Incontinencia decisional
El entrenador está obligado a tomar decisiones que jamás contentarán a todos, por lo que su cabeza debe estar siempre fría y gobernada por el sentido común
El rol de primer entrenador no es nada sencillo. Son muchas las decisiones que se toman y por mucho empeño que se ponga, jamás contentarán ... a todos. A todos los niveles, la última palabra la tiene el míster. Aparte de decisiones técnico-tácticas pre, inter, o pospartido, existen juicios de valor clave respecto a cómo actuar de cara a alineaciones, gestión de jugadores con molestias, promoción de chicos del filial, cambios de instalación, horarios o, incluso, valoraciones con la directiva en temas que van más allá del verde. Va en el sueldo, es así. De ahí que la cabeza de un técnico debe estar siempre, en la medida de lo posible, fría, y sobre todo gobernada por el sentido común y la inteligencia emocional.
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Existen momentos clave en la semana, en la sesión y en el partido donde hay que saber gestionar una cierta dosis de incontinencia decisional. Quizá sea más común en fútbol base y amateur, pero, visto lo visto, también ocurre en el profesional. Un buen ejemplo puede ser la llegada del segundo tiempo, tras la reanudación. El entrenador mira al banquillo y observa a sus pupilos. Aquellos que ha visto trabajar durante la semana y que partían con opciones similares de jugar como titulares respecto a los que han tenido la enorme oportunidad de representar al equipo de inicio. En ocasiones, puede generarse en el entrenador esa necesidad de llevar a cabo el carrusel de cambios sin que el partido, como tal, lo requiera. Esa es la incontinencia decisional que, puntualmente, ataca al entrenador en momentos clave de un encuentro. Para muestra de ello podemos hacer referencia a la sustitución de Boyé en la pasada jornada y sus nefastas consecuencias.
En la mayoría de las ocasiones, las decisiones que son, por unas causas u otras, directamente ejecutadas sin ser fríamente reflexionadas, suelen traer consecuencias poco propicias al éxito. De hecho, Guardiola o Ancelotti mueven poco o nada el banquillo. Su trayectoria habla por sí sola. Reflexionemos pues.
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