Vivimos momentos asediados por la guerra y las amenazas de escenarios pavorosos. Tiempos marcados por diversas crisis, como las de unas democracias que pierden robustez ... en muchos aspectos (también la del calentamiento global y tantas otras). Pero ante todo, como dice el filósofo neerlandés Rob Riemen, la razón profunda de este desasosiego reside en una crisis cultural que ha puesto en duda valores esenciales de nuestra civilización. Hemos postergado el papel de las humanidades y las artes, y con ellas el conocimiento del alma humana que pueden ofrecer la literatura, la filosofía, la teología y la espiritualidad o la creación artística. Nos hemos perdido en una amnesia moral mientras que nos entregamos enfebrecidos a una dinámica de entretenimiento banal, a la ceguera histórica. Así, no reaccionamos ante los obtusos nacionalismos, la intolerancia y el maniqueísmo. Hemos creído vivir en Jauja, en un mundo Disney, cuando la raíz humana se compone de luces y sombras con las que tenemos que lidiar. Nos hemos vuelto extremadamente materialistas mientras nos olvidamos del humanismo y del espíritu, lo que hace que estemos abducidos por la estupidez y la mentira.
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Así, contemplo cómo estamos envueltos en una gran falacia argumental por parte de líderes políticos que juegan su privada partida de póker y falsean la verdad para justificar lo injustificable, unas guerras cruentas donde unos quieren mantener una preponderancia basada en quimeras anacrónicas, y, otros, espoleados por fundamentalismos religiosos, quieren poder, territorios, gas, petróleo, materias primas…, o simplemente salvar su sillón, o su culo. ¿A cambio de qué? De odios, horror y destrucción. ¿Dónde está el debate, el supremo ejercicio de la política, la conciencia colectiva, las ententes, la compasión?
No olvidemos la guerra propagandística que nos hace ver un espejo deformado de la realidad. Para espabilarnos, Amos Oz (Jerusalén, 1939 – Tel Aviv, 2018) escritor israelí considerado como uno de los más importantes escritores contemporáneos en hebreo, ganador del premio Príncipe de Asturias de las letras en 2007 y eterno candidato al Nobel de literatura, escribía en su última novela, Judas (2014): «Casi todas las personas andan por la vida, desde que nacen hasta que mueren, con los ojos cerrados. Si abriéramos los ojos, ni que fuera un instante, saldría de nosotros un grito aterrador».
La literatura de Amos Oz no se puede desvincular de su lucha pacifista. Fue uno de los primeros que defendió públicamente, después de la Guerra de los Seis Días, la creación de dos estados para resolver el conflicto entre Israel y Palestina. De esta reivindicación surgieron ensayos como Contra el fanatismo, donde analizaba las raíces del fenómeno y hacía un llamamiento a combatirlo. Oz se lamentó a lo largo de su obra de la maléfica «amnesia moral» que afecta a la inmensa mayoría de sus compatriotas, totalmente insensibles a la desdicha que llevan soportando durante décadas el pueblo palestino. Es algo incomprensible porque el pueblo de Israel, no hay más que repasar su historia, ha sido a lo largo de los siglos víctima inocente de ese odio tan rencoroso que produce el desconocimiento de lo ajeno, ignorar su alma.
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En la España de otros tiempos, los hebreos eran supuestos responsables de todas las calamidades del universo. Aversión que los jerarcas nazis llevaron al paroxismo, decididos a borrar de la faz de la tierra a los 'culpables' de la maldad absoluta. Oz, un hombre de paz, señaló que la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo. También escribió que la paz no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de contender con él de manera constructiva.
El pasado nos enseña de lo mejor y de lo peor, por eso la desmemoria y la amnesia, la amnesia moral, es lo peor que nos puede ocurrir.
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