El último de los conciertos del Séptimo ciclo de órgano en la Catedral Nueva de Salamanca, que ha estado a cargo de Pier Damiano Peretti, ... profesor de órgano en la Universidad de Música y Artes Interpretativas de Viena, al que conmovido asisto, me trae a la mente esa simbiosis que hay entre verano y música. Todos tenemos unas o varias bandas sonoras asociadas a nuestros veranos, incluidas o no las pegadizas 'canciones del verano'. El verano afina nuestros sentidos. Falla se iba a las playas gaditanas para oír el rumor de las olas, el lenguaje más expresivo del mar; así compuso su 'Atlántida'. La música es parte esencial de nuestra vida. Recuerdo aquellas canciones populares, que familiarmente escuchaba de niño, y las mágicas interpretaciones veraniegas de la banda municipal, dirigida por el maestro Amador, en el quiosco de la música de las Vistillas mientras subía una agradable brisa desde el río y las huertas aledañas. Recuerdo el pasacalles de la misma banda en la Feria. Y las radio fórmulas musicales, y el picú, y los primeros reproductores de cintas de casete, y la incipiente televisión, que nos a cercaron aquella música con tantas variantes que nos despertaron a un extraordinario firmamento emocional y sensorial. Y aquellas primeras orquestas de pop local tocando en el Camping, en Del Val y en la Feria, a la que también acudían a las diferentes 'casetas' grandes artistas en boga. Y los guateques, y las discotecas…Y así podríamos cruzar las estaciones de nuestra vida a través de muchas melodías. La música nos acompaña, nos inspira, nos consuela, nos desafía. La capacidad de entender y producir música es algo único de la humanidad y además nos define como especie. La música nos conecta con nuestro cuerpo, con nuestro oído, con nuestra voz, con nuestro espíritu. Nos invita a movernos, a armonizarnos con su ritmo. Y son muchas las cosas fundamentales que la música nos dice sin necesidad de utilizar palabras. Por eso la necesito, para percibir la vida y expresarme. Con ella el sonido pierde su función para ser una creación, lo que supone que se nos abra un universo de percepciones.
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El viento, los árboles, la lluvia, las olas, los animales, el rumor y el crepitar del mundo, componen la banda sonora atonal de nuestra existencia con la que nuestros sentires se identifican. Desde las culturas primitivas ha sido una forma de expresión y socialización. En una entrevista Antonio Muñoz Molina decía que la música es para él la experiencia artística que más se parece a la de la contemplación maravillada de la naturaleza, que mejor transmite la sensación de lo sagrado, en un sentido no necesariamente religioso de la palabra. Es como sumergirse allí donde palpitan todos los misterios, o dejarse envolver por una corriente que arrastra al borde del crepúsculo, donde resplandece el germen fulgurante de la eternidad. Apelo finalmente a la poesía, tan cercana a la música, y ese ejemplo áureo que es Antonio Carvajal que a lo largo de su extensa obra (donde no faltan composiciones musicales, y entre ellas varias óperas) nos descifra su escucha atenta en clave poética de Mozart, Beethoven, Isaac Albéniz y tantos otros grandes compositores, y cómo la poesía se vuelve música cabalgando excelsamente por el ritmo, la eufonía, la métrica y la extremada sensibilidad. El poeta evocando a San Juan de la Cruz convierte la música en silencio, ¿o es al revés?; algo fundamental, porque la poesía y la música sin la llama del silencio se quedan en un tembloroso celaje.
Ahora, con el eco del órgano, siento que la música me llena de plácido apasionamiento, que me arranca de mí mismidad.
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