LuIs García Montero, Alejandro Víctor García, Carlos Cano y Paco Martín Morales, en un acto cultural. JUAN ORTIZ
Crónicas granadinas

Cada vez reímos menos

Tito Ortiz

Cronista oficial de la Ciudad de Granada

Domingo, 19 de octubre 2025, 00:09

Esta sociedad que nos ha tocado vivir nos está borrando la risa de la cara y, si me apuran, hasta la sonrisa. Es verdad que ... después de leer el periódico por la mañana, oír la radio o ver un telediario habría que ser de corcho para esbozar aunque solo fuera una muesca de esas que se quedan a caballo entre la comedia o la tragedia. La actualidad del día, la carestía de la vida, lo ajustado de las pensiones, el deterioro de la sanidad, la gente que muere antes de que les llegue la ayuda domiciliaria, la corrupción, el independentismo, el genocidio o la olvidada Ucrania hacen que a uno se le rebote el estómago y le den arcadas y, de esa guisa, es muy complicado tener ganas de nada.

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Tal vez por eso –si observamos a la gente por la calle, en el metro o el autobús– el personal lleva un rictus nada optimista; incluso me atrevería a decir que algunos portan un ceño fruncido, una mirada que desparraman con desconfianza y, si te acercas a preguntarles la hora, hasta es posible que te gruñan o te espeten: «¡Déjeme a mí tranquilo, que yo no le he hecho nada!».

Echo de menos aquellos tiempos en los que entrabas a un bar y no se oían más que risas y carcajadas; el tomarse unas cervezas con los amigos se convertía en una especie de competición para ver quién contaba el chiste más hilarante y descabellado.

Ahora pones el oído y solo escuchas los meses que llevan de retraso para que les hagan las pruebas en el hospital; lo del niño de treinta años con carrera que sigue viviendo en casa y sin trabajo; que no se puede dar un paso por 'Graná' de tanto turista, o lo que ha subido la cesta de la compra y que así no se puede llegar a fin de mes.

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Actos culturales

Con el horizonte puesto en 2031, Granada se ha convertido en la ciudad donde más actos culturales se celebran a diario de todos los contornos. Si observamos la agenda de citas, es imposible asistir a todos; yo diría que ni siquiera a dos de ellos. Los hay para todos los gustos: artísticos, literarios, musicales o divulgativos de la ciencia. La oferta es tan grande que no recuerdo mayor ebullición cultural en Granada desde que existo, y ya tengo unos años. Esto debe congratularnos, porque engrandece la vocación granadina desde hace siglos, que se apoya en nuestra historia, patrimonio, bagaje científico, belleza del paisaje, gastronomía y servicios. Hasta ahí, todos de acuerdo.

Pero he aquí que vengo observando con preocupación la actitud de intervinientes y asistentes a estos actos, en los que echo de menos la soltura, la relajación y la empatía, que no van en detrimento de la importancia del evento cultural del que se trate. Existe la errónea creencia de que una cita cultural abierta al público, cuanto más seria y rígida se produzca, es más importante y eleva su nivel, asunto este con el que estoy en desacuerdo, pues una sonrisa al auditorio o una chanza bien enlazada no desmerecen ni desacreditan la importancia de lo presentado.

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He asistido a alguna presentación de un libro sin mayor ambición de trascendencia en la que más me parecía estar en una misa corpore insepulto, pensando los responsables que de esta manera se elevaba de nivel el acto en cuestión, y tengo que decir que no. Que sobran envaramiento, palabras grandilocuentes y eses forzadas; que cuanta más importancia tiene lo presentado, más sencillo debe ser lo expresado. Un acto cultural es una oportunidad para la alegría y el encuentro entre afines, para empatizar con el auditorio y congratularse de la respuesta asistencial obtenida.

Sonría, por favor

Cualquier acto cultural al más alto nivel debe ser objeto de celebración relajada y jocosa, una oportunidad para comulgar con lo común que nos convoca; para sentirnos unidos con aquellos del estrado y sus obras; para congratularnos con la ciencia y las bellas artes sin pensar que si no adoptamos una postura seria y envarada estamos desmereciendo lo que nos convoca. Muy al contrario, estamos entre iguales de los que aprendemos y nos enriquecemos por su trabajo, y esa admiración bien vale una sonrisa o un abrazo.

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De hecho, los mejores chistes que he escuchado en mí vida han sido en los distintos velatorios a los que por razones de edad asisto ya con demasiada frecuencia. No creo que haya un lugar menos propicio, pero esto pasa desde que el mundo es mundo: la sonrisa sirve como arma defensiva ante el dolor y la tragedia.

No hay nada más serio que jugarse la vida haciendo arte, y eso es lo que hacen los toreros. Recuerdo, en aquel viejo televisor de madera marca Vanguard de un solo canal en blanco y negro, ver las corridas de toros televisadas con la voz del maestro Matías Prats, en aquellos años sesenta, en las que intervenía con frecuencia uno de los mejores toreros que he conocido, pero también el más serio durante la lidia: se trata del maestro salmantino Santiago Martín, 'El Viti', posiblemente el torero más grande de época que ha dado esa ciudad. Aquella tarde, como casi siempre, triunfó; y estando dando la vuelta al ruedo, una señora desde el tendido le arrojó su abanico, en el que había intercalado una tarjeta con algo escrito. El matador cogió la misiva, la leyó, y mirando al tendido donde estaba la dama, le dedicó una hermosa sonrisa al tiempo que besaba el abanico y se lo devolvía. La tarjeta decía: ¡Sonría, por favor!

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