Seymour Hersh, en su oficina en Washington.

El azote de la Casa Blanca

Seymour Hersh la ha vuelto a montar,a los 78 años, con un artículo en el que defiende que la historia sobre la muerte de Bin Laden es falsa. Tiene un Pulitzer y ha dado sonadas exclusivas, pero hay quien le acusa de embustero

fernando miñana

Viernes, 15 de mayo 2015, 02:54

Los últimos presidentes que han pasado por el Despacho Oval han notado una incómoda piedra en el sillón llamada Seymour Myron Hersh, el azote de ... la Casa Blanca, un periodista empeñado en contarle a los estadounidense y al mundo entero los errores de su gobierno. Barack Obama y su habilidad marketiniana no son una excepción, como acaba de demostrar publicando un artículo que tumba la teoría de película ahí está La noche más oscura sobre la muerte de Osama Bin Laden. Hersh desmonta el asalto por sorpresa de los Navy Seals en aquel sombrío edificio de Abottabad y afirma que el mérito de la caza fue de los servicios de inteligencia paquistaníes (ISI), quienes realmente sabían dónde estaba el líder de Al Qaeda, y que pactaron con Estados Unidos para servirles en bandeja al hombre más buscado del mundo.

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Uno a uno

  • sus miedos

  • Un jeroglífico. La agenda es uno de sus bienes más preciados. No se fía de la grabadora y jamás escribe los datos de sus contactos en un ordenador. Lo hace de manera ininteligible en las tapas de una libreta.

  • Noticias falsas. Hersh sabe que su carrera como periodista incómodo le ha generado numerosos enemigos y su principal temor es que desde arriba intenten colarle un scoop falso.

  • Escritor. Los presidentes de EE UU no solo han sido sus víctimas en la prensa, también en libros, como los que escribió sobre Richard Nixon o John F. Kennedy.

La noticia ha vuelto a zarandear la Casa Blanca, donde aseguran que la información de Seymour Hersh es un disparate. Ned Price, portavoz de Seguridad Nacional, dijo que el relato está repleto de «errores y afirmaciones sin hechos». Y despiertan un viejo monstruo que persigue al periodista desde hace lustros: la ausencia de fuentes concretas. Hersh, que solo descubre al jefe del ISI, se defiende diciendo que cada día aparecen miles de noticias amparadas en fuentes anónimas. A Robert ONeill, el Seal que teóricamente mató a Obama, el artículo le parece «un insulto a la inteligencia».

Seymour Myron Hersh es un conocido periodista de 78 años que nació en el Chicago de después de la Ley Seca. Sus padres eran unos judíos que habían emigrado desde Lituania y Polonia y que vivían de una tintorería de limpieza en seco. Su primera incursión en el oficio fue cubriendo sucesos en un modesto periódico de su ciudad. Por aquel entonces solía llevar un billete de 10 dólares debajo del permiso de conducir que mostraba a los policías. Después pasó por las agencias United Press International y Associated Press, para acabar en The New York Times y, finalmente, en el New Yorker.

La primera gran exclusiva de Sy Hersh le valió el premio Pulitzer de 1970. Su trabajo destapó la matanza de My Lai, una aldea vietnamita donde el 16 de marzo de 1968 fueron asesinados de manera cruel decenas de civiles indefensos, incluidos ancianos, mujeres y niños. Hersh se dejó el alma por descubrir al teniente que ordenó aquella carnicería. Visitó Fort Benning y realizó más de cien llamadas de teléfono. El día que se encontró con el teniente William L. Calley le dio la mano y le soltó: «Lo sé todo». El militar cantó durante horas. Aquella incómoda revelación animó a otros periodistas a sacar de los cajones otras atrocidades de los soldados estadounidenses en Vietnam.

Teorías conspiratorias

Manu Leguineche escribió sobre él en El País y le retrató como «una fuerza de la naturaleza». El reportero español desmenuzó la figura de su colega. «Es un rastreador nato, inasequible a la frustración, directo al grano, hábil en los trucos del oficio...». Y describe la madriguera del redactor como una oficina de una avenida de Washington donde tiene colgadas de las paredes las fotos de los culpables del Watergate, las de sus hijos y su mujer.

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Aquel escrito sobre My Lai, como otros que vinieron después, han sido molestos para la Casa Blanca y en ocasiones se ha visto obligado a buscar otros periódicos donde publicar sus historias. En la última, de hecho, la de la muerte de Bin Laden, el New Yorker no se atrevió a lanzarla y tuvo que buscar refugio en The London Review of Books. Quizá porque el periodista septuagenario tiene en su hemeroteca grandes éxitos, como el descubrimiento en 2004 de que el Gobierno ordenó torturas contra iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, o los planes de Bush para atacar Irán con armas nucleares, pero también artículos más borrosos que alimentan a sus detractores. Algunos colegas le acusan reiteradamente de ser un mentiroso y otros creen que está obsesionado con las teorías conspiratorias.

Pero Sy sabe que donde más les gustaría verle fracasar es en la Casa Blanca, destino de sus dardos durante décadas. Como cuando escribió El lado oscuro de Camelot para describir a John Kennedy como un obseso sexual y un candidato que se apoyó en la Mafia para ganar las elecciones de 1960. En ese ensayo documenta unos pagos a la madre de Marilyn Monreo por unos servicios no aclarados. Al parecer, con el tiempo se descubrió que esas facturas eran una burda falsificación. Hersh vive con la constante amenaza de una falsa exclusiva.

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