El bisturí

Población, crisis y conflictos armados en tiempos inciertos

Alberto Bueno y Francisco Escribano

Domingo, 9 de noviembre 2025, 23:40

Ucrania, Gaza, Sudán o Mali son casos de guerras presentes en las que la población civil es crecientemente protagonista de la violencia bélica. Las infraestructuras – ... incluso las educativas y las sanitarias– son objetivo bélico prioritario, las ciudades son asediadas, se moviliza a decenas de miles de reclutas y millones de personas se ven desplazadas en busca de refugio. Esta realidad representa un desafío político y humanitario de primer orden, pues tensiona la estabilidad política de regiones enteras. Al terminar el primer cuarto del siglo XXI, la población es un factor esencial para comprender la policrisis que afrontamos, en un momento de incertidumbre acelerada. Por ello, debe ponerse en el centro de la reflexión política nacional y global.

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A lo largo de la historia, las transformaciones demográficas han modelado la configuración de las sociedades. Actualmente, el envejecimiento progresivo en Europa, el descenso sostenido de la natalidad o los flujos migratorios que conectan regiones con ritmos de crecimiento vegetativo opuestos generan tanto oportunidades como tensiones sobre el empleo, los sistemas de bienestar y la cohesión social. La población es, por supuesto, el principal recurso –y límite– de la acción política. Sin personas, no hay fuerzas armadas, ni economía productiva, ni ciudadanía activa capaz de sostener las instituciones. Entender esta dimensión humana de la seguridad es esencial para anticipar los escenarios que vienen.

Por otro lado, la relación entre población y conflicto es intrínseca: en situaciones de guerra u otras formas de violencia política, la población es víctima y victimario; la ciudadanía costea y nutre los ejércitos que garantizan la defensa de sus Estados, al tiempo que sufre las consecuencias, directas e indirectas, de las guerras; y, hoy en día, las personas migran en medio de una profunda transformación tecnológica y climática. Gestionar las muy diversas crisis a los que dan lugar estos fenómenos es uno de los grandes retos que afrontan las sociedades europeas, como la española. Baste recordar que más de 114 millones de personas se encontraban en 2024 en situación de desplazamiento forzoso, la cifra más alta registrada por ACNUR desde la Segunda Guerra Mundial. Además, se trata de personas muy vulnerables a otras amenazas: abusos de señores de la guerra, crimen organizado, tráficos ilícitos o economías de guerra. Asimismo, los conflictos prolongados crean generaciones enteras socializadas en la violencia, enquistando los problemas. Mientras tanto, el cambio climático actúa como catalizador de la competencia por recursos cada vez más escasos. Se trata, sin duda, de una «crisis de crisis».

A ello se suma la quiebra progresiva del derecho internacional humanitario, que parece incapaz de garantizar la protección efectiva de comunidades enteras, ya que es puesto en entredicho y hasta vulnerado por Estados que deberían ser sus principales garantes. También asistimos al resurgimiento de discursos identitarios que socavan los valores universales sobre los que se asienta la defensa de los derechos humanos. Así, el desvanecimiento de los límites de la guerra tiene consecuencias directas sobre la seguridad global; no es una realidad nueva, pero sí terriblemente agravada.

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En otro ámbito, la guerra en Ucrania ha revelado la importancia del factor humano desde un punto de vista cualitativo, en un entorno tecnológico acelerado: la inteligencia artificial, la automatización o la robotización están transformando la forma de combatir, pero siguen dependiendo de la preparación, la resiliencia y la voluntad de las personas. Ninguna revolución tecnológica puede sustituir la dimensión humana del conflicto. En paralelo, el dominio cognitivo y las estrategias en la llamada zona gris, que combinan propaganda, desinformación e influencia psicológica, sitúan a la población como un objetivo prioritario, convirtiéndola tanto en receptora de narrativas y percepciones estratégicas como en potencial actor de los nuevos escenarios de confrontación.

En este contexto, España afronta dilemas político-estratégicos de calado: en 2050, uno de cada tres ciudadanos superará los 65 años, planteando un reto de sostenibilidad sin precedentes para el Estado social, el mercado laboral y la base demográfica de las políticas públicas. Primero, las tendencias demográficas son consistentes, pero se discute el impacto social, cultural, económico y político de esa evolución. Segundo, no se consensuan las respuestas a esas fuentes de inestabilidad y riesgos globales a nuestra vida social, afectada de forma directa por conflictos en el vecindario más próximo. Tercero, también se discute sobre el gasto en defensa, el reclutamiento, el reservismo o el papel del servicio militar, en paralelo al esfuerzo de las Fuerzas Armadas por adaptar su tamaño y modelo de recursos humanos a los conflictos del futuro.

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Analizar, conocer y comprender estas dinámicas es el objetivo del Congreso de Pensamiento Estratégico y Seguridad Global 'Población, crisis y conflictos armados'. Organizado por el Centro Mixto Universidad de Granada–Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército de Tierra (MADOC), se celebrará los días 11 y 12 de noviembre en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Se trata de la tercera edición de este foro, cuya vocación es doble: contribuir al conocimiento académico y fomentar el diálogo entre el mundo universitario y el militar, entre la reflexión teórica y la experiencia práctica, entre la academia y la sociedad. Para ello se reunirán especialistas de universidades, centros de investigación y Fuerzas Armadas en debates sobre tendencias demográficas, protección de la población en las guerras actuales, así como reclutamiento y preparación militar. Esa cooperación –materializada en el CEMIX UGR-MADOC– convierte a Granada en un referente nacional en el estudio y la difusión del pensamiento estratégico, un punto de encuentro para debatir sobre los grandes retos de la seguridad contemporánea. En un siglo marcado por la incertidumbre y la complejidad, comprender el vínculo entre población, crisis y conflictos armados no es sólo un ejercicio intelectual, sino una necesidad para los decisores políticos y para la ciudadanía.

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