No hubo venganza contra la Real Sociedad por lo que sucedió en la primera vuelta. Pareció más un acto de 'justicia divina' por cómo se ... produjo el gol del triunfo granadino, pues este equipo no piensa en vendettas que lo puedan desviar de sus sanas convicciones.
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El de este Granada es un vestuario que no está contaminado de reminiscencias políticas. De malas artes y traiciones. De irresponsabilidad y desprecio hacia sus correligionarios. Es quizás el único lugar que permanece libre de malos principios. Un espacio esterilizado que en nada se asemeja a la sede de un partido político.
Compromiso y sacrificio de todos, destacó el capitán Germán tras el triunfo del domingo, en una situación crítica que presagiaba un posible derrumbe circunstancial del equipo, que no llegó a producirse porque este es un Granada de energía renovable creado con unos recursos milagrosos, que se renuevan ilimitadamente cada tres días.
Durante estos dos últimos encuentros me limité a analizar, desde mi más absoluta ignorancia psicoanalista –es decir, osadamente– el semblante que exhibían en el banquillo los dos entrenadores que se han enfrentado a Diego Martínez: el noruego Erling Moe y el español Imanol Alguacil. En sus rostros se reflejaba el asombro, la incredulidad y sobre todo la perplejidad ante el manejo del juego y comportamiento del equipo que tenían enfrente. Una ejecución perfecta inspirada más en el libro del estratega Sun Tzu que en lo aprendido en el Curso Nacional de Entrenadores.
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Es como si los dos entrenadores tuviesen delante el rompecabezas más difícil del mundo, denominado 'Puro Infierno' por la dificultad que entraña su resolución. En eso se convirtió el Granada para ellos. En un puro infierno. Ahora solo falta culminar en Budapest, frente al Molde, una semana tan apasionante.
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