Qué larga se me está haciendo la temporada. Lo pensaba esta semana pasada, cuando en uno de estos días lluviosos corrí la cortina de la ... ventana de mi dormitorio y descubrí otro cielo gris plomizo, a punto de desplomarse sobre la ya húmeda calzada. Mientras miraba a la gente andando con sus paraguas, me esforcé en recordar los primeros partidos del Granada de este curso. Me costó mucho hacerme creer que el ciclo de Guillermo Abascal había ocurrido esta misma temporada. Parecía que habían transcurrido años enteros de aquello.
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Seguramente no haya cosa más alertante alrededor de un equipo de fútbol que el hecho de alejarse de su afición. Algo que el equipo de Fran Escribá está consiguiendo jornada a jornada, en una sucesión encadenada de partidos grises que, al igual que el de días lluviosos que estamos viviendo en este mes de marzo, agotan la paciencia del hincha rojiblanco. Porque no se a ustedes, pero a mí cada vez me cuesta más ver los partidos del Granada. Y mira que estamos acostumbrados a lidiar con la impotencia, pero lo de este año va más allá. La desidia, la apatía, la inoperancia y el sempiterno postrero perdón comienzan a aburrir al más optimista. Contra el Cádiz volvió a ocurrir. Otro partido gris. Plomizo. Hastiante.
Queramos o no, los días lluviosos cesarán. Más tarde o más temprano, se disolverá el gris del cielo y volveremos a dejar los paraguas anclados en el paragüero. La naturaleza es así. Pero lo de este Granada no parece tener visos de solución a corto plazo. Todo apunta a que sus partidos seguirán siendo grises. Uno tras otro. Hasta el punto de completar una de las temporadas más largas –por lo aburrido que puede resultar la competición para nuestro equipo– que se recuerdan.
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