Irán se afloja el velo

Ya se ven parejas cogidas de la mano, algo impensable hasta hace poco. Y las jóvenes más osadas muestran un buen mechón de su cabello

rc

Viernes, 10 de abril 2015, 01:11

Año nuevo, viejas esperanzas. Irán acaba de abrir el nouruz, el cambio de año persa que arranca con la primavera, con la ilusión de un ... tiempo a estrenar. Los acuerdos apalabrados en Suiza con las potencias occidentales para limitar a la vía civil su programa nuclear suprimirán el embargo económico que sufren desde hace décadas. Los casi 80 millones de habitantes de la vieja Persia, tercer mayor productor mundial de petróleo y primero en reservas de gas, se consumen en una economía de subsistencia, limitada casi al comercio interior. No tienen derecho a enviar o recibir dinero de sus familiares en el exterior y apenas logran beneficio alguno de sus enormes riquezas. «Se abrirá la puerta a la economía. Y detrás vendrá la puerta de la libertad social», proclama Ahmad Taheri. Este intelectual y periodista llegó a España hace 20 años atraído por la mística de Santa Teresa de Jesús. Hace unos meses presentó en Teherán la primera traducción de un libro de Miguel Delibes al farsi (Señora de rojo sobre fondo gris). Desde el Centro Persépolis en Madrid se dedica a ayudar a la colonia iraní en España («no somos más de 6.000 o 7.000 personas») y a todos los que desean saber algo distinto de los tópicos que han perseguido a su país desde la revolución de Jomeini de 1979. Hasta ahora y, al igual que pasa en Cuba, las sanciones «han hecho daño al pueblo y no al régimen», lamenta el doctor en Lengua y Literatura Española Armin Mobarak, que pone un ejemplo cercano: «Mi padre es farmacéutico y muchos medicamentos ya no llegan porque los laboratorios europeos no los venden a mi país».

Publicidad

Todavía hoy, Irán es para muchos parte del eje del mal, el país de los ayatolá. «Ahora podrán dejar de ser los apestados para Occidente», confía el periodista Mikel Ayestaran, corresponsal de este periódico en la zona. Otra imagen repetida es la de las mujeres cubiertas de la cabeza a los pies por un chador negro que da a sus calles un aspecto de procesión funeraria permanente. Es como el negativo de una vieja fotografía. Pero, cuando se revela, muestra otro país y una sociedad que nada tienen que ver con esos estereotipos.

«Lo que es no se ve y lo que se ve no es». Los pocos turistas que se adentran en el verdadero país de la raza aria (el nombre de Irán significa Tierra de los Arios) aprenden pronto este escueto refrán con el que sus ciudadanos justifican su forma de vida. «Vivimos en una especie de existencia esquizofrénica desde la revolución, lo que lleva a una doble vida dentro y fuera de las puertas cerradas de las casas», conjuga a su manera este dicho la novelista Sahar Delijani, nacida hace 31 años en una prisión de Teherán donde habían encarcelado a sus padres y después de que ejecutaran a su tío. Noveló estas tres décadas en A la sombra del árbol violeta.

Como recuerda Ahmad Taheri «Irán ya ha tenido la experiencia de la libertad y en la memoria histórica de la sociedad existe ese recuerdo». Eran los tiempos del Sha de Persia, cuando la dinastía de los Pahlevi se entregó a las costumbres de sus aliados occidentales y las mujeres llevaban minifalda por las calles de Teherán. Al grito de «el sha tiene que irse», el imán Jomeini regresó del exilio en París en 1979. Su legado han sido 30 años de una larvada lucha entre involución islámica y lucha por mantener espacios de libertad.

Chicas en el fútbol

Hasta ahora, el hogar ha sido el territorio de esos anhelos. Por la ventana de los televisores, conectados a los cientos de canales pirata que llegan del exterior, los iraníes saben que hay un mundo mucho más allá de la sharia (ley islámica) y el férreo orden social del Consejo de la Revolución. Miles de parabólicas se alzan al cielo de Teherán o el resto de grandes ciudades sin que el Gobierno se atreva a reprimir el consumo de música, moda o costumbres del gran satán, como Jomeini bautizó a Estados Unidos, y sus aliados.

Publicidad

Y son sobre todo las mujeres las que han llevado esa lucha por la libertad a sus cabezas. No solo es un concepto mental. Recorren las calles con sus elegantes y coloristas rusari (pañuelos persas). Las más osadas se lo echan hacia atrás y muestran un buen mechón de pelo. Un vértigo estético en el que se juegan una bronca en plena calle de alguna de las mujeres de negro de la Guardia Republicana que dominan las aceras como viudas pendientes de que «la felicidad siga prohibida en nuestro país», lamenta Azade Kazemi, la primera guía turística que abrió en castellano los secretos de Isfahan, la ciudad más hermosa de esta nación. Si se aplicase la ley, cientos de miles de jóvenes como ella acabarían en la cárcel, ya que el código penal condena con hasta dos meses de prisión ese descoque. El presidente moderado, Hassan Rohani, del que los más aperturistas confían en que sea el Adolfo Suárez de su transición, ya dijo que «ser casto va mucho más allá de llevar velo o no». Para millones de mujeres no es suficiente. «Empieza a verse ya a parejas cogidas de la mano, algo que hasta hace poco era impensable», pone como ejemplo de los avances la escritora Ana Briongos, que lleva cuatro décadas vinculada al país y las plasmó en Negro sobre negro. Irán cuadernos de viaje. Ellas son el 62% de los tres millones de universitarios del país. Ya pueden conducir taxis y en breve podrán asistir incluso a partidos de fútbol declarados de interés nacional. Pero su testimonio judicial vale la mitad que el de un hombre, la poligamia sigue vigente y el Parlamento discute estos días el proyecto del líder supremo, Ali Jamenei, de crear una Ley de Exaltación de la Familia, con la que quiere duplicar la población hasta alcanzar los 150 millones en 2050.

Pero las mujeres quieren otra vida. Son capaces de gastarse el equivalente a 3.000 euros en una rinoplastia de nariz. Una fortuna en un país con una moneda por los suelos, en el que el salario medio no supera los 310 euros al mes y, para comprar un piso en la ciudad, hay que pagar 1.700 euros por metro cuadrado.

Publicidad

No solo las mujeres se revelan. En el país en el que la homosexualidad está penada con la pena capital, jóvenes gais saben en qué bares del norte de Teherán podrán encontrar parejas ocasionales.

Rafael Robles exprofesor en la Universidad Allameh Tabatabaei de Teherán ve en Irán reflejos de la España aperturista de los años 70. «Ahora están viviendo la Transición», resume este docente que coincide en que la «recuperación económica traerá la libertad». Entre los peligros destaca el de unas urbes «ahogadas por una construcción salvaje y alocada, de baja calidad. Les llevará, tarde o temprano, a una burbuja inmobiliaria». Por eso, asfixiados por una inflación que supera el 30% y un paro desbocado, los iraníes han celebrado los preacuerdos con Occidente como un nuevo amanecer.

Pero la vida en Irán es más lenta. «No hay esa intensidad de Occidente pero sí un desgaste burocrático que produce mucho estrés. La gente siente que pierde el tiempo», reflexiona Ahmad Taheri. La juventud trata de ganarlo entregándose a las tecnologías (30 millones usan internet, 6 millones tienen perfil en Facebook) o a la música (2.000 bandas de todos los estilos desafían aquella sentencia de Jomeini de «no hay diferencia entre la música y el opio»).

Publicidad

Estos días, los almendros iluminan la primavera meteorológica y las familias al completo se desparraman por los parques. El pícnic reúne a todos en torno a una manta llena de arroces, kebabs, ensaladas aliñadas con limón y té. A pesar de las ganas de apertura de los jóvenes, ninguno apuesta por el modelo de otras sociedades islámicas. «Prefiero un proceso lento que uno explosivo. La primavera árabe ha sido un huracán que no les ha dejado nada», advierte Taheri. «El proceso dará sus frutos en 30 o 50 años. La democracia no se consigue en un día, sino en varias décadas o siglos», espera Mobarak.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad