Me crie en un mundo sin internet y sin redes sociales. Había, eso sí, personas que, debido a un don especial, a una singular proyección ... social o a una habilidad particular, ejercían una influencia en los demás miembros del grupo. Mi juventud se vio influida en la forma de ser joven por Elvis Presley, al que vanamente intentábamos imitar en la forma de caminar, vestir, fumar o mover las caderas en los guateques de entonces.
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Más adelante, influyeron en la creación de mi pensamiento y de mi estética determinados autores tales como Antonio Machado, Antonio Muñoz Molina, Valle-Inclán, Paul Auster y otros muchos a los que leía compulsivamente. A una escala más local, autores como Antonio Enrique, Francisco Gil Craviotto o Fernando de Villena también ejercieron su magisterio y traté, sin mucho éxito, de asumir sus capacidades de creación literaria, campo este en el que no he pasado de un discreto lugar apenas testimonial. En el campo de la música, fue mi hermano Enrique, un melómano impenitente, el que me acercó a la música clásica y a la ópera, favor que le deberé eternamente. Y sería prolijo seguir especificando quiénes han ido siendo mis mentores en otros campos, por lo que dejo aquí el tema mencionando la única circunstancia que me parece relevante: todas mis influencias han sido gente valiosa, preparada y creativa y han contribuido a acercarme a campos de indudable valor cultural. Yo les agradezco el influjo que han ejercido en mí.
Pero llegaron estos tiempos de cambios vertiginosos y de abaratar valores, y la influencia que algunas personas ejercen en otras suele ser, igualmente, una influencia rebajada a la ligereza, a lo frívolo, a lo inane. Ahora, estas personas no necesitan un carisma unánimemente reconocido, ni un campo de profundo estudio, ni una preparación brillante. Basta con cuatro conceptos entresacados de Google y ya tenemos un o una influencer, que hasta para designar a estos personajes ha habido que recurrir al anglicismo, tan carente de relevancia cuando se aplica a gente de tan escasa entidad.
No suelo visitar a esta tropa de vividores y vividoras, pero mis hijos me muestran a veces a algunos de estos sujetos que parecen alimentarse de likes y followers, en un equilibrio entre la estupidez, el vacío y el sentido práctico asociado a la publicidad que se asocia a sus vaciedades. He visto que algunos de estos nos enseñan mediante vídeos a deshacer los paquetes, habilidad esta que antes aprendíamos espontáneamente, pero que ahora necesitamos que alguien nos explique cómo hacer. Se llama algo así como unpacking, y estos individuos te hacen la publicidad para que compres el producto y te adornan el proceso de cortar cuerdas y cartones haciendo del hecho de desembalar toda una ciencia, al parecer llena de misterios que nadie sabría resolver por sí mismo.
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Me pregunto qué va a ser de la sociedad en que se van a desenvolver mis nietos si la corriente de trivialidad continúa, si se cambia el pensamiento bien asentado por la ligereza poco exigente de quienes viven del cuento de esa pretendida influencia. Leo, en esta línea, que una influencer, de la que no sé y espero no aprender nada, preconiza no leer libros, ya que la lectura no sirve para nada y está sobrevalorada. Que su valiosa doctrina llegue a tres millones y medio de seguidores, que publicite productos que sus borregos compran, que nadie le pare los pies a la estulticia me parece gravísimo y empiezo a comprender que con este nivel se abran camino los bulos, la xenofobia, el racismo y todo aquello que pudiera calificarse como una idea. Ya no me extraña que determinado partido que equivale a la negación de cualquier idea racional arrase en una sociedad cada vez más tonta.
Pero ya casi no estoy en este mundo, si acaso, solo como un elemento residual de un tiempo que valoraba los libros, la creación, el pensamiento y agradecía el predominio intelectual de esos faros humanos que alumbraban nuestro intelecto ejerciendo ese predominio moral que estos influencers no se han planteado porque no alcanzan a desear algo que ni vislumbran.
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Seguiré leyendo libros (¿cómo dejar de hacerlo?) e intentaré acumular una modesta sabiduría, una razonable sensibilidad y un discreto gusto por lo inteligente y, yo, que he dedicado cuarenta años a la enseñanza, dejaré de preocuparme por la estupidez que se avecina. Pero, sin duda, hay mucha gente joven que valora lo que yo celebro y queda indiferente a los cantos de sirena de estos elementos. Y también habrá algún influencer realmente preparado que ejerce un sabio magisterio en algún campo concreto del pensamiento. Son mi esperanza, que jamás debería malograrse.
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