El abrigo rojo

Siempre pensé que esa niña personificaba la esperanza, la mínima rendija por la que se cuela la luz en medio de la negrura más absoluta

Manuel Pedreira Romero

Sábado, 5 de marzo 2022, 00:08

Aparece apenas un par de minutos en la pantalla pero es uno de los emblemas de la película, de una película en la que durante ... más de tres horas se amontonan imágenes inolvidables y emocionantes, además de cadáveres de judíos. La niña del abrigo rojo es un icono de la cinta con la que Spielberg estremeció al mundo hace casi treinta años para perpetuar el recuerdo de la barbarie nazi. Pero, ¿qué significa esa niña?

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Acostumbro a consultar todo en Google. Por todo me refiero a todo. He llegado incluso a inquirirle por el nombre de la ciudad donde vivo, aun estando sobrio. Por eso le pedí al Mago de Oz que me aclarase lo que Spielberg quería decirnos con esa aparición breve, misteriosa y conmovedora, la única nota de color en medio del tenebrismo nazi. Pues di con mi gozo en un pozo. Que si representa a toda la comunidad judía, que si simboliza la inacción del mundo ante el genocidio, que si el color rojo figura la sangre de las víctimas... Nada. Ninguna explicación me convence.

Siempre pensé que esa niña personificaba la esperanza, la mínima rendija por la que se cuela la luz en medio de la negrura más absoluta, la fe que nunca debe perderse en que las cosas pueden cambiar por imposible que parezca. Si todavía queda una brizna de color en la tiniebla, no está todo perdido. Hay que aferrarse a ella como a un clavo ardiendo. Por eso resulta devastador cuando, una hora de película después, Oskar Schindler contempla aterrorizado el cadáver de la niña cubierto de barro mientras lo trasladan sobre una carretilla. Hasta la esperanza ha sido destruida por el horror. Pero algo debe hacerse. Hay que rebelarse. Y es entonces cuando cuaja definitivamente en el ánimo del empresario alemán la decisión de salvar a cuantos inocentes pueda aunque eso signifique poner su vida en juego.

Pienso mucho en esa película desde hace una semana. Miro las fotos de los periódicos, las imágenes de la televisión, los bombardeos, la desolación de un país que tiembla y se defiende. Y me fijo especialmente en el éxodo desesperado de las mujeres y los niños, que huyen despavoridos sin saber si podrán regresar a sus casas, si podrán volver a abrazarse con quienes se quedan atrás con cara de esquela. Y busco a esa niña del abrigo rojo, y le suplico que se esconda bien debajo de la cama, que no salga de ahí por nada del mundo, que no haga ruido. Y le prometo que iré a buscarla. Y le pido perdón en silencio porque no sé si podré cumplir mi promesa.

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