De un tiempo a esta parte, se está empezando a generar una innecesaria atmósfera de crispación alrededor del estamento arbitral. Los árbitros, con aciertos y ... errores, han existido, existen y existirán siempre, de ahí que resulte abusiva esta oleada de animadversión.
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Todo equipo ha sido, en alguna u otra ocasión, beneficiado o perjudicado por el colegiado del encuentro. Unas veces será a favor, otras veces será en contra. Unas veces se gana y otras veces se aprende. Ese debería ser el lema, fruto de la deportividad, una vez que todos somos conocedores del difícil rol que asume el árbitro durante el desarrollo de un partido, ya que, inevitablemente, será el único ser humano en el estadio que carezca de afición.
Su actuación jamás dejará indiferente a nadie. No por ello tienen que ser siempre alabados, la crítica está en su sueldo y ejercen de manera voluntaria, pero el linchamiento público al que están siendo sometidos en la más alta competición deriva en una pérdida de respeto hacia la figura del máximo responsable del cumplimiento del reglamento por parte de cualquier jugador, sea cual sea la categoría. «¿Cómo no van a ser malos aquí si lo son en Primera». Este tipo de comentario, y sus sucedáneos, son habituales en gradas de fútbol base y no profesional. Quizá tenga algo de culpa el infernal clima mediático que se ha generado en estos últimos tiempos alrededor de la figura del colegiado en Primera, con clubes de reconocido prestigio encabezando una voraz campaña por y para demostrar una mala fe premeditada de algunos de ellos a la hora de tomar decisiones.
Se trata de una situación más que preocupante, ya que no saben el alcance que puede tener este tipo de manifestaciones. Niños, púberes y adolescentes tienen acceso a redes sociales y empiezan a ver como habitual algo que jamás debió haberse permitido: infravalorar y no respetar, de forma sistemática, al árbitro del partido. Reflexionemos pues.
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