El sábado, sobre el 'Nuevo' Los Cármenes, las nubes derramaron lágrimas negras como en el bolero cubano cuyo autor creó tras escuchar llorar a una ... mujer despechada, a la que su amado había abandonado para irse con otra. Más o menos lo que le está sucediendo a la afición granadinista que observa, incrédula, cómo su equipo, y los que lo rodean, comienzan a abandonarla a su suerte.
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Frente a la Real Sociedad, el Granada demostró que continúa a merced de sus propias carencias y errores. Es imposible focalizar sobre el banquillo y el césped los puntos débiles porque estos se producen aleatoriamente, aunque es cierto que algunos de los deslices persisten en los cambios y en algunas zonas del campo como son la de los laterales, superados en casi todos los encuentros por sus adversarios, a los que se les extienden sendas alfombras rojas para que consigan su Oscar. Su gol.
Sin embargo, en el argot futbolístico se escucha de manera generalizada que el equipo ha competido, comentario que alcanza a todos los entrenadores y jugadores profesionales. Es cierto que la competición es la esencia del fútbol. Una de las razones de su existencia desde su génesis. Pero lo que sorprende es que el término competir se haya convertido en un vocablo que habitualmente se emplea como comodín para eludir responsabilidades.
Las ruedas de prensa de la mayoría de los entrenadores están repletas de este vocablo para justificar sus derrotas. El equipo ha competido bien, dicen. Y qué. Compitiendo, pero saliendo derrotados, se van al traste todos los objetivos. Los términos adecuados serían ganar o perder y todos, afición incluida, serían conscientes de la realidad.
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Frente a la Real, el Granada no compitió, sino que jugó un partido de fútbol del que salió derrotado, una vez más, porque el adversario fue superior, no compitiendo, sino jugando mejor al fútbol. No se trata solo de competir. Se trata de competir y vencer.
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