Donde Agitan las Palabras

Libros tachados

Actualmente los inquisidores culturales siguen muy activos con sus mandobles, tratando de evitar que determinados mensajes se transmitan y cancelando a diferentes actores culturales y literarios.

Alfredo Ybarra

Martes, 30 de abril 2024, 22:09

Acaso deberíamos contemplar de un modo más profundo la importancia de leer, discernir la lectura como una clave del pensamiento crítico que nos ayuda a ... interrogarnos y a interrogar al mundo, que hace que generemos ideas, criterios propios; que nos convoca a una inagotable experiencia estética, imaginativa y creativa. Si la literatura no tuviera la capacidad transformadora de provocar emociones y pensamientos desinhibidos, los dictadores y los amigos de la intolerancia no la considerarían un peligro. Nuestra historia está salpicada de circunstancias en que libros, autores, lectores, editores e impresores han sido fustigados. La censura existe desde que el hombre aprendió a escribir. Sobre todo a partir del nacimiento de la imprenta en el siglo XV, los poderes se aplicaron en combatir cualquier forma de disidencia de sus dogmas. Actualmente los inquisidores culturales siguen muy activos con sus mandobles, tratando de evitar que determinados mensajes se transmitan y cancelando a diferentes actores culturales y literarios. Es una censura que sobre todo se ejerce subliminal y sutilmente.

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Una censura que con el tiempo ha cambiado de formas y que está muy especializada en intervenir en las conciencias, en ser un instrumento de control social y de creación de convicciones. La censura más poderosa es la que hemos interiorizado. Cuando hemos asimilado las normas impuestas por la censura, ésta no solo alcanza a modificar el pasado, sino que moldea el futuro, moldea nuestro pensamiento, nuestra voz, que creemos genuina, y nuestra escritura. La encontramos haciendo escrutinio de la literatura infantil y juvenil y en las revisiones de la literatura clásica, según los patrones de lo políticamente correcto, bien bajo el expurgo, eliminación o prohibición de obras en bibliotecas, respondiendo a las exigencias de grupos de presión de idearios ultramontanos. Censuras evidentes y, también encubiertas, con autocensuras provocadas.

Son muchos los ejemplos que podríamos citar. En 1937, los primeros gobiernos franquistas prohibieron obras de Goethe, Merimée, Thomas Mann o Rabelais, y de los españoles Quevedo, Pardo Bazán, Galdós, Baroja, Unamuno, Blasco Ibáñez…, donde es difícil encontrar motivos ideológicos que lo justificaran. Y si el sinsentido y la perversión han acompañado la reprobación de libros y autores continuamente ha sido por simple cretinismo. Contaba Pedro Cerrillo que en la dictadura argentina de Videla ciertos libros infantiles fueron prohibidos y sus autores perseguidos por «exceso de fantasía». Esta estupidez llevó a prohibir, a finales del siglo XX, una versión de la Caperucita en escuelas de California porque en la cesta que la niña llevaba a su abuela, además de tortas, había una botella de vino.

Calígula censuró La Odisea de Homero porque expresaba ideas de libertad. Por todas partes a lo largo de la historia infinidad de obras han ido a la pira. En España durante el largo franquismo la lista de libros perseguidos ha sido extensa: La regenta de 'Clarin' por su «lascivia sacrílega», novelas de Hemingway como Adiós a las armas por ser «una amenaza a la moral conservadora de España», y otras como el Lazarillo de Tormes, El extranjero de Albert Camus, Piel de Asno de Charles Perrault, La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, obras de Marx, de Antonio Machado, de George Orwell,... En la primera parte de El Quijote el cura y el barbero entran a la biblioteca de Alonso Quijano y expurgan libros para la hoguera. Cuando terminan sellan la habitación y dicen al protagonista que la biblioteca ha desaparecido.

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Hoy en esta ola de puritanismo, de moralinas, de lo políticamente correcto, de nuevos inquisidores (en las redes especialmente), de sectarismo, seguimos vetando de maneras muy diferentes la libertad de pensamiento. Eso supone un gran coste para nuestro destino común, para nuestra íntegra individualidad.

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