Caparrós, el lanista
El entrenador del Granada sigue prefiriendo la adrenalina del terreno de juego a la formación de futuros técnicos, con el convencimiento de que su forma de ver el fútbol le llevará al éxito
Tanto alude Caparrós a las enseñanzas que traslada a otros posibles técnicos en las formaciones a las que asiste que a mi compañero Camilo Álvarez ... le surgió la tentación de saber, durante la entrevista que les mostramos este domingo en IDEAL, acerca de si el utrerano prefería las aulas ya o el ejercicio rutinario de su profesión. «El campo, sin duda», expresó con absoluta convicción. Para los toreros, el campo es el lugar donde foguean sus habilidades, pero en el fútbol ese campo delimita el lugar donde se descifra el porvenir de un equipo y se exhibe, más tarde o más temprano, la verdad sobre su preparación. Es la plaza para los del capote. La arena para los gladiadores. Caparrós almacena sabiduría deportiva, pero no conserva los arcanos para aspirantes de su oficio, sino para convencer a sus jugadores bajo un juramento de fidelidad.
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Caparrós se sale poco de sus lugares comunes, los que de sobra conoce cualquier aficionado a este deporte. Competir, trabajar y vencer a toda costa, en su defecto sumar, aglutinan los ladrillos de una filosofía desprendida de florituras, que persuade desde el liderazgo bélico. Para Caparrós el modelo no es más que el jugador esté sano y concentrado para responder al estímulo necesario en el campo. No es un sistema determinado, ni una manera exacta de defender o de construir con el balón. Se trata de saber cuál es la misión en cada momento y de no cometer demasiados errores en la tarea.
Caparrós parece decir lo de siempre en algunos pasajes de su charla, pero eso ya es mucho. Redunda en que está orgulloso de su forma de ver el juego, de cómo se hace respetar ante sus jefes y el entorno. Un prisma que vislumbra como básico para alcanzar el éxito. Conseguir el sometimiento de sus hombres a esos planteamientos es ese plan colectivo que tanto cita, aquel que tendrán que acatar hasta los aspirantes a figura. Igual que hace unas semanas no tenía problemas en juntar a Rochina, Piti, Córdoba y El Arabi, tampoco le ha preocupado apelmazar la estructura con Sissoko o Foulquier en parcelas a priori para otros. Todo por recobrar la firmeza más allá del gol, que considera como una consecuencia que vendrá cuando la casa está asegurada. Los que al público atraen por su relación con la pelota regresarán pronto, da a entender, pero ellos tendrán claro lo que tienen que asimilar. Introducirse el sufrimiento en vena, como palanca de resistencia en los momentos malos.
Caparrós es un lanista, maestro de gladiadores, pero aún no piensa dedicarse a lucir su rudis, la espada de madera que aquellos fornidos guerreros recibían cuando abandonaban definitivamente los combates, que reflejaban su libertad, la experiencia adquirida y la pura supervivencia. Tan solo promueve un espectáculo, el de la sangre y el sudor. Dice ser un hombre del presente, pero sus pasos pretenden asentar el mañana. Suele cumplir los objetivos, sin renunciar a cualquier medio para ello, pero también es habitual que deje un legado interesante, más allá de números. La sugestión positiva de las primeras semanas desaparece en la grada y ya no hay más escudo que el número iluminándose en el marcador propio. Ese dígito significa en su idioma que el pulgar queda hacia arriba. La vida.
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