Creo en los jóvenes. Entre otras cuestiones porque yo también lo he sido. Me generan confianza y admiro sus decisiones para acometer puestos de responsabilidad ... en el sector privado. Por lanzarse sin apenas bagaje a desarrollar tareas que, en teoría, deberían estar reservadas para responsables con más experiencia.
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El viernes llegó Robert Moreno para ocupar el banquillo del Granada que dejó vacante Diego Martínez. En principio parece acertada la decisión, pues si se encontrara un espejo mágico relacionado con el fútbol, y el entrenador gallego se mirara en él, al otro lado del cristal vería con toda nitidez la imagen del recién llegado.
Y digo esto porque encuentro numerosas concomitancias entre ambos. Retrocediendo al primer párrafo considero como la principal que los dos son muy jóvenes. La esencial, sin embargo, es que uno y otro nacieron entrenadores, al no haber tenido que pasar la reválida de jugador profesional para sentarse en los banquillos de la élite.
Su experiencia es la seguridad que tienen en sí mismos de alcanzar el éxito, sin haber cosechado triunfos pretéritos continuados. A ello habría que añadir la formación, ilusión, ambición, el conocimiento del mercado, y lo más importante, la idea de colectividad para contar con un vestuario unido, generoso y solidario, que es parte de la herencia recibida.
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Otra analogía es la locuacidad. A los dos les gusta hablar. Expresar sus conceptos públicamente. Diego lo ha hecho mientras añadía contenido a su currículo al frente del Granada. Robert alega que está seguro de mejorar la herencia recibida y añadir éxitos al suyo.
Como entrenador, Robert Moreno ha sido esencialmente segundo hasta ahora. Pero en los banquillos hay segundos que ven el fútbol con más nitidez que los primeros. Por tanto, habrá que otorgarle el beneficio de la duda. Simplemente porque sería injusto no hacerlo y además, la duda ofende.
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