Ángel Montoro se lleva las manos a la cara al lamentar una ocasión perdida. PEPE MARÍN
Granada - Nápoles

Santísima Trinidad

La contracrónica ·

Las plegarias de Diego Martínez por recuperar a Gonalons y Herrera para alinearles junto a Montoro ante el Nápoles fueron escuchadas y agradecidas con una exhibición de oficio, jerarquía y criterio

Viernes, 19 de febrero 2021, 01:22

Lejos de amedrentarse ante la solera del Nápoles, el Granada echó a rodar el balón en Los Cármenes y en su primera posesión lo aguantó ... durante dos minutos. Fue lo que tardó su rival en agarrarlo. Nada era casualidad. Maxime Gonalons, Yangel Herrera y Ángel Montoro vienen a ser la Santísima Trinidad del Granada y las plegarias de Diego Martínez por recuperarles para la ocasión fueron escuchadas y agradecidas con una exhibición de oficio, jerarquía y criterio, cimientos de un triunfo inapelable en la noche de mayor prestigio en la historia del club. Las sucesivas lesiones que les han impedido cincidir más les tenían reservada una gran velada para sentar cátedra. El Nápoles terminó en víctima de un equipo superior. Tanto, que por un momento no se sabía de qué lado estaban ni los millones ni el pasado glorioso de campeón, como si Maradona hubiese jugado aquel amistoso puntual de azul y no de rojiblanco.

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Gennaro Gattuso catalogó al Granada como a un equipo «atípico» en la previa como si le sorprendiese su carácter castrense, asociando quizás el fútbol español a una fiesta ibicenca en comparación al 'catenaccio' tradicional. Gonalons, Herrera y Montoro compusieron el corazón de un acordeón perfecto, al frente de un equipo que, motivadísimo ante la cita, jamás perdió la compostura. Tal que si aquel partido lo jugasen todos los meses, los rojiblancos entendieron que el camino hacia la gloria pasaba por el orden y multiplicaron su concentración a cada fase, implicados en el repliegue y afilados en la presión. Una máquina perfecta que no concedía un palmo de terreno.

Ángel Montoro lució el brazalete y casi sale de Los Cármenes con una oreja de Gattuso. El valenciano bailó y distribuyó en corto y en largo, como a él le gusta, ejecutar del compás de los suyos y prolongación de las intenciones de Diego Martínez como si desayunasen juntos todas las mañanas. A la derecha, Yangel Herrera volvía por sus fueros como si en lugar de con covid-19 hubiese estado hibernando para la batalla, de vuelta a una de sus versiones más expansivas y duro como una roca al choque que se le ofreciese. Entre ellos estuvo el galo, Maxime Gonalons, el único que había jugado hasta la fecha partidos de esa talla. Ordenó y siempre tuvo un ojo en el travieso Insigne, sin miedo si tenía que salir a morder para adelantar la línea. Acabó exhausto y al límite, con malafollá cuando pidió el cambio y empezaron a lloverle balones e italianos a los que driblar.

El martes fue Mbappé, el miércoles Haaland y el jueves Kenedy. El brasileño sirvió el envío soñado para que Yangel Herrera lo conectase con violencia y luego empalmó con el exterior un contragolpe de libro guiado por Machís, uno de esos en los que le suele faltar el temple necesario. Pero era la noche y salía todo, achicados los rivales por la mejor versión del Granada y de cada uno de sus futbolistas. Ahí quedó, convertido en un islote, el nigeriano Victor Osimhen; si le hubiesen marcado en su carrera como ayer entre Domingos y Germán, nadie habría pagado 70 millones de euros por él. El rover Perseverance aterrizaba en Marte y el Granada daba un golpe sobre la mesa en Europa. Sus dos navajazos al Nápoles son solo un aviso, sin miedo a nadie.

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