Ese paso de renunciar
Es en el fondo dimitir de esos otros personajes que llevamos encima, para encontrarnos con uno mismo, para acercarnos a la calma.
Con los años he ido aprendiendo a prescindir de cosas, deseos y personas, sin tener una sensación pesarosa. Y es que llega un momento en ... la vida en que descubres que la felicidad está en la renuncia, en desprenderse de todo aquello que nos sobra. A lo largo del tiempo los sabios y todos los clásicos nos han enseñado a saber desistir, a soltar lastre, porque al final comprendes que lo fundamental es ese sutil sorbo de vida que funde tierra y agua, aire y brasa en las manos y los labios del alma.
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Uno es libre cuando tiene la capacidad de renunciar a todo lo que le domina. La libertad consiste, pues, no en hacer lo que uno quiere sino en poder renunciar a hacer lo que no debe o no quiere hacer. Es evidente que la libertad consiste en poder elegir; donde no hay elección no hay libertad. Pero la decisión de elegir comporta la necesidad de renunciar. Precisamente, en la capacidad de renunciar reside la fuerza de la libertad. Esa es la razón por la que se puede afirmar que tanto la libertad como la felicidad consisten, más que en poder o tener, en renunciar o no desear. Podemos comparar la renuncia con la poda de las ramas de un árbol, al principio puede parecer desangelado, pero las ramas que quedan van a crecer con más fuerza y mejores frutos.
Simone Weil contempla la figura de Santa Teresa, que nos enseña a renunciar a las rutilantes luces y a los bulliciosos ruidos con que el mundo nos seduce. La filósofa, activista política y mística francesa, incide en que hay que aprender a apartar lo que nos impide centrar la atención en nuestras tareas, en los valores, en las buenas lecturas y conversaciones, en el pensamiento sobre la humanidad… Vamos, así, excavando un pozo interior, sacando, con mucho esfuerzo, un caldero después de otro, como dice la santa. Weil llama a cumplir con nuestras obligaciones, a hacer aquello que nos sentimos llamados a hacer y que nadie más hará por nosotros y a dedicarnos a aquello que nos gusta y no daña a nadie. Un camino de desasimiento, en palabras de santa Teresa. Un llegar a ser lo que el alma humana «debe ser», con la inmejorable expresión de Edith Stein.
Jorge Guillén, que dedica varios poemas a la universal obra de Cervantes, en 'Dimisión de Sancho', de su libro Clamor, recrea el capítulo 53 de la Segunda Parte del Quijote. Guillén sitúa al protagonista de su poema justo en el momento en que el gobierno de Sancho en la ínsula culmina con su sabia dimisión. Guillén encontró en la figura de Sancho, convertido en gobernador y luego reencontrado con su ser original, a un héroe hecho a la medida de su anhelo, al hombre que en la aceptación de lo mínimo llega a lo máximo. Al ocupar el lugar, donde uno se aviene consigo mismo y se encuentra en equilibrio, aunque sea lejos de las altas ínfulas y pretensiones, se llega a desarrollar toda nuestra naturaleza.
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Sancho decide regresar a la realidad de su aurea mediocritas, a un estado ideal, alejado de cualquier exceso. Sancho dimite del mundo mal hecho porque toma conciencia, en medio de ese mundo, de que su perspectiva es irreal. Sancho renuncia a un universo adverso y engañoso, vuelve a poner los pies de esparto en el suelo. Como dice Guillén en la última parte de su poema: «Sancho ha tocado tierra, / Tan evidente y simple. Sancho es Sancho». Renuncia con su dimisión al confuso desconcierto de un mundo social vanidoso y reingresa en el armónico orden del mundo natural.
Renunciar es en el fondo dimitir de esos otros personajes que llevamos encima, para encontrarnos con uno mismo, para acercarnos a la calma, la armonía y al bienestar.
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