El alma existe

Puerta Purchena ·

Nos enamoramos de un alma a través de la mirada. Existen hasta ocho pruebas que nos hablan de su existencia

José Manuel Palma Segura

Lunes, 21 de noviembre 2022, 23:51

¿Tenemos pruebas de que Dios existe?, me suelen preguntar los alumnos. Y yo les respondo con otra pregunta: «¿Existe el alma?». Tal respuesta tiene ... su lógica: si demostramos la existencia de una realidad espiritual en nosotros, también existirá quien la creó. Por tanto, acerquémonos a ver qué nos dicen la ciencia y la filosofía al respecto, y descubriremos que contamos, a día de hoy, con hasta ocho pruebas de cómo en el ser humano existe una parte de él que transciende lo puramente material. Comentaré tres.

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La primera prueba sería la libertad. Y es que, a diferencia de los animales, nosotros no estamos determinados por la genética. Es cierto que cada uno posee 23 pares de cromosomas con unos 20.000 o 25.000 genes. Ahí se encuentra toda la información de lo que seremos: color de piel y ojos, estatura, características físicas similares a nuestros padres o familiares, personalidad… ¡Todo! Pero a pesar de dicha determinación, hombres y mujeres pueden decirle «no» a sus instintos, «no» a sus condicionamientos y, así, autodeterminarse (definición de libertad). Por ejemplo: los animales, si tienen hambre, luchan por la comida aunque sean de la misma familia, porque están determinados, programados para ello. En cambio, nosotros, aun teniendo la misma necesidad de comer, somos capaces de decirle «no» al instinto genético, compartiendo nuestro alimento con otro semejante que lo necesita. Se trata, en definitiva, de un acto espiritual, puesto que no responde a la lógica del determinismo genético. Y si es un acto espiritual es porque existe un alma espiritual.

Segunda prueba: la conciencia del yo. Esta prueba es la conciencia de que yo existo como alguien único e irrepetible. La descubrió el australiano John Eccles, premio Nobel en neurofisiología, estudiando el caso de los gemelos. Resulta que este neurofisiólogo se interrogaba cómo era posible que los gemelos, teniendo el mismísimo código genético (los mismos genes que los determinan), tuvieran la conciencia de ser diferentes; es decir, eran conscientes de que su «yo» era distinto al de su hermano. La respuesta de este genio de la fisiología del sistema nervioso fue que esto era posible gracias a que en el ser humano hay una parte espiritual que, aunque no la recojan los medios técnicos, existe: un alma única e irrepetible que te permite decir «yo». Dicha prueba le llevó, además, a su conversión personal al cristianismo.

Citaremos una más: la del amor. A diferencia de los animales, determinados por el instinto de conservación, los seres humanos no buscamos perpetuar la especie, favoreciendo a los fuertes y despreciando a los débiles. El amor humano va más allá de lo físico y lo biológico. Por eso no nos deshacemos de los hijos con defectos genéticos o, incluso, nos enamoramos de alguien que no sea perfecto físicamente. ¿De qué nos enamoramos entonces? De su alma a través de la mirada.

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Todo esto, por tanto, va más allá de la mera evolución, ya que esta última no es sinónimo de avance o perfección. Precisamente, lo que da belleza a la evolución y a la creación misma es el alma humana. Por eso, cuando actuamos como si no tuviéramos alma, la vida es un infierno creado por el mal uso de nuestra libertad.

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