El miedo de los judíos
Están en el punto de mira de los pistoleros yihadistas. En los últimos atentados de Toulouse, París, Copenhague y Bruselas han asesinado a 17 hebreos y herido a otros tres
fernando ituribarría
Miércoles, 25 de marzo 2015, 00:29
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«Cuando voy a la sinagoga miro por encima del hombro»». Pierre-Emmanuel Moog. Francia. Profesor de Ciencias Políticas de la ENA
Es coautor de ... un manifiesto que defiende hasta la libertad para blasfemar. Ha sido firmado por imanes y rabinos, pero no por la Iglesia católica
El 11 de enero Francia vivió las más multitudinarias manifestaciones de su historia reciente. Cuatro días después del atentado contra Charlie Hebdo y la tienda kosher de Porte de Vincennes, la plaza de la República, arranque de la marcha de París, se vio inundada por una marea humana desbordante, con medio centenar de líderes mundiales al frente. A dos manzanas de allí, la calle en la que vive Pierre-Emmanuel Moog se encontraba atiborrada de gente conjurada en dar respuesta cívica a los ataques yihadistas. Pero este profesor de Ciencias Políticas de 44 años, que enseña en la elitista Escuela Nacional de Administración (ENA), no se sumó al gigantesco cortejo del 11-E. A pesar de ser judío practicante o precisamente por eso. Trabajaba en casa con Christophe Deloire, secretario general de Reporteros sin Fronteras (RSF), en la redacción del manifiesto ecuménico en defensa del pluralismo que esa misma noche iban a presentar en la televisión francesa.
La conmoción nacional causada por la ofensiva terrorista fue el detonante de un activismo nunca experimentado. «La gran diferencia desde el punto de vista personal es que he decidido militar. Hasta ahora mi posición era analizar la política con la neutralidad del científico pero sin comprometerme. Por primera vez en mi vida he decidido actuar», dice este docente y asesor en estrategia política.
Su bautismo militante es la Proclama por la libertad de expresión colgada en el portal de RSF. Se trata de un breve texto de reafirmación de los valores humanistas y democráticos. En él se recuerda que la ley francesa no reconoce ni condena el sacrilegio o la blasfemia. «Cada uno es libre de expresar y difundir críticas, incluso irreverentes, hacia todo sistema de pensamiento político, filosófico o religioso», pregona. «Nadie puede imponer su concepción de lo sagrado a otro», sentencia.
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El reto de la iniciativa es lograr que el manifiesto sea suscrito por el mayor número posible de responsables de todas las religiones. «Ya ha sido firmado por imanes, pastores protestantes, rabinos Los católicos se interrogan. La respuesta de la Conferencia Episcopal ha sido quizás. Necesitamos a la Iglesia para que todos los cultos participen. Creo que el asunto del matrimonio homosexual les ha traumatizado», reflexiona este francés judío y judío francés, un poco practicante «porque la práctica es el soporte del pensamiento».
Es de origen alsaciano por parte paterna, un linaje de comerciantes que se asentaron en París a finales del siglo XIX. «En Alsacia nos quedan tumbas familiares, pero no en el cementerio atacado», apunta en alusión al camposanto judío que hace un mes fue objeto de la mayor profanación de los últimos 30 años en Francia. La rama materna aporta modelos como su abuelo, que llegó a ser adjunto del gran rabino de Francia. «Es un ejemplo de integración y de adopción de los valores locales. Sus padres habían emigrado de Rusia sin hablar una palabra de francés y 80 años después él logró entrar como miembro de la Academia Francesa. Muestra nuestro sentimiento de arraigo profundo en este país. La paradoja es que ese sentimiento de pertenencia no es recíproco pues un sector nos ve a los judíos como extranjeros», observa.
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Una mezcla de espanto, desánimo y miedo. Es el impacto que le ha causado la barbarie fanática en Charlie Hebdo y el supermercado judío de París. «A título personal no estoy muy afectado porque no frecuento los lugares que son objetivos potenciales, como los restaurantes o los comercios kosher. Pero sí es verdad que cuando voy a esos sitios o a la sinagoga miro por encima del hombro», reconoce. «Desde niño estás acostumbrado a gestos mecánicos como quitarte la kipá (birrete judío) y meterla en el bolsillo nada más salir de la sinagoga. Es un comportamiento ambivalente, para respetar el espacio público y al mismo tiempo por el temor a mostrarse», expone.
Sangre y escupitajos
Padre de una niña que va a cumplir 6 años, ha optado por matricularla en la escuela pública, laica y republicana. «Hace un par de semanas llegó a su clase un pequeño compañero desde una escuela judía del mismo distrito. Sus padres lo han cambiado de centro porque tienen miedo. No soy el mejor situado para juzgarlos porque no llevo a mi hija a una escuela judía. Tomar ese tipo de grandes decisiones unas semanas después de lo que ha pasado y cambiar de modo de vida profundamente, eso es el miedo», analiza.
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Hace unos años se cruzó al salir del metro cerca de casa con una manifestación «propalestina o antisionista». Vio una pancarta en la que se leía Judíos = Nazis, le dio un vuelco el corazón, dejó a su mujer e hija en la acera y se fue hacia la joven que la portaba. «Con una especie de candor le dije pero, veamos, señorita ¿no le da vergüenza? en plan profesor de la ENA. Me pareció ridículo, pero era triste. Ella me miró y en cuestión de segundos me vi rodeado y empujado. Oí que alguien decía no le peguéis, quiere salir en la tele para dar a pie a otro montaje de los judíos contra nosotros, un delirio completo. Cuando comprendí que tenía que evitar un linchamiento, salí del grupo y unos transeúntes me señalaron que tenía escupitajos y sangre en el labio. Yo no había notado nada», recuerda.
«Hay que decir claramente que eso es inadmisible. Ir hasta el final de las cosas es hoy mi actividad militante. Por eso me levanté y comencé esta acción en la que sigo trabajando», argumenta el apóstol judío ganado al activismo de las libertades y los derechos humanos por el espíritu del 11 de enero, la rebelión ciudadana de un país en pie contra el oscurantismo religioso.
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«Los jóvenes no se ponen la kipá porque les puede marcar». Esther Bendahan. España. Escritora
La firma más reconocida de las letras hebreas en España recuerda que somos el país con menos judíos, pero el que «tuvo un antisemitismo más fuerte»
Facciones casi árabes, tez morena, acento madrileño. Nacida en Tetuán (1964), de padres marroquíes pero herencia de varios continentes, Esther Bendahan representa la quintaesencia de cruces sanguíneos que hay tras los 500 años de diáspora de los sefardíes españoles. También, la dificultad para responder a la pregunta ¿qué es ser judío hoy? «Mucha gente solo encuentra el vínculo desde la religión», lamenta. Ella lo intenta desde la cultura y la literatura como formas de conjugar los lugares comunes sobre Sefardistán, ese país de ficción alimentado de falsos tópicos, como que los judíos expulsados de España en 1492 aún guardan las llaves de su hogar. «Al final parece que hay más llaves que casas», bromea Bendahan, que llevó su historia familiar a Déjalo, ya volveremos (2006), novela con la que regresa a su infancia, a la niña de 7 años que salió de Tetuán. En la actualidad, lo único que queda de la judería de esta ciudad marroquí es el cementerio.
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No le gustaría que pasara lo mismo con la todavía pequeña comunidad judía que reside hoy en la península. «Mis hijos son la primera generación judía que nace en España. El mundo es abierto y global, muchos jóvenes se van y no se sienten vinculados a nada», reflexiona. Licenciada en Psicología y Filología, Esther es la firma y la voz más reconocida entre la colonia española por llevar su cultura a la literatura y a la televisión (Shalom, TVE), así como por la oferta cultural que coordina en la Casa Sefarad Israel. El esfuerzo es aún arduo. «Somos el país con menos judíos, pero el que mantuvo un antisemitismo más fuerte alimentado por la Iglesia católica».
Esther Bendahan prefiere sembrar puentes de palabras antes que abandonarse al sentimiento de persecución. «Esto no es como la viruela. Si no conseguimos arrancar el antisemitismo después de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial, creo que no lo lograremos nunca. Lo importante es no ser indiferente y reaccionar».
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Regreso a Israel
Por eso, no le pierde la cara a nada y no duda en ser crítica con «la agresividad de Netanyahu» después de los atentados de París. Su relación con este país es intensa gracias a sus tres sobrinas que viven allí y a un tío «muy religioso» que acaba de hacer la aliyá (inmigración a la tierra prometida) con toda su familia. Pero sobre todo por los meses que pasó su hija completando la carrera de Medicina. «Pasé mucho miedo, nosotros sentimos Israel como si fuera Madrid. Lo emocional rompe las barreras nacionales, pero eso no significa defender a ultranza la política del Estado israelí», manifiesta esta mujer, que ha seguido con intensidad las elecciones generales del pasado martes.
Pero la vida se escribe en presente y ella entrega sus energías a construir «una cultura nueva y moderna del judío español. Otra cosa es saber qué futuro tenemos como colectivo». Esto significa conciliar tres formas de relacionarse con el mundo: sentirse judío a la vez que español y europeo. Un esfuerzo cada vez más diluido por la poca conciencia o defensa de los valores que hacen las propias familias, e incluso las sinagogas, que «no se relacionan entre sí».
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En ese esfuerzo quiere implicar a las nuevas generaciones, donde el sentimiento de identidad es cada vez más difuso. Jóvenes que «nunca se pondrían una kipá porque creen que les puede marcar, sin olvidar que incluso puede ser peligroso». En España no hay, «ni de lejos», los temores que se palpan en las calles de Francia o Países Bajos. Pero sus colegios y lugares de culto también necesitan vigilancia. «Entre nosotros nunca verbalizamos esos temores, pero la sensación es visible», lamenta Esther.
«Siempre demuestro mi condición de judío». Mike Samuel Delberg Alemania. Líder de los estudiantes hebreos
El miembro más joven de la Asamblea Judía de Berlín estrecha lazos con el islam
Antes de la toma del poder por los nazis, Berlín contaba con una comunidad de 170.000 judíos, un tercio de todos los que vivían en la Alemania de la República de Weimar. Fueron casi exterminados durante el Holocausto, pero en la actualidad viven un renacer cultural y religioso en la capital alemana, tal vez el más importante del mundo: 12.000 ciudadanos practican la fe hebrea en sus siete sinagogas, pero se calcula que la cifra alcanza los 35.000. Un florecer que se debe a la masiva inmigración de judíos procedentes de Rusia, que suponen dos tercios del colectivo y anteponen Alemania a Israel como meta para iniciar una nueva vida.
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«Es el caso de mis abuelos y de mis padres, que acabaron instalándose en Berlín tras abandonar la Unión Soviética en los años 70. La familia de mi padre incluso pasó por Israel y luego por Viena antes de decidirse por la capital alemana; y la de mi madre por Italia y también Austria antes de acabar aquí», explica Mike Samuel Delberg, un joven judío de 25 años, alemán de nacimiento, quien atribuye la inmigración masiva de sus hermanos de Rusia a la represión antisemita que se vive en el país de Vladímir Putin y antes, bajo los gobiernos comunistas. A punto de acabar sus estudios de Derecho, el miembro con voto más joven en la historia de la Asamblea de la Comunidad Judía de Berlín subraya que los recientes atentados antisemitas en París y Copenhague han conmocionado a quienes profesan su religión en Alemania.
Del partido de Merkel
«Pero no tenemos miedo. Somos conscientes de que existe una amenaza latente y de que Alemania se ha librado hasta ahora de sufrir un atentado parecido a los cometidos en otras capitales», señala este afiliado a la Unión Cristianodemócrata de la canciller federal, Angela Merkel, que aspira a iniciar una carrera política. La alarma es, pese a todo, manifiesta. Las autoridades germanas han reforzado la ya de por sí elevada seguridad de las sinagogas, y el presidente del Consejo Central de los Judíos en Alemania, Josef Schuster, ha hecho un llamamiento para que quienes profesan su fe se abstengan de portar públicamente la kipá, la pequeña gorra ritual que llevan los hombres, en barrios de mayoría musulmana. «Comprendo el llamamiento, pero creo que no hay que dramatizar y personalmente soy partidario de mostrar mi condición», afirma Delberg, que es el primero en acudir a cualquier manifestación para defender su religión. Eso sí, ve fundamental la cooperación para acabar con los prejuicios que sufren los judíos... y los musulmanes. «Trabajo con el Senado de Berlín en un grupo interreligioso de jóvenes musulmanes, judíos y cristianos católicos y protestantes, y visitamos juntos colegios para explicar nuestras creencias».
También dirige el Centro de Estudiantes Judíos de Berlín, mantiene una profusa vida pública y es un fijo en todos los actos de condena del terrorismo. Sin embargo, no se considera una persona profundamente religiosa. «No como habitualmente alimentos kosher o cashrut, aquellos que se atienen a los preceptos de la fe, y voy a la sinagoga uno de cada dos sabbat, aunque en familia celebramos todas las fiestas hebreas».
Mike Samuel cuenta con excelentes contactos en las asociaciones musulmanas y es invitado frecuente de espacios en árabe como el Shabab Talk, un programa de televisión para óvenes con cuatro millones de seguidores solo en Egipto. «Nuestras comunidades religiosas deben asumir su responsabilidad. La meta no debe ser la coexistencia pacífica, sino la convivencia amistosa», subraya este universitario optimista, que no se deja amedrentar por la amenaza yihadista: «Nuestra respuesta al terrorismo es una vida judía más abierta, más fuerte y con más seguridad en nosotros mismos».
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"Es equivocado irse a Israel por miedo". Sivan Kotler. Italia. Periodista y profesora de Literatura
La corresponsal se sentía segura en Roma hasta que el otro día atacaron a un hebreo
Sivan Kotler es corresponsal en Roma de Haaretz, el diario progresista de Israel, y vive en la capital italiana con su marido y sus hijos desde hace quince años. También es profesora de lengua y literatura hebrea en la escuela del Ghetto de la ciudad, un pequeño y bonito barrio del centro. Es uno de los primeros guetos de la historia, de 1555, en una de las colonias judías más antiguas, del siglo I. El primero fue el de Venecia, y la palabra, de hecho, es veneciana. A dogos y pontífices se les ocurrió confinar a los judíos en una zona con puertas que se cerraban al caer el sol. En algunos períodos el Papa les obligaba a asistir a misa el sábado. El Ghetto ahora es un barrio más, o mejor dicho, un barrio caro, con encanto. Es aquí, en un café, donde Kotler cuenta cómo se siente en estos momentos: «En el Ghetto uno se siente en casa, seguro, aunque en realidad aquí no ha quedado casi ningún judío. Viven por toda la ciudad».
«Mi opinión es la de una judía israelí, que es muy distinta de la de una judía romana. He vivido 23 años en Israel, donde estaba amenazada por ser israelí, no por ser judía. Llevo 15 años fuera y hoy, en 2015, me resulta inconcebible ser criticada por mi religión. En cambio, el judío romano está más preocupado, lo vive peor porque esta es su única casa y siempre serán una minoría», explica.
Lo cierto es que en el último año se han ido 600 judíos italianos del país. «Obviamente es también por la crisis, pero el miedo influye en esa decisión». Con todo, Kotler ni comparte este sentimiento ni ha sentido nunca el antisemitismo en Roma.
Cuenta que un diario inglés hizo un vídeo similar a otro rodado en Francia, donde un hombre que paseaba con una kipá en la cabeza recibía muchos insultos. Cuando se repitió en Roma, no ocurrió nada, salió un documental felizmente aburrido. «No es que no haya antisemitas, los hay, pero no lo expresan. Italia es más tranquila, no quiero hacer el papel de la clásica hebrea que se siente perseguida».
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Otra cosa es cuando va a trabajar a la escuela del Ghetto, porque desde los atentados de París hay dos coches de policía en la puerta. «Aquí sí se siente la tensión, todas las excursiones han sido anuladas». Sus hijos van a la escuela italiana y lo viven de otra forma. «Son uno más. Para ellos creo que sería aún más desconcertante si les insultaran, porque simplemente no lo comprenderían».
Kotler cree que a menudo las críticas a los judíos proceden de la ignorancia de quien mezcla antisionismo con antisemitismo. «Se nos coloca en el mismo plano que un país que tiene una política particular, Israel, aunque tú mismo puedes no estar de acuerdo con esa política», explica. Dice que ser israelí fuera de Israel no es fácil en momentos de conflicto, como el del pasado verano en Gaza. En cuanto a Netanyahu, no tiene una buena opinión: «Es un líder que utiliza un lenguaje basado en el miedo y el miedo siempre funciona. Quien tiene miedo te sigue. Así que primero era la amenaza iraní, luego la de Gaza, ahora la europea... No son amenazas inventadas por él, pero las usa. Yo creo que es equivocado ir a Israel porque tienes miedo de vivir en Europa; vas si quieres ir, si piensas que es un buen lugar para ti como persona. No estamos en 1940. Es más, en Israel muchos se quieren ir, la situación económica no es buena. Y no es la solución, porque allí te puedes sentir seguro en el sentido de que no eres una minoría, pero tienes otra inseguridad».
No lo podíamos saber, pero el mismo día de esta charla un comerciante hebreo fue agredido en su tienda por tres jóvenes cerca de la plaza de Spagna, con gritos de «judío de mierda». Sivan Kotler escribió al día siguiente en su blog contando esto y nuestra entrevista del día anterior. Se titulaba «Yo no tenía miedo».
«Hemos mejorado con Putin». Berel Lazar Rusia. Gran rabino del país
Señalado como colaborador del KGB, habla de Rusia como si se tratara de un paraíso
Rusia se ha convertido para nuestra comunidad en uno de los países más confortables del mundo», sostiene Berel Lazar, gran rabino de la federación. «Hay pocos sitios en el planeta donde los hebreos estemos tan bien organizados y unidos como aquí. A diferencia de lo que está pasando en otros puntos de Europa, nuestra comunidad se siente segura. Llevamos una vida plena sin tener que renunciar a ninguno de los preceptos de nuestra religión y sin avergonzarnos de nuestro pasado», zanja. Pero no siempre fue así. En tiempos de la Rusia zarista y de la Unión Soviética eran habituales las persecuciones antisemitas. Y a finales de los 80, numerosos judíos soviéticos aprovecharon la apertura de las fronteras para emigrar, en su mayoría, a Israel, Estados Unidos y Alemania. A pesar de ello, siguen constituyendo uno de los colectivos más grandes de Europa. Las cosas cambiaron radicalmente «con la llegada al poder del presidente Vladímir Putin», hace quince años, aplaude Lazar, elegido gran rabino en 1999.
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Hijo también de rabino, nació hace 50 años en Milán, pero, siendo todavía un niño, se trasladó con su familia a Estados Unidos. Allí terminó sus estudios en la escuela rabínica de New Jersey y en la academia talmúdica Tomchei Temimim de Nueva York. Su primer viaje a Rusia lo efectuó en 1988 para conocer de cerca a sus hermanos soviéticos.
Rabí Menahem Mendel Schneerson, líder de la rama hebrea Jabad Lubavitc, encomendó a Berel Lazar la difusión en la URSS del estricto judaísmo jasídico movimiento religioso ortodoxo y místico y éste se instaló en Moscú definitivamente en 1989. Ciertos analistas aseguran que los servicios secretos del KGB estaban interesados en su nombramiento y le ayudaron.
En la capital rusa, siendo ya rabino de la sinagoga del barrio de Marina Rosha, Lazar entró en contacto con los que después se convertirían en poderosos magnates, los también judíos Borís Berezovski con un pasado que da miedo y Román Abramóvich dueño del Chelsea y muy próximo a Putin.
Gracias al jefe del Kremlin, Lazar recibió la nacionalidad rusa en mayo de 2000. Putin le nombró más tarde miembro de su órgano consultivo, la llamada Cámara Social, y le ha condecorado cinco veces, una de ellas con la prestigiosa Orden por Méritos a la Patria. Dicen que el primer mandatario ruso pide asesoramiento a Lazar cuando se trata de decisiones trascendentales.
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El rabino, que es padre de 13 hijos, aprueba el estilo autoritario de Putin: «Somos libres gracias a que el Estado entiende que es necesario defender los valores tradicionales y no mancillarlos con la demagogia democrática. La libertad es buena, pero marcando un límite, ya que, más allá de ese límite, desaparecen los valores que hacen que seamos seres humanos».
Para Lazar, Rusia es poco menos que el paraíso. «Nuestras relaciones con otras confesiones religiosas no es que sean buenas, son únicas. En ningún otro país del mundo existe una sintonía tan excelente entre judíos, cristianos y musulmanes». Y concluye: «El terrorismo no tiene nada que ver con la religión y Europa debe hacer frente al desafío de los radicales islámicos con firmeza y unidad».
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