Donde agitan las palabras

¿Y la voluntad?

La cultura actual de la inmediatez, de lo banal, actúa con un desdén extraordinario por la voluntad en general, lo que también se traduce en la educación.

Alfredo Ybarra

Martes, 13 de junio 2023, 22:13

Hay noches en que me siento aturdido y vacilante en una bruma donde me interrogo acerca de si he atendido mis grandes propósitos vitales con ... el suficiente ánimo y resolución. La vida a fin de cuentas es ese laberinto borgiano a través del cual transitamos como peregrinos en búsqueda de un centro que le dé sentido. Mientras lo recorremos, en cierta forma, estamos realizando un viaje heroico, a través del cual debemos pasar y sobrepasar pruebas, con el fin de llegar a la certidumbre. En la vigilia de esas noches de inquietud intento medir la necesaria síntesis que debemos ajustar en la vida entre el deseo y la voluntad. Desde tiempos pretéritos ha sido como una letanía lo de que se haga la voluntad de Dios, o que ante una circunstancia prevalezca la voluntad de Dios, ese concepto teológico que implica la atribución a Dios, en cuanto persona ontológica, de las tres cualidades de la personalidad en sentido trascendente: memoria, inteligencia y voluntad.

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Oímos mucho en estos tiempos aquello de que existe voluntad política de realizar tal o cual cosa. Desde pequeño me hablaban de que tenía que tener fuerza de voluntad para lograr algún objetivo, sobre todo lo que no me apetecía. Antes, cuando muchos trabajos y faenas no estaban tan regularizados como ahora aún se escuchaba, cuando se hacía alguna labor o mandado, ante la pregunta de qué se debía, la respuesta de «la voluntad». Expresiones como que hay buena voluntad para llegar a tal fin, se ha pedido el certificado de últimas voluntades, o que fulanito tiene una gran voluntad de servicio, muestran la ductilidad el término. Mi padre refería un viejo refrán que decía que con buena voluntad nunca falta facultad. También algún ilustrado (cada día más desdeñado en la esfera pública) nos podría hablar de Spinoza o Rousseau, que dilucidaron sobre la voluntad, o de Schopenhauer y su magna obra, El mundo como voluntad y representación, o de Kant y su voluntad como «razón práctica». La cultura actual de la inmediatez, de lo banal, actúa con un desdén extraordinario por la voluntad en general, lo que también se traduce en la educación. Necesitamos valores perdurables; necesitamos entrañar el concepto de libre determinación, el querer elegir algo sin preceptos o presiones externas, tener ánimo de elevadas miras, la potestad de decidir y ordenar la propia conducta.

Lo cierto es que por alguna extraña razón las personas olvidamos con alta frecuencia que tenemos en nuestras manos la fuerza más poderosa que nos puede llevar a conseguir lo que nos propongamos… la fuerza de voluntad. La voluntad socialmente está desprestigiada, seguramente por su relación con la coacción o la disciplina, que la oponen a los cánones dominantes hoy. La falta de voluntad da lugar a un ámbito generalizado de falta de responsabilidad, de incapacidad para alentar el esfuerzo; lleva a la indolencia, impulsividad, y a la desilusión… ¿Cómo recuperar el brío por la voluntad? Es complicado conforme tenemos montada la vida. La voluntad es la madre del pensamiento. Sin ella estamos abocados a la apatía y al desinterés, a una vida llevada por los impulsos y el azar. De ahí la importancia de educar la voluntad y de forjarla en el esfuerzo para conquistar la libertad creativa, orientándola hacia una aspiración noble, un ideal valioso. La voluntad, con su querer libre, revela el yo personal en su más sincera expresión, configurando su autonomía y la felicidad.

Así, mientras escribo esto, aferrado al hilo de Ariadna, en esta noche azorada sigo la estela cenital que alumbra el laberinto y mi voluntad.

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