América, América

Armando Segura

Lunes, 11 de octubre 2021, 23:53

Es posible que los polinesios llegaran a la isla de Pascua y de ahí saltaran al continente. Cabe también que antes que los españoles llegaran ... algunos mongoles a Alaska o los mismos vikingos a Terranova, pero eso no es descubrir América. No son hechos memorables.

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Sí lo son que los navegantes españoles abrieran los ojos de América a la civilización europea y que ésta extendiera la modernidad a pueblos sin historia.

No era otra la cultura que se exportaba a América. Era un momento en que España estaba de moda, Cisneros hizo posible la Universidad de Alcalá en que no se explicaba la filosofía nominalista de Salamanca y en donde la Biblia Políglota se anticipaba a la gran empresa de imprimir la escritura en sus lenguas originales.

Aunque las cartas geográficas estaban relativamente claras, embarcarse por el mar tenebroso hacia lo absolutamente desconocido, representa una calidad humana más de descubridor que de conquistador.

Cuando algunos creían aún que la tierra era plana Cristóbal Colón e Isabel la Católica apostaron por llegar a las Indias orientales, no por la ruta portuguesa sino por la cara oculta de la tierra. Esto solo es pensable partiendo del supuesto de la redondez del planeta.

Nosotros entramos en América en nombre de Dios y de Castilla teniendo este título el significado de que los territorios conquistados no eran colonias en el sentido moderno del término, sino parte del territorio español a modo de comunidades autónomas que se denominaron virreinatos.

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Tanto era el sentido que los españoles tenían de la igualdad de los seres humanos que, desde el primer momento no cazaban indios sino que se casaban con sus hijas. De tal modo que hoy mismo hay indigenismo porque hay indígenas mientras que en el norte quedan pocos en reservas, a modo de museos a los que se puede entrar por un módico precio.

Nosotros creamos ciudades, universidades, bibliotecas y –como todos los que ponen el pie en lo ajeno– se llevaron el oro, la plata, los tomates y las patatas que salvarían a Europa de los períodos constantes de peste, secuela del hambre.

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Nos llevamos el oro pero dejamos el alma y cuando por nuestra mala cabeza fundimos el oro, no solo en disfrute sino en la defensa de valores universales en Europa, en América crecían y crecían hombres y mujeres de todas las razas que hablaban español. Y con el español, llevaron toda las obras del Siglo de Oro: Cervantes, Garcilaso, Vitoria y Suárez.

El Quijote, retrato profundo y descarnado del espíritu español que nos escanea hasta lo más recóndito y que testifica que luchamos no por el oro sino por un ideal tan alto que en su locura preparaba una larga decadencia.

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A mediados del siglo XVIII el conde de Aranda, capitán general de Valencia y luego de Madrid, el personaje clave del reinado de Carlos III, ya proyectó un plan para resolver el futuro de la América hispana, pues estaba convencido que no se podría sostener aquel imperio mucho tiempo.

América se gobernaba desde la península y la mayor parte de los que ostentaban autoridad, del virrey hasta cualquier corregidor, eran españoles nacidos en la península. Ese método buscaba conseguir una imparcialidad en aquellos lugares donde no cabía esperarla de los naturales.

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La rivalidad entre los criollos ricos y los funcionarios llegados de España que motejaban de 'zarrapastrosos' se prolongó siglos y derivó en la emancipación.

La España «donde no se ponía el sol» proyectaba muchas sombras como es propio de todo lo humano.

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