Crece por todas partes la gente arrogante, esa que va por la vida sabiéndolo todo, que dice que no tiene dudas, que no titubea, que ... no se encuentra con incertidumbres. Esa gente me da miedo. La certeza engreída y autosuficiente es hoy una actitud en apogeo. La duda es prudente, llama al diálogo, a la reflexión y al pensamiento crítico. Lo dogmático es jactancioso, gritón; por lo general nos lleva a la inconsciencia y al desconocimiento.
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En esta época sombría para el razonamiento, donde la sociedad tolera poco las medias tintas y nos empuja a tomar posición, no dar nada por sentado parece la única y difícil forma de avanzar. La contradicción no es necesariamente un error o una debilidad, sino un motor de la evolución y el desarrollo. Las contradicciones pueden revelar la complejidad de la realidad y llevar a la creación de nuevas ideas y soluciones. Pese a la reticencia natural de las personas a reconocer y rectificar errores, el cerebro humano puede y necesita cambiar de opinión para evolucionar.
Decía Borges que la duda es uno de los nombres de la inteligencia. Sin embargo sigue vigente y en alza esa carpetovetónica expresión de «sostenella y no enmendalla» de los viejos romances, que aparece en Las mocedades del Cid, de Guillén de Castro (siglo XVII) donde se cuenta la historia del conde Lozano, que prefirió batirse en duelo antes que reconocer un error. Luego esta expresión aparecerá en escritos de Ramiro de Maeztu, Unamuno o en 'La venganza de Don Mendo', de Muñoz Seca. Y tiene tres versiones en el principio del enunciado: sostenella, mantenella o defendella. Pero el significado es el mismo: La actitud de quien persiste, empecinadamente, en errores incluso a sabiendas; por miedo al entredicho.
Unamuno confesaba que siempre vivía en perpetuo antagonismo con los más profundo de su ser, alimentando una afirmación y la contraria en un ejercicio elevado de discernimiento. Pocas cosas irritaban tanto al escritor vasco, como el espectáculo de gente que defendía a tontas y a locas cualquier posición, ya fuera el marxismo–leninismo o la devoción a la Virgen María, sin saber casi nada de estos conceptos.
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La contradicción está muy presente en Santa Teresa de Jesús. Mujer que se rebeló contra las estructuras que la Iglesia católica había impuesto marginando a las mujeres de su necesaria acción misionera. Reflexiva y gran escritora, místicamente espiritual y a la vez decidida mujer de acción... «En la contradicción está la ganancia», decía. Sola y sociable, lectora formada en libros de caballerías, atenta siempre a una señal poética de la belleza de este mundo y al anhelando encuentro con el Amado.
El recientemente fallecido premio nobel Vargas Llosa es un gran repertorio de contradicciones: el niño que creció con rencor hacia su padre, convirtiéndolo en literatura; el marxista que abrazó el neoliberalismo; el escritor que denuncia dictaduras, pero coquetea con el poder. Su literatura en definitiva es fruto de esos fantasmas que lo persiguieron a lo largo de su vida y obra. Su posición política no desautoriza su literatura. Así, leer su obra es un desafío para ver —como señaló el filósofo alemán Adorno— que «el arte es verdadero cuando niega la ideología de su autor». Si amo la literatura es porque tiene una misión, que es alimentar la contradicción abrir interrogantes al lector, ponerlo al borde de la duda, de la incertidumbre.
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El oxímoron es una figura retórica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, que genera un tercer concepto; un ejemplo de contradicción constructiva. Con este recurso se fuerza al lector o al interlocutor a comprender el sentido metafórico, como ocurre con el refrán 'Vísteme despacio, que tengo prisa'. Así que sí, necesitamos la contradicción, el oxímoron, la duda; la incertidumbre, la perplejidad, la paradoja, para alcanzar los hondos veneros del aire.
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