La plazoleta

Lo que puedo ser y no fue

A finales de enero de 2012, Jonathan Viera estaba a punto de ser oficializado como jugador del Granada. El club lo acordó con Las Palmas, por unos 3 millones de euros. Pero el canario se negó al traspaso. Al final, se fue en verano al Valencia. No levantó cabeza hasta regresar a su isla el año pasado. Como Aspas, se comprueba que ciertos jugadores sólo están a tope en casa

Rafael Lamelas

Jueves, 28 de abril 2016, 15:23

En estos tiempos tenebrosos, al Granada se le están cruzando ciertos fantasmas del pasado. El lunes fue Iago Aspas, el delantero del Celta, herido en ... su orgullo desde que los rojiblancos dejaron a los celestes con la miel del ascenso en los labios. Un pulso con Roberto, al que amorató la cara en un choque en el partido en Balaídos, le convirtió en enemigo de Los Cármenes, ante una afición a la que retó, pero que terminó burlándose de él por su fiasco en la intentona. Desde entonces, Aspas tiene una obsesiva animadversión y lo hace pagar con goles.

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Pero Aspas no es el único que detesta a los nazaríes. O, al menos, que les infravaloró. En el ecuador del primer curso de regreso a la élite, Quique Pina fue con brío y dinero al mercado invernal para solucionar los problemas del equipo. Se fijó en un talento canario, que estaba en Segunda, con la UD Las Palmas. Todo estaba apalabrado con el club insular para que el Granada incorporara a Jonathan Viera. Tres millones de euros era la cantidad aproximada de compensación por un futbolista de aparente futuro brillante.

Pero Viera se rebeló. Se negó a salir en esta dirección. El 28 de enero de 2012, su pulso con el presidente Miguel Ángel Ramírez le supuso el paso por el banquillo, en un partido en Alcorcón. El castigo se levantó en el siguiente encuentro de los amarillos, frente al Guadalajara. Marcó el tanto que supuso la victoria en un partido que concluyó 3-2. Un lanzamiento de falta que celebró gritando a los cuatro vientos «¡yo juego aquí!». Viera demostró una implicación genuina con sus colores, pero la sentencia tenía algo de trampa. El Valencia ya le rondaba y hacia la entidad de Mestalla se marchó en verano, por 2,5 millones.

Sólo a ratos volvió a recuperar su entusiasta nivel. Jamás triunfó fuera. Quizás por la morriña, la misma que le emparenta con el propio Iago Aspas, que huyó al Liverpool y luego al Sevilla pero sólo ha vuelto a ser comprendido con su Celta. Viera tuvo un periplo de cesión con el Rayo, en el que pareció levantar algo el vuelo. Le captó el Standard de Lieja desde el Valencia por otros 2,5 kilos, en una operación que los belgas no rentabilizaron. Al hijo pródigo le llegó la ocasión de retornar al hogar el año pasado, en medio de la pugna por llegar a la Liga BBVA. Las Palmas pagó en verano 900.000 euros por su recuperación total. Ahora lo disfruta en plenitud.

La moraleja de esta historia es recurrente. Hay ciertos jugadores que sólo alcanzan su verdadero potencial cuando están realmente identificados. Suele coincidir, en algunos futbolistas, la calidad con un carácter especial. El único remedio ante esto último es la paciencia y el cariño que ejerce una hinchada amiga o familiar. El Granada nunca ha encontrado lazos afectivos así. No existe un caso que se le pueda asemejar con gente de la tierra, por lo que ha tratado de compensar, con la chequera, la adquisición de tipos que, a base de cerrar estancias largas, al final sí enraícen con la escuadra. El único ejemplo aproximado sería el de Alejandro Gálvez, pero la referencia es la de un buen central, no la de un mediapunta creativo como Viera o un delantero goleador como Aspas. Muchas de las virtudes que atesoran tanto Las Palmas como el Celta, equipos con un estilo admirable, se encuentran en una base local que capta esencias y transmite valores al resto. Hasta los díscolos se conectan. «Esta no es una camiseta para los domingos... Es para toda la vida», reza un tuit de Aspas, que acompaña a una foto suya tras el primer gol al Granada, en la que se señala el escudo. Un resumen de esto.

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Otro 'campeonato'

Este es uno de los frentes no resueltos por los rojiblancos. Tanto la entidad como los propios granadinos, salvo el motrileño José Callejón y Gálvez, han estado durante demasiado tiempo alejados de los focos del mejor fútbol. Pasa como en las directivas recientes más exitosas, siempre de dominación foránea, con fecha de caducidad. La alianza italiano-murciana tiembla, como dejó caer Pina en la entrevista del domingo en IDEAL. Hay una guerra soterrada entre la cúpula de mando y Pere Guardiola, principal intermediario de una posible operación de venta de la que hay cada vez menos secretos, más ruido y muchas decepciones. La virulencia se va a desatar en cuanto termine el campeonato. La investigación por supuesto fraude fiscal que está sufriendo la familia Pozzo en operaciones futbolísticas, que en principio no atañen a integrantes rojiblancos, salpica esta intriga que alcanzará su cénit cuando se sepa en qué categoría se quedan.

Quique Pina no esconde su objetivo, que es quedarse en el club o con el mismo con otros apoyos, si es que Pozzo se quiere deshacer de la propiedad en la que no figura con nombre propio, pero que maneja. Tanto, que es el padre de muchos aciertos, pero también de algunos errores que han lastrado esta etapa. El principal, que sea tan evidente la idea de negocio. Que se haya disparado el egoísmo sobre los cimientos del conjunto, por lo que consolidar un modelo se ha debilitado. ¿Qué panorama aguarda con Pozzo o sin él, con Pina o sin él, con los chinos o sin ellos? Por ahora sólo importa el que supongan Jonathan Viera y sus amigos el sábado. Lo demás, aunque llegará enseguida, queda aún lejos. Sobre todo, del corazón.

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