Es una figura retórica que en nuestra vida cotidiana usamos habitualmente para enfatizar, exagerando alguna circunstancia, relato o noticia: «¡Hace mil años que no te ... veo!», «me sentí la persona más miserable de la tierra», «estás que te subes por las paredes». La hipérbole es una herramienta poderosa en la escritura creativa, la poesía y el discurso persuasivo, dando vida al relato, añadiendo emoción y acentuando rasgos clave. Se utiliza para impresionar a quienes nos escuchan o nos leen, pero también puede ser una trampa cuando la exageración es desmesurada. La palabra proviene del griego, donde significaba «lanzar por encima» o «tirar más allá», de donde se crea el sentido de «exceder» o «exagerar» describiendo la sensación de sobrealcanzar o llegar más allá de lo que sea necesario para describir un sentimiento, una experiencia o una respuesta. Un ejemplo de hipérbole en nuestra literatura lo encontramos en la Elegía, de Miguel Hernández: «No hay extensión más grande que mi herida». Y otro lo vemos en los versos de la Égloga I de Garcilaso: «Con mi llorar las piedras enternecen/ su natural dureza y la quebrantan... »
Publicidad
Hemos llegado a un estado en que estamos demasiado acostumbrados a que la exageración, el exceso, la desmesura expresiva, sean la forma usual de nombrar la realidad, especialmente en sectores como el de nuestra política. La hipérbole sin el más mínimo rubor, se está convirtiendo en un lenguaje político normalizado, que convierte cada acto banal de los políticos en un momento histórico, que hace que cada frase definitoria sea un obús incendiario. Cuanto más distorsionamos la realidad a base de extremarla, tanto menor será también nuestra capacidad para reflejar algo con sentido. De tanto inflamar el debate, éste se desnaturaliza y se hace ímpetu de hondas. Y lo peor de todo es que estamos exagerando no sobre hechos ciertos, sino sobre mentiras.
Asistimos a un ambiente político viciado donde la exageración esconde la falta de argumentos y de sentido moral. Desorbitar lo que se expresa, enfangar lo razonable, puede tener efectos totalmente contrarios al objetivo deseado. Más allá de captar la atención inicial, de excitar las sensaciones de los ciudadanos, lo que acaba provocando la exageración es la indiferencia. Las hipérboles desmesuradas en política muestran la derrota del pensamiento. Estamos creando una brecha demasiado peligrosa entre el discurso y la realidad. En el contexto de desafección y desencanto generalizado que se ha creado, ejercer el pensamiento crítico, sobre la base de la certeza, y la ponderación, es algo cada día más difícil. El canto grandilocuente de las hipérboles en política, la exacerbación dogmatizada, es algo que atrae a una feligresía cada vez más vana culturalmente; alejada de la reflexión crítica y necesitada de un lenguaje emocional y trincherista. Hay un síndrome, el de Hybris, muy cercano a lo que hablamos. La palabra hybris, de origen griego, significa orgullo, presunción o arrogancia insolente hacia los dioses. Desde un punto de vista sociológico ha contagiado no sólo a políticos sino a infinidad de quienes ejercen cualquier clase de responsabilidad. Se caracteriza por generar un ego desmedido, un enfoque personal exagerado y deprecio hacia las opiniones de los demás. Y en esas estamos, en medio de una sociedad que es hipérbole de sus propias hipérboles.
No olvidemos que la hipérbole de siempre, la comedida, la literaria que ayuda a crear efectos magníficos; la retórica, el recurso estilístico, se construye sin ánimo de engaño, se erige en el juego maravilloso de la creación artística. Las hipérboles que ahora se utilizan en las tribunas públicas son directamente falacias, falacias exageradas. Por nuestros pagos en política, y en todo, deberíamos de poder expresarnos y debatir sobre cualquier asunto sin recurrir al relato falso y a la tragedia.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión