Antonio Soler: «Escribir es confesarse»
El autor malagueño, que acaba de publicar 'Lausana', defiende una literatura que remueva «algo en el interior de los lectores»
CÉSAR COCA
Lunes, 7 de junio 2010, 03:53
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Antonio Soler (Málaga, 1956) aprovecha un viaje en tren entre Ginebra y Lausana, 51 minutos por el borde del lago Leman, para indagar en ... el pasado de una mujer, sus temores y frustraciones, su lejano pasado y su etéreo presente, sus sueños rotos y su sentido de la culpa. En su última novela, titulada precisamente 'Lausana' (Ed. Mondadori), Soler, uno de los escritores más galardonados del panorama español, reflexiona sobre la soledad, el dolor y la vejez, temas que no puede eludir la literatura que aspira a «remover algo en el interior de las personas».
Como sostiene en esta entrevista, el trabajo del escritor es un viaje al fondo de uno mismo en busca de materiales que debe sacar a la luz, y hay algo de sufrimiento y de alivio en ello. «Escribir es confesarse», asegura el autor malagueño.
-En sus anteriores novelas ha escrito sobre la adolescencia, la Guerra Civil y sus fantasmas. Ahora publica una novela en la que todo lo que pasa es un paisaje por la ventanilla de un tren y una sucesión de recuerdos. ¿Un cambio de rumbo literario?
-En mi anterior novela, 'El sueño del caimán', ya entraba algo en ese territorio, aunque el peso de la postguerra marcaba el texto. En esta, mi propósito era meterme durante 51 minutos, lo que dura el viaje en tren de Ginebra a Lausana, en otra cabeza. Ver el mundo con otros ojos, indagar en sus recuerdos, sus frustraciones, recomponer escenas de una vida. No una vida entera, porque entonces habría necesitado un viaje en el Transiberiano...
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Crear una voz de mujer
-Eso sí, la Guerra aparece también. El marido de su protagonista es hijo de exiliados.
-Es que no me podía desembarazar de todo eso de un plumazo. Esos personajes no se pueden comprender sin un pasado. El viaje en tren supone algo así como suspender el tiempo, pero no se puede privar a los personajes de sus raíces. La gente que ya tiene una edad atesora esas experiencias. Incluso la elección de marido por parte de la protagonista está marcada por eso: ha visto cómo ha vivido su madre junto a él, y aunque lo admira profundamente no quiere pasar los años con alguien como él, no quiere llevar la existencia que ha tenido su madre.
-La narración corre a cargo de una mujer. Las escritoras suelen decir que los hombres tienen dificultades para adoptar una voz femenina. ¿Qué opina?
-Las novelas responden a obsesiones de los escritores y a mí siempre me ha interesado el mundo femenino porque aporta cosas nuevas. Cuando era niño, en las reuniones familiares, con frecuencia se formaban un grupo de hombres y otro de mujeres. Los primeros hablaban de coches, de trabajo. Y ellas de relaciones, de sentimientos. A mí me gustaba mucho más estar con las mujeres. Así que llevaba un tiempo intentando escribir algo así. De momento, las que han leído la novela me han dicho que les parece bien cómo he diseñado esa voz narrativa.
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-Un tema vertebrador de su novela es la vejez. Y la visión que ofrece es amarga.
-Sí, tengo una visión amarga de la vejez, como la de la mayoría, supongo. Además, la sociedad lo dice así: los viejos no tienen ya nada que hacer y han de vivir en función de los demás. La vejez está socialmente desprestigiada. Hubo un tiempo en que era lo contrario. Creo que yo ni siquiera he vivido esa etapa de prestigio, pero es que ahora es materia de saldo. La protagonista de mi historia, al borde ya de la ancianidad, descubre que ella, como el resto de los personajes, se ha dejado llevar por el río de la vida. Descubre que pese a todo lo sucedido, infidelidades, pequeñas traiciones, todos son inocentes.
-En una escena, se da cuenta de pronto de que su p adre es mayor y eso se le hace casi insoportable. ¿Esa conciencia del impacto del tiempo es cada vez menos llevadera en nuestros días?
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-Ella asume lo que todos debemos asumir en una edad no muy tardía: que su padre es frágil y que ni siquiera él está salvo de todo. Entonces, el mundo entero se le hace frágil.
-¿Se puede escribir de la vejez con 20 años o hay que haber vivido bastante para ello?
-Escribir de la vejez con esos años es un ejercicio de imaginación que se lo pueden permitir muy pocos. Me sorprendió, hace un tiempo, la madurez con que lo hacía Andrés Barba, con menos de 30. Pero lo normal es tener una madurez y un conocimiento práctico de en qué consiste el recorrido de la vida. Eso es lo fundamental: percibir lo que la vida nos va dejando.
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La vejez no vende
-No parece un gran tema para los medios audiovisuales, que eluden la vejez como si les quemara. ¿Qué pasa con la literatura?
-No tiene la carga peyorativa que en el cine, por supuesto. En el mercado social, la vejez no vende. Pero la literatura que no cae en pretensiones comerciales no puede tener esos prejuicios, aunque seguramente la que se crea con un afán exclusivo de vender también eludirá en lo posible la vejez. Ahora bien, si lo que nos interesan son libros que remuevan algo en nuestro interior, nos tiene que estar permitido hablar de la vejez, de la enfermedad, del paso del tiempo...
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-Philip Roth lleva años haciéndolo. Su libro está vagamente emparentado con los suyos.
-Me halaga eso, porque Roth es un escritor maravilloso. También hay, quizá, otro elemento en común: el sentido de culpa. En su obra es una constante y en esta novela es lo que arrastra a la protagonista. Tanto que llega a considerarse culpable del adulterio de su marido, llega a pensar que algo habrá hecho ella mal...
-En su novela se combinan el viaje físico, de Ginebra a Lausan a, y el espiritual, al interior del personaje. En el fondo, ¿toda la literatura es literatura de viajes?
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-Me parece que sí. 'La Odisea' es un viaje, sobre todo al interior del ser humano. La gran aventura que hoy podemos acometer es a nuestro propio fondo. Toda literatura es una exploración. Si no fuera así, no tendría ningún sentido.
-Una exploración que no tiene mapas ni guía.
-Por eso es tan delicada. Todo el material está en un uno mismo y lo que hay que hacer es sacarlo al exterior. Escribir de esa manera es reparador, tiene efectos terapéuticos para quien lo hace, es como una confesión, como una descarga de culpa. Sí, creo que cuando te implicas a fondo, cuando arañas en tus paredes internas para que afloren cosas, escribir es confesarse.
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-Y mostrar la propia soledad. Otro tema m uy presente en esta novela, asociado a la vejez.
-Ese es uno de los grandes riesgos sociales. En la vida hay etapas de expansión: la adolescencia, la juventud, donde el grupo y su pertenencia a él son esenciales. Pero luego pasa todo lo contrario, y uno termina siendo una caricatura de sí mismo. Llega una etapa en la que lo que se quiere es preservar el propio mundo y tratar de no salir de él. Y la sociedad hace que te aísles.
Pérdida de referencias
-¿Por eso es tan duro para los ancianos que vayan muriendo sus amigos, que desaparezcan incluso los paisajes de su infancia?
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-Una de mis abuelas vivió 103 años y durante tiempo pensé eso: que ella vivía ya con gente que había nacido mucho después, y en una ciudad, Málaga, que no se parecía en nada a la que ella había conocido. Con los años vas aislándote y cayendo en la trampa de pensar que antes las cosas y las gentes eran mejores. Lo que no es cierto, está claro.
-Hablando del paso de los años, ¿piensa que la evolución social hará posible que perdure la literatura que se está haciendo hoy o eso sólo es posible ya para los grandes autores hasta el XI X y principios del XX?
-Estamos en un momento de transformación radical de todo lo relativo a la comunicación, tanto la información como la literatura. Lo audiovisual no debería acabar con los libros, y no lo digo como autor, sino como ciudadano. Cualquiera que lea tendrá una capacidad de abstracción mayor. El lenguaje es lo que ha diseñado nuestro cerebro. Cada época ha tenido escritores de éxito y otros que no han tenido tantos lectores pero han durado más en el tiempo. Yo me tomo la literatura como una actitud vital que me alimenta a diario.
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