, 4 de marzo 2021, 00:35

De vez en cuando veo una película del oeste americano. Allí mandan los vaqueros y el sheriff de turno que impone su particular ley, la ... de la fuerza. Así se gestó EE UU. Lo que pasa es que se nos olvida y pensamos que ese joven país ya nació acatando leyes y cumpliendo la constitución más antigua del mundo. O respetando derechos humanos. Porque para la inmensa mayoría la historia de USA es la que venden ciertas películas chauvinistas. Incluso ha llegado el viejo continente, el nuestro, a sentirse inferior a ellos, confundiendo el poder del dinero con la civilización y la cultura. Grave error. ¿Pero se nos ha olvidado que hasta hace cuatro siestas los negros no podían viajar en los mismos autobuses que los blancos?

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Dirán ustedes que eso también pasaba en Sudáfrica, reflejo del mundo anglosajón. Es cierto. Pero por muy mal que me caigan los ingleses, que tampoco pueden presumir hoy de líder político ejemplar, ni de cometer errores garrafales como volver a su famoso «espléndido aislamiento» de entreguerras, un abismo separa a unos y a otros. Al final la cabra tira al monte y a los yanquis les salen sus instintos primarios. A ellos les mola en Far West, donde cada uno hace de su capa un sayo, porque les incomoda bastante la sujeción a la ley. A ellos les tira más la lejana ley del oeste y la soga del ahorcado en la plaza que las constituciones. Y flipan si se presenta a las elecciones un multimillonario iluminado, hortera, machista y populista. Eso es el señor Trump, que ha tenido al mundo en vilo, porque cada vez se parecía más a su gran enemigo, el impresentable líder venezolano. Y si algún demócrata las gana y no tiene su pequeño ramalazo de republicano devoto, cosa rarísima, o se lo cargan, como hicieron con Kennedy, o le montan un escrache de los de Ada Colau y Pablo Iglesias II, pero a lo bestia.

Lo hemos visto por la tele hace nada. Algo alucinante que debería dejarnos helaos a todos, porque de algún modo nos tienen en sus manos. Pero, según he notado, tampoco pusimos el grito en el cielo viendo rodar por los suelos del respeto y la ejemplaridad a los que creíamos ídolos. Lo que pasa, creo, es que también en la vieja Europa andamos ultimarte algo torpones en ideales y bastante atontados a la hora de votar. Y que en algunos sitios como en España, sin ser tan brutos como los vaqueros americanos, ya hemos asomado la patita en lo de tratar de derribar gobiernos legítimos. Lo de Cataluña pasará a los anales de nuestras vergüenzas inconfesables, como nos sucede recordando el tejerazo de aquel nefasto 23 de febrero de cuyo año prefiero no acordarme pero jamás olvidare: fue 1981. Así que aquí mejor es no abrir mucho el pico para que desde fuera no nos saquen los colores. Motivos tienen.

Sí, amigo lector, el final del mandato de Trump se veía venir. Era un sembrador de vientos, un mercader de odios y mentiras, un sheriff experto en chulerías, un personaje que daba miedo porque sabía alimentar como nadie los bajos instintos del ser humano. Era un peligro mundial. Si se hubiera consolidado en el poder, al amparo de secuaces seguidores suyos como los que asaltaron el Capitolio, sería impredecible el futuro del mundo. Un mundo ya mutilado por la dictadura comunista del mayor capitalismo mundial, China, y amenazado por líderes tan poco trasparentes como el ruso, al que atribuyen ordenes para envenenar a sus enemigos.

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Por eso, con todos sus defectos y errores, solo la vieja y atormentada Europa ofrece luz en el fondo de cloacas muy turbias de esta época que nos toca sobrellevar. Por eso solo la cultura en todos sus variantes es la esperanza, por lo que tiene de efecto positivo para desanimalizar a los seres humanos y elevarlos de su condición original, descendientes de los simios. Por eso no puedo comprender que precisamente ahora los ingleses, llamados a tener un papel primordial en la regeneración de la humanidad, hayan decidido reforzar los muros de su viejo castillo medieval cortando puentes con sus hermanos de destino. Sí, en todas partes cuecen habas, y en todos sitios crecen oscuros políticos. Eso me parece ese líder inglés de pelo e ideas alborotadas; un profeta poseído que antes predicaba no tomar precauciones contra el virus chino hasta que lo padeció en su propia carne, y ahora, cuando ellos exporta al mundo su cepa más contagiosa, va a poner fronteras a otros intercambios saludables entre hermanos que a lo mejor nos salvarían si remáramos todos en la misma dirección. Ya lo he dicho antes: o es que los buenos ya no se dedican a la política, o es que somos masoquistas y elegimos a los peores. El tiempo dirá.

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