Los aficionados del Granada celebran el último ascenso en un bar de Gonzalo Gallas. ALFREDO AGUILAR

No hay fútbol sin bar

El órsay ·

El fuera de juego y el 4-2-3-1 me los explicó un camarero antiguo con flechas y números de tiza sobre la barra de chapa

MANUEL LÓPEZ SAMPALO

Lunes, 20 de abril 2020, 00:46

Lo poco que sé de fútbol lo aprendí de los bares. El fuera de juego y el 4-2-3-1 me los explicó ... un camarero antiguo con flechas y números de tiza sobre la barra de chapa. Silvio, un parroquiano que se hacía pasar por napolitano, aunque era de Puerto Real, me contó anécdotas de Maradona que jamás trascenderán. También supe en los bares que el balompié puede escribirse con letras de alta literatura: leyendo a Paquiño Correal, a Enric González y a David Gistau en los periódicos de la casa que ya venían subrayados con aceite de oliva.

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Un bar es el estadio de los que vivimos lejos de nuestro equipo. Yo he visto al Granada tumbar dos veces al Barcelona en lo del tito Luis, frente al Ramón de Carranza, y he salido a hombros por su puerta hasta la playa de La Victoria. Una vez le ganamos al Madrid, con gol en propia de Cristiano, y convidé a una ronda a toda la parroquia de Casa Tucho, en la plaza de El Mentidero. Los mismos feligreses que me consolarían dos años después cuando el Real nos cascó nueve.

El ascenso de Alcorcón lo viví en un bar de estudiantes de la calle Gonzalo Gallas. El de Elche, en una abacería sevillana cuyo dueño, Paco, era del Betis o del Sevilla según soplase el viento. He llorado la crónica de un descenso anunciado en una peña carnavalera de San Fernando, sita en la Plaza de las Vacas, donde ponían el mejor cazón sin adobo del orbe. No miento si escribo que años después he recreado la jugada del gol del ascenso a Primera, en la puerta de Casa Manteca, ¡con el propio Jaime!, el mismo portero al que Ighalo mandó a dormir con un movimiento de temple y genio que firmaría hasta Pablo Aguado. «Me vencí demasiado pronto», resumió el guardameta manchego.

Dice el escritor Juan Tallón, colchonero de Orense, que «un pueblo que pierde la capacidad para convocar una reunión alrededor de un bar, es un pueblo muerto, da igual que aún tenga habitantes; como pueblo, es un cadáver» y «no importa que las cosas vayan mal, que la situación sea crítica; ningún problema es irreversible si hay sesión vermú». Pues eso.

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