El Apagón. Segunda parte

El Presidente Trump es el típico arribista que cree que las cosas se solucionan “porque lo digo yo”.

Gonzalo Jiménez-Blanco

Martes, 28 de febrero 2017, 14:44

A los pocos días de la elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos publiqué, en estas mismas páginas, un artículo titulado El ... Apagón, rememorando aquél otro publicado con ocasión del nombramiento de Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno, con la secreta ilusión de correr la misma suerte: la de equivocarme radicalmente en el diagnóstico, como ocurrió en 1976.

Publicidad

No ha habido que esperar los consabidos 100 días para darse cuenta de que, muy a mi pesar, los peores augurios se han materializado: toda la demagogia, la xenofobia, la soberbia, la incompetencia y la ignorancia que asomaban en la persona del candidato Trump se han visto confirmadas, con creces, en cuanto puso sus reales en el sillón del Despacho Oval.

El Presidente Trump es el típico arribista que cree que las cosas se solucionan porque lo digo yo. Se ha escrito mucho ya acerca de las similitudes de Trump con otros personajes, desde Berlusconi a Mourinho o Chávez.

A mi juicio, sin embargo, el mejor trasunto que podemos encontrar salvando algunas distancias- es el de Jesús Gil. Un empresario desordenado, vozarrón y maleducado, que quiso hacer virtud de la ejecutividad, a costa de las formas, y, consiguientemente, a costa de la ley. Todos sabemos cómo acabó.

Es evidente que la clase política mundial no pasa por su mejor momento. El prestigio de los políticos y gobernantes profesionales está por los suelos, fruto de una serie de factores, pero sobre todo y principalmente, como consecuencia de su propia avaricia y de su distanciamiento de los problemas reales de la gente. Pero la solución no puede venir de quienes en su vida privada no han sido precisamente ejemplares, sino todo lo contrario. El éxito económico privado no es garantía de buen gobernante, y si ese éxito ha sido logrado con actuaciones fraudulentas o al borde de la ley, debe descalificar inmediatamente al personaje.

Publicidad

El quid de la cuestión es el de la democracia misma. En democracia, la forma es tan importante como el fondo. Es más, en democracia la forma es el fondo. No existe democracia sin imperio de la ley, sin división de poderes, sin libertad de opinión.

El Sr. Trump pretende imponer sus iniciativas sin controles judiciales, sin aprobación parlamentaria y sin contestación en los medios. Su actuación se parece cada día más a la de un caudillo redentor (Enrique Krauze lo calificó de fascista recientemente), que se cree llamado a regenerar su país y con él, al resto del mundo- sin importarle nada más. No se diga que le avala el resultado electoral: sin irnos a otros ejemplos más dramáticos de la historia que tanto asusta recordar-, lo mismo podría decirse de, por ejemplo, Hugo Chávez. El comandante siempre tuvo el respaldo mayoritario y eso no le convertía en demócrata.

Publicidad

Algo positivo, sin embargo, debemos atribuir al presidente norteamericano: ha conseguido despertar las conciencias de todos aquéllos que pensábamos que la democracia occidental era un hecho consolidado e incontestable que no es necesario cuidar y cultivar. Ha conseguido movilizar a grupos sociales que dormitaban entendiendo que su causa no corría peligro. Incluso puede llegarLe Pen mediante- a reforzar y revitalizar a una Europa mortecina y abocada a la depresión. También ha provocado un movimiento de cohesión y solidaridad entre los países latinoamericanos como hacía tiempo que no ocurría.

Al recordar ahora a aquél historiador del 76 y su terrible equivocación (qué error, qué inmenso error), debo reconocer, humildemente, que yo también me equivoqué, aunque en sentido contrario: Trump es incluso peor de lo que parecía.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad