Las vidas silenciadas de Jaén por la barbarie nazi alzan la voz
El BOE publica la lista de los españoles que perdieron la vida en los campos de concentración austriacos, de los cuales 132 eran jienenses
Francisco, de Noalejo, murió congelado en el campo de concentración nazi de Gusen. Vicente, del mismo pueblo, fue liberado tras pasar tres infernales años en ... aquel lugar. Este, para olvidar los golpes que cada día recibía de la vida, cantaba. Y eso hizo que le cayera en gracia a uno de los jefes, que acabó trasladándole a otro campo «más humanitario». Francisco y Vicente no son nombres ficticios, ni son historias de alguna película más o menos oscarizada. Son tan reales como los otros 4.425 españoles que murieron en los campos de concentración nazis de Mauthausen y Gusen. Un listado al que pertenecen 132 jienenses, y que fue publicado ayer por el Boletín Oficial del Estado (BOE) con el objetivo de facilitar a los familiares su registro como fallecidos.
Se trata, como recoge el BOE, de un edicto que recoge el hasta ahora listado más completo de los españoles fallecidos en los dos campos de concentración austriacos, lo que permite a los familiares que puedan presentar alegaciones y correcciones en el plazo de un mes. Una vez que pase este periodo de alegaciones, ya podrán ser inscritos como fallecidos en el Registro Civil Central, condición que desde hoy tienen provisionalmente.
El presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Jaén, Miguel Ángel Valdivia, aseguró ayer que «era de justicia» esta confirmación oficial, teniendo en cuenta que han pasado más de 70 años. «Es necesario ponerles nombre y apellidos para que no los borren de la historia. Fueron eliminados físicamente, pero hemos de recordarlos para no olvidar lo mal que se pasa en una dictadura, en este caso, el nazismo», apuntó.
¿Está la herida cerrada? «Después de esto se cierra más», responde. Según Valdivia, hay «muchos más» que murieron como guerrilleros «y que no se sabe donde están, quizás en fosas sin nombre». «Otros pudieron llegar a París, de hecho los primeros en entrar fueron los soldados republicanos españoles, que fueron muy valientes y queridos por la población antinazi en Francia. En uno de los cementerios parisinos hay un monolito en homenaje a los españoles que dieron su vida por la libertad», explicó.
Entierros dignos
Trasladándose a los represaliados por el franquismo, el presidente de la asociación considera que «un Gobierno que se dice demócrata y español» debe sacar de las fosas a los que aún permanecen en ellas. «El Gobierno debería hacer ya las exhumaciones y entregarles los restos mortales a sus familiares para que los entierren dignamente. El Estado debe afrontarlo para que de una vez se cierre el duelo iniciado el 18 de julio de 1936», apuntó.
Una historia real
Francisco y Vicente, los protagonistas de la introducción de esta noticia, son los tíos de Antonio Morales, actual alcalde de la Noalejo. Entre ellos no tenían parentesco. «Uno era hermano de mi abuela y otro hermano de mi abuelo. Eran conocidos del pueblo, pero acabaron convirtiéndose en familia», explica Antonio Morales. Tras el golpe de Estado de Franco, Vicente, junto a sus dos hermanos, se alistó en el bando republicano. Mientras los otros fueron enviados a un pueblo cordobés, él, que por aquel entonces tenía 19 años, fue destinado a la defensa de Madrid. Por su parte, Francisco también fue enviado a Madrid. Así, acabaron luchando en la Batalla del Ebro, donde vivieron episodios realmente extremos. «Estuvieron cinco días mordiendo un palo para que no les reventaran los tímpanos, por la gran cantidad de bombas que caían. Si tenían la boca cerraba, lo evitaban», narra el alcalde de Noalejo.
El siguiente destino para ellos fue Francia. Esperaban un recibimiento que, por desgracia, no tuvieron. Fueron enviados a una especie de campos de concentración, de los que salían batallones de voluntarios para construir la línea de defensa que Francia montó para la Segunda Guerra Mundial. Para el presidente francés, según relató Antonio Morales, los españoles no eran considerados soldados, por lo que en lugar de proporcionarles un alojamiento decente fueron introducidos en cárceles que acogían a los prisioneros de guerra. Les declararon apátrida, y finalmente les enviaron a los campos de refugiados de Austria.
Allí se encontraron el horror en todo su esplendor. Los alemanes, a su llegada, les señalaban la entrada y después les relataban por donde saldrían: las chimeneas. La situación era «penosa»: días sin comer, sin ropa, instalaciones en condiciones infrahumanas y duras jornadas de trabajo. «Los trataban peor que a los propios judíos», relata Morales. Una mañana, según cuenta, Francisco no podía ni levantarse. Llevaba unos dos años y medio en aquel infierno cuando murió congelado, según contaría posteriormente Vicente, el superviviente. «Falleció en condiciones paupérrimas, sin comida, comiendo cáscaras de cebolla y patatas. Mi tío contaba que había una famosa escalera a la que los que estaban en el campo tenían que subir a picar roca. Los alemanes hacían apuestas de quién no llegaría a lo alto. Si perdían la apuesta por alguno de ellos, allí mismo lo mataban», relata con dureza el alcalde de Noalejo.
Vicente corrió una suerte distinta. Tras tres años en Gusen, fue trasladado a Dachau, un campo «más humanitario» del que un tiempo después sería liberado por los americanos. Según explica Antonio Morales, Vicente cantaba dentro de las instalaciones, y terminó por caerle bien a uno de los jefes, que fue el que decidió su traslado.
Tras la liberación de Vicente, comenzó «otro calvario». Su madre, la bisabuela de Antonio Morales, pensó durante más de 20 años que su hijo estaba muerto: no sabía nada de él. Cuando Vicente comenzó a mandar cartas, estas eran interceptadas, hasta que allá por 1967 se empezó a levantar la mano y le llegó una misiva que cambiaría la vida de la familia: en ella Vicente contaba que le habían concedido un permiso para ir a España durante un mes.
Un mes festejando
No hay palabras para describir la emoción de una madre, un hermano, un tío o un primo al volver a abrazar a ese familiar al que daban por fallecido. Durante aquel mes, la familia festejó y festejó la mejor noticia que podían haber recibido: Vicente había vuelto a la vida, aunque en realidad nunca se había ido de ella. «Se comieron todo lo que había en ese mes», relata con gracia el regidor de Noalejo. Al llegar, Vicente pudo contarle a la familia todo lo vivido en aquellos años, incluida la muerte de Francisco. Pudo darle voz a una historia que estaba destinada a quedar silenciada.
A lo largo de su vida Vicente recibió varios permisos para visitar España, pero nunca pudo volver a vivir aquí: al haberle retirado el pasaporte fue considerado apátrida y termino adquiriendo la nacionalidad francesa. De hecho, se casó un una francesa. «No pudo visitar España en democracia», lamenta Antonio Morales. Allá por el 73 Vicente falleció. Fue un funeral con honores, al que asistieron mandos exiliados del bando republicano. Y mientras que allí fueron reconocidos como 'héroes de guerra' los que lucharon contra Hitler, en España nunca fue así. Pero para Antonio Morales y su familia, ellos siempre serán eso, héroes en mayúsculas. «Nunca es tarde que se les reconozca, aunque sea en 2019, para que se restituya su memoria y se sepa que lucharon por la libertad y la democracia», insiste. Estas son sus historias. Porque a los héroes, pase lo que pase, nunca hay que olvidarlos.
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