¿Vacaciones por dentro?

Agustín Moreno Fernández

Domingo, 4 de agosto 2024, 23:22

En un célebre texto Freud refiere el cansancio del yo, afanado siempre en cumplir los requerimientos de tres señores a la vez, tantas veces opuestos: ... las exigencias concretas del mundo exterior; las demandas pasionales y pulsionales del inconsciente; los mandatos morales, las normas y reglas sociales, en los que podríamos incluir nuestros ideales. A la fatiga de tratar de cumplir con tantos y diversos amos, habría que unir los diferentes tipos de angustia y malestar, resultado del agobio y los fallos del yo, que trata de armonizar las fuerzas actuantes en él. Si no es posible el reposo sosegado en este continuo, intenso y, no infrecuentemente, conflictivo dinamismo interno, ¿cabe algún respiro, alivio o consuelo? Puede que desde Mayo del 68 se priorizara tanto el principio de placer que se postergara el principio de realidad, incrementando la frustración de incumplir todo aquello que, bajo la bandera del primero, queda desacreditado por la tozuda realidad de los hechos. Muchos problemas y vanas luchas se derivarían de aquí. Del hecho de no poner por delante la aceptación y el reconocimiento de la realidad. El único modo de aspirar a interpretarla bien y, dado el caso, también de transformarla y mejorarla con más acierto.

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Descansos importantes podrían ser dejar de lamentarse huyendo al buen pasado que ya fue o al mal pasado que ya no podrá ser de otra manera; como desacelerar la anticipación ansiosa de promesas futuras, que pretendemos que nos rediman de acciones y omisiones que nos disgustan en el presente, pero cuyos cambios y alternativas postergamos indefinidamente. Vacar equivale a interrumpir por un tiempo nuestras habituales empresas, estudios y labores. ¿Y si entre esas pausas nos detenemos e identificamos y probamos a frenar y cambiar ciegas inercias, pensamientos y comportamientos reactivos, comunicaciones fallidas y malas ideas que ni siquiera son nuestras? Para Carl Rogers solo podemos cambiar a mejor si primero aceptamos lo que somos. Dejar de resisitirse a aceptar realidades y hechos y, en su lugar, contar con ellos, puede suponer un cierto reposo, preparatorio para una vida preferible, en la que según Edgar Morin lo esencial es desembarazarse de lo que no es esencial.

En sus vacaciones forzadas, Íñigo de Loyola, convaleciente por herida de guerra, alumbra un moderno examen de las emociones. Un método práctico de discernimiento que ayuda a tomar decisiones. El jesuita Juan Antonio Estrada considera a este personaje un maestro cristiano de la sospecha porque toma en cuenta las trampas y autoengaños en los que encallamos, interpretando lo que nos pasa, qué queremos y hacia dónde nos resultaría más provechoso que vayamos. No podemos manejar la realidad a nuestro antojo, ni disolver toda tensión o conflicto interno. Pero sí prepararnos y disponernos ante ellos para afrontarlos y, en medio de ellos, avanzar en nuestras misiones y proyectos de vida, clarificando qué son fines y qué son medios, qué merece la pena y qué nuestra indiferencia. Para reflexionar con frutos podría servirnos un tiempo de vacaciones por dentro.

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