Nada es sin sosiego
Veinticinco siglos después, la política en este país parece despreciar el consejo de Solón, y la bronca, la crispación y el griterío se han apoderado del discurso.
He sido muy proclive a la intranquilidad, con facilidad me abrumaba ante muchas cuestiones que no sabía filtrar. Luego, con los años, aunque uno no ... termina de aprender nunca, creo que voy camino de encontrarme en la prudencia pensativa. Solón, uno de los siete sabios de Grecia, invitado por los sacerdotes a escribir una máxima moral en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos, escribió: «Nada con exceso, todo con medida». Veinticinco siglos después, la política en este país parece despreciar el consejo de Solón, y la bronca, la crispación y el griterío se han apoderado del discurso, al igual que ocurre en tantos de los púlpitos (especialmente en las redes sociales) que nos hacen perder el oremus.
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Estamos en medio de un ventilador de turbulencias mientras el absurdo se extiende y cubre cada vez más esa razón que debiera encauzar nuestros criterios. Nos agobian las preocupaciones, siempre tan arbitrarias. Nos cuesta buscar el sosiego, y sin embargo, antes muertos que sosegados, es el lema que predomina.
Mientras escribo estas líneas me viene a la memoria una propuesta teatral. 'Alma y palabra', de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, dirigida por Lluís Homar e interpretada por Adriana Ozores, con la concepción escénica de José Carlos Plaza. Se trata de un viaje espiritual hacia la interiorización, hacia el encuentro de uno mismo y que se cimenta en la obra 'Música callada' de Mompou, en el cuadro del Cristo de Velázquez y en la poesía de San Juan de la Cruz. Mompou invita magistralmente a la quietud, el Cristo emana una calma sobrenatural, que es donde reside la trascendencia de la obra. Se sea o no creyente ese cristo nos abraza a todos. Y san Juan de la Cruz nos recuerda que hay un camino para alcanzar el sosiego en el que hay que sentir una experiencia purificadora, atravesar la noche oscura y entonces alcanzar a Dios o el Todo.
Cervantes, en la primera parte del Quijote, en el prólogo, nos dice: «El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento». El sosiego es el carácter, o el estado, de lo que está tranquilo, sereno, sin ansiedad, sin angustia, calmado, en paz. Sakina es un concepto islámico que significa «paz», «serenidad» o «presencia divina», Designa así un estado interno del ser caracterizado por una gran paz, una tranquilidad absoluta, una sensación de seguridad interior. Esa paz trascendente, esa Sakîna es un ideal universal. En la filosofía griega presocrática, sakina toma la forma de ataraxia, que es ausencia de desorden. La ataraxia originariamente define una quietud absoluta del alma, concebida en el epicureísmo y el estoicismo como el principio de la felicidad. La reivindicación y el lujo de lo sencillo, lo modesto, lo pausado, el silencio y las relaciones humanas, donde la ternura es lo más anhelado, tal vez sea algo esencial. Un punto de encuentro entre epicureísmo y estoicismo. Como un cuadro de Fernando Zóbel.
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Hoy en día, es difícil encontrar el silencio, el sosiego, y ello impide oír la palabra interior que calma y apacigua. La sociedad nos conmina a someternos a la barahúnda en lugar de invitarnos a escuchar nuestra mismidad. «La serenidad es la virtud por excelencia, la belleza suprema, la suprema expresión», lo dijo Amado Nervo. Y el mismo San Juan de la Cruz nos recuerda que no hay mayor bien que la paz y tranquilidad del alma.
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