Tras el verano y su tiempo extendido, volvemos a la normalidad. ¿Pero qué es la normalidad? El diccionario de la RAE dice que la palabra ... normal se refiere a lo que se halla en su estado natural; a algo habitual u ordinario; a lo que sirve de norma o regla, a lo que se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. Desde siempre, la palabra «normal» preside nuestra vida como un horizonte modélico, canónico, aceptado por convencionalismo generalizado. Ser normal es una forma de sentirse un igual de la mayoría, de estar seguro bajo el paraguas del gregarismo.
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Cuando decimos que fulanito es una persona normal, que menganito lleva una vida normal, que tiene un trabajo normal, o que hemos tenido un día normal, queremos decir que nada extraordinario ocurre. Por el contrario decimos que una cosa o una persona no son normales cuando se apartan del estándar por el que la mayoría nos regimos. Pero en realidad no hay fronteras claras de la normalidad, que además es una palabra que distorsionamos. Decimos que la normalidad es sinónimo de lo habitual, pero en realidad no es más que un conjunto de normas, que además dependen de los hechos históricos y de las vicisitudes sociales.
Me acuerdo que hace unos meses leía a Albert Montagut, escritor y profesor universitario, que hablaba de cómo a mediados de los años noventa del siglo pasado, el diario Los Ángeles Times eliminó de su libro de estilo la palabra normal. Tras esta decisión, el término no podía utilizarse en ningún texto del diario. Los Ángeles Times abría así la puerta al debate sobre qué significa realmente lo que consideramos normal o quienes tienen la potestad de decidir lo que es normal o discrepante. Se polemizó al respecto y en definitiva se abrían las expectativas para abrazar la diversidad humana y de las cosas, en toda su magnitud y formas.
Lo que llamamos normal no existe (en todo caso es una estadística). Incluso más doctamente lo asegura un estudio de la Universidad de Yale de 2018: nadie es normal. Todos somos discordantes, distintos en algo, por lo que lo normal es ser atípico y único. En donde hay un ser humano, hay una originalidad distintiva, y por ende existe una divergencia con la regla. Entonces ser normal significa en primer lugar que todos los seres humanos mantenemos diferencias entre sí; luego ser normal es ser diferente y ser al mismo tiempo portador de diversas formas de diferenciación. Ya lo dijo Newton: «La unidad es la variedad y la variedad es la unidad. Es la ley suprema del universo.»
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La historia nos enseña que siempre han existido imperativos sociales y políticos de 'la normalidad'. Se ha buscado siempre desde los poderes públicos de todo tipo 'normalizar' nuestras vidas con reglas establecidas que contengan la libertad intelectual del individuo y su capacidad de pensar por él mismo.
Una de las tareas de la doctrina vigente consiste en ahormarnos para convencernos de la excelencia del redil. Lo que se pretende es que no seamos individuos, seres pensantes por nosotros mismos. Cada ser humano es único y al mismo tiempo irrepetible, pero curiosamente la inmensa mayoría se considera a sí mismo normal entre la grey. Las personas 'normales' son aquellas que consienten esa cosa extraña que algunos llaman destino, que se ven obligados a pasar por el aro y que son incapaces de mirar las cosas con asombro.
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Hay un romance del siglo XII que cuenta la historia de una lluvia que enloquecía a quien mojaba, y que había caído sobre un pueblo en su día de fiesta. Los vecinos estaban en la plaza, excepto una joven que se quedó en casa. Cuando salió a la calle se cuestionaba lo que pasaba. La gente le gritaba: «¡loca!».
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