La confusión nos contagia a todos. No hay vacuna para la incertidumbre que se vive en la sociedad y su rebote en el ámbito deportivo. ... Nuestro Granada aparece como una gota de agua en el océano de las dudas por el que nadan futbolistas y clubes intentando no ahogarse. Es duro no poder ejercer la profesión, tanto o más que las reducciones de las fichas. Los jugadores pierden la forma física con pesas en terrazas y algunos, los privilegiados que poseen jardín, con carreras alrededor de los setos. Quieren entrenar y... competir. Y debe ser sin riesgo. Por eso la AFE y los profesionales llevan razón en que los tets deben extenderse al entorno familiar directo, a los 'convivientes'. ¿De qué sirve que los rojiblancos estén sanos si la Covid-19 la tienen en casa?
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Y es que el absurdo se ha apoderado del presente futbolístico y camino vamos hacia los dos meses. Y lo que queda. Por la gestión y por la pinta. Entre la marea de bulos digitales por las redes sociales y la improvisación que gastan las autoridades y a la que ya hasta nos hemos acostumbrado, pude rescatar una opinión certera y cabal. «No soy ni médico ni científico, pero esto se arregla con test a todos. El que esté sano y no contagie... a la calle, a trabajar...». Pues bien, cuando el CSD marca por fin unos plazos progresivos para la actividad, Sanidad retrasa los controles y los limita. Así el Granada, que por fortuna posee grupo, cohesión y serenidad para afrontar la embestida de la crisis, más tarde que pronto volverá a sentirse útil. Rubiales y Tebas acumulan lío para dar liquidez a un fútbol que se creía Midas. Y sólo es reflejo de la insoportable levedad del ser. Ya pegarle patadas a un balón no importa tanto. O no es lo más importante. ¿Aplauso, cacerolada...? Ni si quiera llanto... porque ni nos quedan lágrimas ni nos creemos ya nada.
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