El pueblo de Granada con 70 vecinos y cuatro millones de abejas
Carolina García, una joven de 32 años, monta en Sillar Baja un apiario con 200 colmenas rodeado de olivos y pistachos
Carolina lleva adrenalina en su Jeep por si la cosa se pone fea. Es alérgica al veneno de las abejas y la propietaria de una ... explotación con 200 colmenas y cuatro millones de ellas. De abejas. Son sus niñas. Se le ilumina la cara cuando cuenta sus usos y costumbres y se enorgullece de «lo inteligentes que son». Las conoce perfectamente y adora las dinámicas de la floración, de los zánganos, de las reinas. Ella es la reina de las abejas y no lo piensa dejar a pesar del miedo a que su cuerpo reaccione con un desmayo ante el picotazo. «Si no les haces nada... no pican», dice mientras se aparta una del dedo con total calma.
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Con 32 años, Carolina García es feliz en un pueblo de 70 habitantes –censados–. En la vida cotidiana, no superan las 30 almas. Se llama Sillar Baja y es un anejo de Diezma, a unos veinte minutos en coche de Guadix. No tiene carencias. Solo alegrías en este puñado de casas organizadas entorno a un consultorio médico y un centro de mayores que ahora es bar y tienda. El negocio se llama Sierra de Arana y abre mañana y tarde todos los días menos los lunes y los martes. Lo lleva una pareja joven y también hay otro par de veinteañeros que son la hermana de Carolina, Encarni, y su novio. Ellos trabajan en una empresa de jardines y son los que adecentan el pueblo, que luce limpio y bien cuidado en una de las últimas tardes de octubre.
No hay término medio. El resto de vecinos son bastante mayores y no hay ni un solo niño. Hay silencio y un par de perros que salen al encuentro de quien pasa, si es que pasa alguien.
Carolina es agricultora y apicultora. Tiene en Sillar una finca de pistachos, olivos y las colmenas y vive allí junto a su marido, que tiene una granja de cabras.
Esta apasionada de las abejas es de Tocón (Quéntar) y allí pasó su infancia y sus días escolares. Después se fue a estudiar el instituto a Granada y vivía en la residencia Virgen de las Nieves, interna, y allí fue donde conoció a su marido, por el que cambió su rumbo y acabó en Sillar Baja, de donde él sí es originario.
Inicialmente, Carolina quiso ser psicóloga y estudió Psicología. Ejerció con niños con discapacidad y aunque le llenaba sabía que no era lo suyo. Ni la ciudad, ni el estrés, ni la profesión.
«Entonces pensé en venirme al campo, pedí una subvención y monté la finca», cuenta esta agricultora que decidió arriesgar con los pistachos y sembrarlos junto a los olivos.
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Mientras que poner una planta de olivo cuesta 90 céntimos la del pistacho valía 12 euros. Además los árboles del fruto de moda son delicados y tardan muchos años en arrancar, pero ella no tiene prisa. Confía en su inversión y piensa vender los pistachos sin intermediarios como ya hace con la miel y el aceite.
Espabilada, resuelta, con ganas de comerse el mundo desde este rinconcito de la provincia de Granada, Carolina madruga y cuida su finca, apodada La Patrona –como sus productos– en alusión clara a que ella es la jefa y la que domina estas artes rurales, después de haberse formado e informado.
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Se las llevó a Almería
Carolina cuenta con entusiasmo las curiosidades de sus abejas, cómo se las llevó a Almería veinte días para que creasen miel con unas flores almerienses muy buenas. Entiende de este mundo apícola y se relaciona con ellas con la mirada de cuidados de su familia que siempre la acompaña cuando hay que recoger la miel.
La joven agricultora se enfunda en su traje protector y revisa cada día que las abejas estén bien, que tengan alimento e incluso mimos. La miel de romero de La Patrona ha sido todo un éxito y confía en poder vivir de su negocio desde la tranquilidad que da Sillar Baja.
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Para luchar contra la despoblación lo tiene claro. «Que se conozca el mundo rural, que los niños sepan de agricultura y ganadería y que se apueste también por las mujeres» porque para Carolina, son las que pueden fijarse al territorio y asentar la vida en los municipios pequeños.
La apicultora defiende la vida en Sillar porque no le falta de nada. «Tenemos ocio, vamos a Guadix que está aquí al lado», expresa esta emprendedora que disfruta con un paseo entre sus árboles que crecen poco a poco en este cerro rodeado de silencio. Después pasea por el pueblo. Saluda al único que pasa, su primo y sonríe al ver la primera chimenea encendida, mientras sus abejas descansan en sus colmenas y se esconden del frío que llega temprano a Sillar Baja.
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