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El 'Chava' Jiménez, en el Giro de Italia.
El miedo al olvido
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El miedo al olvido

Yago Lamela se suma a la infausta lista de deportistas españoles que no supieron asimilar el vacío que les supuso abandonar unas carreras de éxito y gloria

Luismi Cámara

Viernes, 9 de mayo 2014, 00:37

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Pedro García López reconoce que «el éxito coloca». El exjugador de la selección española de waterpolo campeona olímpica y del mundo en los 90 se convirtió junto a algunos de sus compañeros en una de las estrellas de un deporte español carente de ídolos de larga duración. Manel Estiarte, Jesús Rollán o Jordi Sans representaban la gloria, y eran ejemplos para la sociedad, con sus cuerpos atléticos y sus vidas de cuento de hadas. Siempre felices, siempre simpáticos. Aparecían en la televisión, se los rifaban como modelos ocasionales y en grandes fiestas.

Pero, cuando las luces se apagan, la oscuridad del olvido aterra a muchos de aquellos que pensaban que la fama era eterna. La dicha perenne se transforma en el miedo al fracaso, en el vacío bajo los pies que deja un futuro incierto.

Totó ahora es un reconocido terapeuta, un coach y un adicto al alcohol y la cocaína rehabilitado que aprovecha su experiencia personal para evitar que otros caigan en los mismos errores que él cometió y que le arrastraron a cerrar su brillante carrera para ingresar en una clínica de desintoxicación que acabó salvando su vida.

Porque la espiral en la que se había sumido no llevaba a otro camino que a la autodestrucción. Se sentía gigante, invencible, elevado a los altares y adorado por aquellos que, cuando los focos dejaron de apuntarle, le dejaron caer. Fiel compañero de correrías de Rollán, sacó la cabeza mientras que el portero de la sonrisa desbordante se hundía en las arenas movedizas de la indiferencia y la depresión.

El chico grande cayó desde la azotea del balneario La Garriga, donde llevaba varios meses en tratamiento médico, en marzo de 2006.

El que fue considerado como el mejor guardameta del mundo se unía a la ilustre lista de juguetes rotos que el deporte deja cuando sólo queda el hombre y desnudo de éxito se choca de bruces contra el aparentemente insuperable mundo de la realidad.

José María Jiménez también figura en ella. Para El Chava no existían los extremos. Él era extremo, sin principio ni final. El Curro Romero de la carretera no sabía vivir sin emociones fuertes, sin exhibirse saltando de un pelotón que le oprimía. Nunca atendió a órdenes de equipo. Espíritu libre y alma de torero, la adrenalina era su motor sobre la bicicleta y fuera de ella. Por eso, cuando colgó la bicicleta, la ausencia de esa constante excitación fue más cruel que la peor de sus pájaras. Falleció a los 32 años.

Yago Lamela ha sido el último deportista en sumarse a tan infausto inventario de insignes triunfadores que se anclaron en el pasado y sólo fueron capaces de ver problemas y obstáculos en cada mañana.

Dicen los médicos que no hay nada más insano para un cuerpo que la alta competición. Cuando se le lleva a superar los límites físicos y a una presión mental inaguantable, se roza un punto de no retorno del que muchos no saben salir. El saltador avilesino era capaz de llegar muy lejos. Demasiado. Las lesiones y las desbordadas expectativas de sus fieles le llevaron a un abandono prematuro y a caer en un estado de abatimiento por el que tuvo que ser ingresado en el hospital San Agustín de Avilés.

La incomprensión de una sociedad que idolatra a sus héroes pero que convierte el amor en indiferencia genera un desapego que empuja al deportista de élite a un punto de inestabilidad emocional y a la sensación irreal de injusticia.

Así, el ciclista Luis Ocaña siempre se consideró maltratado por un mundo en el que los franceses le llamaban despectivamente lespagnol y los aficionados españoles le consideraban vendido al vecino galo. Feroz en sus ataques y en su enfrentamiento deportivo con Eddie Merckx, llevó su rebeldía ante lo que consideraba un agravio insostenible que se convirtió en un desaliento vital que, alentado por una cirrosis hepática, le llevó a descerrajarse un tiro en la cabeza en el cobertizo de su finca de Caupenne de Armagnac, a los 48 años.

Dos años antes, otro ídolo de los 70, José Manuel Ibar Azpiazu Urtain, se arrojaba desde un décimo piso, ahogado por las deudas acumuladas por los ruinosos negocios que montó tras una triunfal carrera como boxeador que convirtió al Morrosko de Cestona en Campeón de Europa de los pesos pesados, pero que acabó de forma dramática cuando se alejó de las doce cuerdas.

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