Opinión

¿Qué realidad?

Cualquiera puede decir que es lo que se puede tocar, ver, sentir. Pero, ¿sentimos, vemos y tocamos todos lo mismo, al mismo tiempo, del mismo modo?

Alfredo Ybarra

Jaén

Martes, 11 de junio 2024, 23:14

Decía Carmen Martín Gaite que quien pretenda negar lo inexplicable poco podrá descubrir de la vida, que la realidad es un pozo de enigmas. Desde ... los griegos, la filosofía occidental ha intentado dar respuesta a los interrogantes que la realidad provoca en quienes procuran reflexionar. La historia del pensamiento no ha sido otra cosa que una larga búsqueda por dar respuestas a los enigmas en torno a la realidad y a la verdad. Los filósofos y los científicos a menudo debaten acerca de su verdadera naturaleza, y un pensamiento común es que la realidad es el conjunto de condiciones sociales y morales que afectan a un individuo.

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En distintos momentos nos preguntamos si la realidad que vivimos existe o estamos sumergidos en una representación de lo real en «aquello que parece ser». Incluso en los últimos años se ha puesto de relieve la realidad virtual, con la IA, que acentúan un universo donde conviven en una compleja relación lo real, lo aparente y la verdad. Me sumo a Nabokov cuando dice que la realidad está sobrevalorada. La existencia no se corresponde con lo real. Ante cualquier contexto no tiene sentido, por ejemplo, preguntarse si delante tenemos un bosque o si simplemente nos resulta conveniente hablar de un bosque que tenemos delante. Lo importante no es la verdad ni la realidad sino la capacidad persuasiva de lo que se cuenta; de hecho lo fundamental es la capacidad para imponer lo que se cuenta y lo que no. Además, igual que no hay dos cerebros iguales, ni dos biografías iguales, cada persona tiene una percepción distinta del mundo. Hay tantas realidades como puntos de vista.

No conocemos directamente la realidad, solo su proyección que hacemos desde nuestra experiencia y cultura, desde el conocimiento adquirido, desde nuestra conciencia. Para cada cual solo es real aquello en lo que uno cree. Y en todo esto el lenguaje no sólo describe la realidad, sino que además tiene el poder de crearla, de recrearla. La manera de hablarnos a nosotros mismos atañe enormemente a nuestra manera de relacionarnos con el mundo. Si hay historias, pensemos por ejemplo en Julio Verne, que nos sumergen en el mundo de los sueños, de las probabilidades, no dejan de ser historias basadas en ensoñaciones 'reales'.

Por el contrario, cuando se trata de recrear la historia, de contar lo que creemos que sucedió, estamos mostrando una sucinta cara de un poliedro inabarcable. Por lo general contamos la historia desde el ángulo narrativo. El pasado nos resulta inaccesible, es imposible relacionarnos con él si no es a través de nuestra mismidad, de nuestras percepciones, de nuestra consciencia, prejuicios y valores. Y con la realidad ocurre igual. ¿Qué es real? Cualquiera puede decir que es lo que se puede tocar, ver, sentir. Pero, ¿sentimos, vemos y tocamos todos lo mismo, al mismo tiempo, del mismo modo? ¿Comprendemos exactamente igual? Vivir es ponerse delante de los espejos del Callejón del Gato, donde la verdad no siempre es real y la realidad no siempre es verdadera.

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Y es que nuestra realidad es un concepto sutil que no podemos retener entre las manos. No es algo inamovible y absoluto. En definitiva es una hipótesis, más o menos bien formulada. Es una construcción de cada uno. Comprenderla es algo inasible y por eso necesitamos situarla en el plano de la ficción para vivir. Cervantes en el Quijote no quería plantear el problema de la realidad sino el problema del hombre frente a ella, del hombre tan propenso a ver la realidad en el espejo deformante de sus ilusiones.

Cervantes se preocupaba mucho más por el hombre y sus procesos vitales que por la realidad objetiva. La realidad no existe si no hay imaginación para razonarla.

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