Desaprender, repensarse

Quien piensa que no tiene nada que aprender es que está muerto. Quien no aprende a desaprender se adocena, se enquista, se envilece.

Alfredo Ybarra

Jaén

Martes, 28 de octubre 2025, 22:08

Avanzar, renovarse, perfeccionar, desear, aspirar, soñar, apasionarse, en esencia conlleva un cambio. Un cambio que supone un proceso de aprendizajes y desaprendizajes. Si tenemos un ... terreno que queremos cultivar, antes de nada debemos desbrozarlo, orearlo y abonarlo. Decía Eduardo Punset que desaprender la mayor parte de las cosas que nos han enseñado es más importante que aprender. Seguramente el mayor límite en nuestro querer aprender no es lo que desconocemos, sino lo que creemos que sabemos, los prejuicios, el poso de cosas que acumulamos en nuestro interior, que consideramos como pilares de nuestra mismidad, como verdades incuestionables, sin serlo. Desaprender mucho de lo aprendido para huir de la arrogancia que nos ciega. «Qué palabra inhumana la palabra certeza», que decía Caballero Bonald en su poemario Desaprendizajes,

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Muchas de las cosas que creemos saber son porque nos las han inculcado y sin tamizarlas las consideramos certidumbres, aunque sean falsas o no sean del todo ciertas. Lo grave es que mucho de lo que se nos cuenta sobre nuestra vida, sobre el mundo termina formando parte de nuestro acervo vital si no ponemos el cortafuegos de la incertidumbre, del profundo deseo de comprender a cada paso de nuestra existencia.

La vida es cambio y el cambio es aprendizaje, luego la vida es aprendizaje. Cada tesitura a la que nos enfrentamos en nuestro día a día produce una ruptura, per se, con lo que hacíamos en el instante anterior y por lo tanto nos exige un nuevo aprendizaje, pero también, y fundamentalmente, un desaprendizaje. Hay una frase del sociólogo Alvin Toffler que dice que los analfabetos del siglo veintiuno serán aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender. Pero desaprender no es cuestión de borrar y olvidar lo que hemos aprendido, sino de no ser esclavos de ello. Se trata de cuestionarse uno mismo, de desaprender. Y para desaprender hace falta humildad, despreciar la vanidad. Desaprender necesita apertura de mente, tener abiertas todas las ventanas. En este sentido, el pensador alemán de origen surcoreano, Byung-Chul Han, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades de este año, dice que no tiene ego, que cuando piensa no es nadie, que cuando toca el piano no es nadie; «si soy nadie no puedo ser 'coqueto'», dice. Esa conciencia de desprenderse de toda convicción absoluta es precisamente lo contrario del rumbo de la vida actual, donde la mayoría de la gente se siente en posesión de la verdad más categórica. Todo lo contrario de lo que afirma el filósofo Descartes que dice que al pensamiento se llega con la duda metódica. Dudar equivale a pensar y pensar a verdaderamente existir. La duda como forma de encarar la vida y tratar de descifrar de otro modo la realidad y poder disentir de tantos cánones que parece que son inamovibles.

Decía Heráclito que hay que desaprender lo aprendido para saber que la armonía de lo invisible es mayor que la de lo visible. La vida es una permanente búsqueda, su verdadera meta es el camino, las ganas de descubrir a la vuelta de una esquina algo significativo. La vida es seguir asombrándose con los enigmas que la existencia nos pone delante. Vivimos porque siempre es posible descubrir algo, porque cada día es posible sorprenderse con un vilano o un guijarro que captura nuestra mirada. Quien piensa que no tiene nada que aprender es que está muerto. Quien no aprende a desaprender se adocena, se enquista, se envilece.

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Avanzar como personas es poner en duda nuestras creencias y conocimientos para poder comprender que por mucho que creamos saber no sabemos nada. Significa desechar aquello que nos impide valorar la realidad desde una mirada más abierta y crítica. No todo lo que vemos es la realidad, No todo lo que escuchamos es la verdad. Y como señala Beltran Russell: «que una opinión sea compartida por mucha gente no quiere decir que no sea errónea». Hoy no queremos dudar, no queremos sopesar el lastre que vamos acarreando, no queremos cuestionarnos. Así estamos haciendo una sociedad de gregarios y de dogmáticos, una sociedad cada vez más llena de vacío, más irracional y repleta de cretinos que van por la vida seguros de todo. Habría que pensar más en repensarse.

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