Un vecino pone un cartel donde se denuncia que se vende droga en Correo Viejo, en el Albaicín. pepe marín

La zona del centro de Granada donde «se vende droga con total impunidad»

Los vecinos del entorno de la calle Calderería claman por más seguridad, pues denuncian que frente a sus casas hay trapicheos o ruido y suciedad de gente que está de marcha

Domingo, 13 de noviembre 2022

Calderería tiene dos caras: una de día y otra cuando cae la noche. La primera es más amable y tiene rasgos de turista despistado;la ... segunda es indeseable: da asco y miedo y la culpa es del ocio nocturno. Lo denuncian los vecinos de esta zona del Albaicín, barrio harto de alertar de que las autoridades están muy preocupadas por el paisaje, pero muy poco por el paisanaje.

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«David Bowie lo sabe y tu mamá también, hay cosas en la noche que es mejor no ver», cantaba Santiago Auserón y su banda cuarenta años antes de que a Miguel no le quedara más remedio que darles la razón. Es vecino de la calle Correo Viejo, que conecta Calderería y Elvira con un trazado laberíntico.Vive allí desde hace ocho años y está «amenazado» por un grupo de chavales que se dedican a trapichear a dos palmos de la ventana por donde se asoman sus dos hijos pequeños. «Mi calle la tienen como punto fijo para trapichear. Pasan los años y cambian las personas que lo hacen, pero al final siempre es lo mismo. Empezaron con marihuana y, ahora, ya están moviendo otras cositas», critica este hombre, que está cansado de tener que ver esas cosas cada día.

Captura de un vídeo donde se ven chicas vomitando en la calle. i deal

Y cada vez durante más horas, cuenta. En el caldo de cultivo se mezclan varios ingredientes, entre los que tiene que ver el turismo de masas, la particular fisionomía del Bajo Albaicín y, por supuesto, el ocio nocturno. La zona se ha convertido en un clásico de la noche. Hay discotecas, pubs y hasta negocios de comida rápida que se mantienen abiertos hasta bien entrada la madrugada. Y todo ello es un cóctel letal para unos vecinos que dicen estar tan hartos como impotentes.

No obstante, en una esquina de la calle de Miguel alguien ha puesto un cartel de 'se vende' con bastante mala leche. «Se vende droga: con total impunidad», se puede leer. Es como un grito desesperado. Pues allí no se sabe qué hacer para que estas conductas se terminen. «Yo no voy en contra de que alguien se busque la vida como quiera, pero siempre y cuando no me 'joda' a mí. Si es así, entonces ya vamos mal», señala este hombre.

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Viaje al fondo de la noche

Pero este problema no es el único de la zona. A este lugar no solo se va a comprar o a vender droga, también a consumirla, con todo lo que ello implica. José Miguel ha visto de todo desde su ventana, que mira a la empedrada y suave cuesta de Calderería. Este vecino reconoce que duerme poco, pero no por gusto, sino por todo lo que se monta junto a su vivienda cuando cae la madrugada.

Chicos jóvenes usan su calle y la de los alrededores para hacer todo lo que no le permiten en la pista de baile de los establecimientos de marcha cercanos. «Vomitan, se pelean, mean y se meten rayas, pero lo peor es que nada de lo que hacen lo hacen en silencio. Todo lo contrario, se entera todo el barrio», ironiza este chaval, que no entiende por qué la Policía no hace nunca caso cuando les alerta, algo que ocurre continuamente; sobre todo durante los fines de semana.

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«¿Irme a otro lado a vivir? No me voy a ir yo del barrio en el que llevo toda la vida para que otros vengan a mear»

José tiene un negocio en esta calle, en la que calcula que lleva unos 30 años. Prefiere no dar su nombre real porque ya ha tenido más de un encontronazo con unos y con otros. La convivencia es algo turbulenta. Se queja de golpes en las cancelas, de suciedad que se cuela entre las ranuras de las tiendas o teterías cuando están cerradas y hasta de robos. Confirma que suelen ser chavales jóvenes que se descontrolan de fiesta, y que su presencia atrae a pequeños grupitos delictivos que tratan de hacer negocio con ellos.

Para él, el problema se reduce a que nadie se hace cargo de todo lo que conlleva el turismo masivo y el ocio nocturno en algunas zonas como la suya. «Llevamos años exigiendo más policías y cosas tan fáciles de atender como que haya aseos públicos en el Casco Histórico... pero nada.Recuerdo que hace unos meses presentaron una Policía de barrio, pero aquí no se ve a nadie casi nunca», cuenta él, que alerta de que todo ello produce un estado de «impunidad» que favorece el efecto llamada.

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Miguel no quiere irse del barrio, aunque se lo ha pensado más de una vez. Josemi, en cambio, no lo hará aunque esté de alquiler. «¿Irme yo? Que se vayan ellos, que aquí vive mi madre, mi tía... yo no pienso moverme para que vengan otros a mear», dice tajante. En conocimiento de todo esto está la asociación de vecinos del Albaicín, que en cada junta municipal de distrito pide que se escuche y atienda las reivindicaciones de las personas que viven diariamente en el barrio. Alertan de que este se morirá si los vecinos de toda la vida se acaban yendo. «Ese es el problema, muchos de los nuevos, ya se lo están pensando. Y si lo hacen, toda la ciudad se acabará arrepintiendo», advierten.

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