Javier vive y teletrabaja en su pueblo de toda la vida Javier Martín
Yo soy de pueblo

Una oficina con vistas a Sierra Nevada

Javier vive y teletrabaja en Cortes y Graena, el pueblo en el que se crió y al que volvió durante la pandemia

Viernes, 19 de septiembre 2025

Javier Contreras sube con calma las escaleras que le llevan a su oficina diaria mientras remueve el café que se acaba de preparar en su ... propia cocina. La imagen del despacho se asemeja al de cualquier empresa de una gran ciudad, pero se encuentra en Los Baños, en Cortes y Graena, una pequeña localidad situada al norte de la provincia de Granada. El teletrabajo llegó a muchos hogares de mano de la pandemia y lo hizo para quedarse. La consolidación de esta práctica fue lo que llevó a Javier a volver a su pueblo de toda la vida hace ya cinco años.

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Desde entonces, tiene la certeza de que vive cada día con una fortuna al alcalde de muy pocos. El sol se empieza a colar entre las teclas de su ordenador a primera hora de la mañana. La luz incrementa a medida que pasan las horas e invade por completo su lugar de trabajo. Un ventanal que abarca casi toda la pared que hay frente a su escritorio es el responsable de esta imagen. Al fondo, Sierra Nevada despierta junto a una nueva jornada laboral de Javier. «Qué ser humano diría que no a cambiar Madrid por estas vistas», expresa. Desde una silla privilegiada cumple sus funciones de informático para una empresa en la que desarrolla proyectos internacionales. Ahora, sus compañeros son telemáticos y se encuentran en puntos tan dispares del planeta como Colombia, República Dominicana, en Dubai o Londres. Con ellos habla día a día, mantiene videoconferencias y comparte impresiones de una labor que, pese al cambio de ubicación, no ha sufrido ninguna alteración en las funciones. «Esta oportunidad ha supuesto un giro radical a mi vida», relata.

Otra vida

Aún siente estrés y agobio cuando recuerda los 15 años que pasó en la gran ciudad. Sin apenas tiempo ni contacto humano con quien compartía piso, se convirtió en un robot que pasaba horas y horas en el metro, los días que no se quedaba atrapado en algún atasco infernal. Pese a que tuvo la oportunidad de instalarse de forma definitiva en Madrid, reconoce que la simple idea le causaba escalofríos. Nunca abandonó el objetivo de regresar su tierra. Cinco años después, no imagina la vida alejada de su pueblo natal. Ha cambiado un cubículo de dimensiones reducidas en un bloque de pisos, sin vistas ni balcón, por una casa de dos plantas con terraza y porche. El ruido y el tráfico por la quietud y la serenidad de un nuevo entorno. «Esto uno no se lo puede permitir e cualquier ciudad», admite. En Madrid pagaba un alquiler muy elevado por un piso irrisorio. Trabajar en remoto le permite, además, disfrutar de uno de sus principales hobbies: la agricultura. Pasea con calma rodeado de olivos, almendros o granados en un paraje de ensueño que se adentra y deja a todo el que acude al lugar inmerso en el Geoparque. «Esto no se cambia por nada», dice. Pierde su mirada en el entorno, al tiempo que disfruta de paz y tranquilidad. Desde que volvió a Graena puede dedicarse a una de sus pasiones. En este tiempo ha incrementado sus conocimientos agrícolas y ha llegado incluso a plantar semillas de nashi, una especie de pera que se cultiva solo en Japón.

En familia

Disfrutar de su hija, que esta pueda crecer en un ambiente sano y libre de contaminación, con una infancia como la que él tuvo cuatro décadas atrás fue otro de los motivos que le llevaron a dar este paso. «Puedo hacer algo tan simple como llevar a mi hija al colegio o al médico», relata con orgullo. Los vehículos circulan por Graena de cuanto en cuanto. Sus callejones suben y bajan y sacan a la luz recovecos con un encanto particular, como de otra época. Una época que hace que Javier recuerde que el pueblo huele a chimenea durante el invierno y a pimientos asados las mañanas de verano, una seña de identidad difícil de olvidar.

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En el centro del pueblo, mantienen año tras año sus tradicionales fiestas. Quién estaría dispuesto a faltar a esta cita anual con sus amigos de toda la vida. Justo enfrente, una pequeña iglesia mantiene una fe que perdura en sus vecinos pese al transcurso del tiempo. «Este es uno de nuestros puntos de encuentro cada verano», asegura. Estos encuentros se viven con cercanía y confianza, con alegría y familiaridad, lo que explica las razones por las que Javier no concibe una realidad alejada del pueblo en el que nació y se crió y donde ahora reside con su propia familia.

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