Ángel Castellanos y su esposa, Emi Rodríguez Ruz, juntos en el Mirador de San Nicolás en una foto de archivo. R. I.
Memoria de Castellanos

«Ángel tenía mucho amor propio y el Granada le dolía»

La viuda del legendario exfutbolista de Granada y Valencia, Emi Rodríguez Ruz, será obsequiada junto a sus hijas y sus nietos por el partido con los ches tras el fallecimiento de su marido el pasado 2 de enero

Miércoles, 3 de abril 2024, 01:05

Granada y Valencia no tendrán este jueves en Los Cármenes a Ángel Castellanos como espectador de lujo en el palco, leyenda de ambos clubes en ... las décadas de los 70 y los 80, pero sí a quienes más le quisieron fuera de los vestuarios de sus equipos. Su esposa, Emi Rodríguez Ruz, y sus hijas Valle, Paula y Emi, además de sus nietos, serán obsequiados en memoria del mito fallecido el pasado 2 de enero a los 71 años, tras pasar los últimos lidiando con el cruel Alzheimer. «Estos homenajes nos hacen sentir un orgullo increíble», agradece la viuda a IDEAL.

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«Ángel era una persona de mucho carácter, muy suyo, pero también la más educada y caballerosa que conocí en mi vida», le describe Emi Rodríguez Ruz, quien rememora cómo «siempre dejaba pasar a los demás» y jamás en su vida le dejó «coger una bolsa». «Tenía una educación fuera de lo normal, conmigo y con todos. Fue muy buen marido y también padre. Tenía temperamento, pero no el del campo, donde a veces se le iba la olla y se revolvía si le hacían algo; en casa, el único defecto que quizás tuviera fue la impaciencia», bromea.

Ángel Castellanos conoció a Emi Rodríguez Ruz en la tienda de moda EMA que regentaban sus padres al poco de firmar por el Granada procedente del Sabadell en 1972. Él acababa de cumplir los 20 años y ella, ni eso, a falta de unos meses aún. «Tuvo un flechazo por mí, pero yo estaba en mi mundo, en el ambiente universitario de Granada, y era totalmente ajena al fútbol. Ni me había fijado nunca en los futbolistas ni me impresionaba que lo fuera, aunque mis padres sí eran aficionados. Sin embargo, se fue juntando con la pandilla de mis hermanos y poco a poco consiguió conquistarme», recrea.

Hay quienes saben que la razón por la que Ángel Castellanos empezó a usar su icónica barba fue un corte con los tacos por un botazo accidental de un compañero durante un entrenamiento que le abrió una herida sobre el bigote por la que tuvieron que coserle trece puntos; pocos, que la mantuvo en parte para seducir a Emi. «Ya llevaba un tiempo detrás de mí y yo no quería nada, pero al verle con ella le dije que le quedaba muy bien y ahí siguió con ella, a 'pico y pala'», ríe.

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«Tenía un carisma increíble, muy especial; nunca pasó desapercibido en ningún lado, desde que nació creo yo», comparte. Ángel y Emi fueron enamorándose durante sus paseos por el Albaicín o el Sacromonte, teniendo un hogar en el Carmen de Las Tomasas que por entonces pertenecía a los abuelos paternos de su ahora viuda. Corría el año 1976 cuando, en pleno frenesí, el Valencia fichó a Castellanos; a los pocos meses de irse, el ya futbolista che le pidió matrimonio. «Nos casamos a mitad de temporada porque, de tanto que echaba de menos su vida en Granada, habría dejado el fútbol», sostiene.

Fue en Mestalla donde Emi empezó a acudir a a sus partidos. «Aprendí a entender el fútbol al verle jugar a él», admite. «Tenía muchísimo amor propio y pundonor; le gustaba ir el primero siempre. Y lo entendía muy bien, o al menos eso creo yo; creo que fue un adelantado a su época, eso lo he pensado siempre», abandera. «Tranquilizaba a sus compañeros y les decía que subieran al ataque para que se luciesen. '¡Vete, vete, que yo me quedo!', les decía», le imita. A juicio de su viuda, Ángel Castellanos arrastró «una fama de duro peor de como realmente era». «Tenía su genio pero, si no le hacían nada, no entraba al trapo; de hecho, nunca lesionó a nadie en su vida», señala. Nada que no fuera en menoscabo, eso sí, de lo que califica como 'sus recursos': «Algo tenía que hacer para ganarle a Santillana de cabeza...». «Era competitivo en todos los deportes, incluso en las cartas. Mi abuelo solía decirme que, por lo estratega que era, debía ser muy inteligente», rescata.

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Ángel Castellanos, a su vuelta al Granada. González Molero

Ángel Castellanos tuvo «clarísimo» que quería retirarse del fútbol en Granada, algo que hizo en 1987, y quedarse a vivir en la ciudad desde entonces. «Todo lo invertía aquí. Yo estaba muy a gusto en Valencia y no me habría importado quedarme un poco más allí quizás, aunque no cambie mi tierra por nada del mundo, pero los dos echábamos de menos los domingos invernales de Granada al sol en una terracilla», brinda. Tanto a su vuelta como en Valencia, su marido vivía las victorias y las derrotas de los rojiblancos: «Lo pasaba muy mal con el Granada, le dolía muchísimo cuando perdía; se sentía granadino. Aunque no le gustara hablar mucho de fútbol, ni exaltarse viendo los partidos, yo se lo notaba por dentro», cuenta Emi, que recuerda su admiración particular por Mikel Rico, quizás por asemejársele.

A Emi no dejó de impactarle nunca el cariño con el que a Ángel Castellanos le paraban por la calle cuando paseaban. «Fue muy admirado», se congratula. Ahora le conmueven los gestos de sus excompañeros y de quienes no dejaron que cayera en el olvido. «Fernando Aguilera aquí o Manuel Botubot, Ricardo Arias, Fernando Giner, Miguel Tendillo e incluso Mario Kempes de Valencia le respetaron mucho, porque les imponía la serenidad que transmitía. Siempre nos sentimos muy afortunados por todos los amigos que tuvo; todo el mundo nos abrió sus puertas», agradece. Este jueves sentirá los aplausos de Los Cármenes.

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