El pasado sábado falleció en su casa de Madrid Gonzalo Jiménez-Blanco, a los 57 años, después de una larga y cruel enfermedad. Gonzalo nació ... en Granada, hijo del conocido abogado y político de la Transición, Antonio Jiménez Blanco, con quien guardaba un extraordinario parecido físico.
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Su infancia en Granada, en una familia numerosa de seis hermanos, típico ejemplo de la España del baby-boom de los años sesenta, le marcaría en su caminar por la vida. Mantuvo siempre sus amistades de la niñez -incluso en la distancia del tiempo y del espacio-, y nunca dejó de sentirse granadino.
Amaba el esquí, que había aprendido en Sierra Nevada, y lo practicó hasta que la enfermedad le cortó las alas, y, por supuesto, era un gran aficionado al Granada CF, del que fue abonado en los tiempos gloriosos de la presidencia de Cándido Gómez.
Gonzalo se trasladó a Madrid con su familia a los 17 años, y allí construyó una carrera profesional extraordinaria, conquistando todas las plazas que se propuso: ICADE, Abogacía del Estado, CNMV, ICO, British Telecom, hasta finalmente ser el director en España de Ashurst, firma internacional de abogados en la que marcó una huella que aún perdura. Fue un gran impulsor del arbitraje jurídico en España, y también fuera de ella, pues su prestigio no conocía fronteras. Asimismo, fue un autor prolífico en temas de su especialidad, e incluso hizo sus pinitos en la literatura. También colaboró con este periódico como columnista político y de actualidad.
Sin embargo, todos estos logros quedan empequeñecidos por su talla personal. Su extraordinaria empatía, su capacidad de hacer amigos, su trato personalísimo con la gente que trabajaba con él, han dejado una marca indeleble en tantas personas que hoy son legión. Como dijo el sacerdote en la misa funeral, se ha creado un movimiento a su alrededor, el 'gonzalismo', que ya cuenta con cientos de afiliados.
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Sus capacidades y virtudes personales se acrecentaron con la enfermedad, que afrontó con una dignidad y serenidad encomiables. Jamás se quejó, y siempre tuvo una sonrisa -o una carcajada- para quien fue a visitarle. Aun sabiendo que su pronóstico era irreversible, su bonhomía no decayó nunca, y su ejemplo perdurará entre nosotros por siempre. Haciendo bueno el aforismo de Ovidio que tanto le inspiraba, 'tendit in ardua virtus' (la virtud crece en la dificultad), Gonzalo fue agrandando su figura en la enfermedad, hasta convertirse en un verdadero gigante de nuestro tiempo.
Descansa en paz, hermano. Te vamos a echar mucho de menos.
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