«Supo sacar partido a las pequeñas bellezas de la vida»
OBITUARIO PARA IDEALISTAS NO FALLECIDOS ·
A esta granadina le gustaría pasar su último día como cualquier otro. Aprovecha la ocasión, eso sí, para formular en voz alta un deseo: quiere morir sin dolorCLARA PEÑALVER
Sábado, 4 de junio 2022, 23:28
Piensa en la muerte a menudo. Piensa en ella desde la juventud, incluso en una época, la adolescencia, en la que se vive con tanta ... intensidad que resulta impensable creer que la vida tiene fecha de caducidad. Por supuesto, el modo en que percibe la muerte ha ido evolucionando, pero no en un sentido espiritual, pues siempre ha percibido el último aliento como una irreparable y definitiva interrupción de la existencia. La evolución en sus conversaciones con la muerte se debe más bien al implacable paso de los años y a cómo, poco a poco, la gente a la que quiere ha empezado a faltar. «Lo malo no es solo que tú te estés acercando al fin», me cuenta. Lo malo es la desaparición de sus grandes afectos, de sus más entrañables amistades. Y lo peor, según ella, la irrecuperabilidad, no tanto de las personas que se han ido como de las oportunidades perdidas, todo aquello que siente que debió haber dicho o hecho y que no dijo ni hizo.
Publicidad
Si este fuera su último día le encantaría vivirlo como cualquier otro. Aprovecha la ocasión, eso sí, para formular en voz alta un deseo: quiere morir sin dolor. Quizá con los ojos llenos de naturaleza o, por qué no, viendo una película recostada en el sofá. No le disgusta la idea de quedarse dormida para siempre inmersa en la cotidianidad de sus afectos, en compañía de su hermana y acunada por los tranquilizadores ronroneos de sus gatos.
Hoy hablo con María Teresa Martín-Vivaldi, una pintora luminosa capaz de extraer las pequeñas islas de color que brillan en la naturaleza para hacerlas estallar en la belleza de sus cuadros. Nuestra nueva idealista no fallecida me recibe en su casa, un amplio ático donde atesora algunas de las grandes pasiones de su vida. Por un lado, su estudio con su pintura; por otro, su jardín. Y, en todas partes y ninguna a la vez, sus gatos. Lleva puesta una camiseta de Tintín, cuyas aventuras la atraparon sin remedio en la infancia, y las manos llenas de plumas venecianas, recuerdo de su amor por esa ciudad italiana y grandes aliadas a la hora de plasmar sobre el papel lo que sus ojos atrapan de la realidad.
OPERACIÓN 'SALVAR A LAS ORUGAS'
Martín-Vivaldi nació en Granada por cuestiones familiares. «Mi madre se desplazó para dar a luz aquí para estar con su madre, para no estar sola. En Madrid era todo más complicado», me explica. De la infancia en la capital recuerda más bien poco, pues «una ciudad grande para un niño no es ni lo más divertido ni lo más estupendo». De hecho, era como si existieran dos María Teresas. Una, la de ciudad, más parecida a un ratoncillo de biblioteca, encerrada siempre en su dormitorio con un libro entre las manos. La otra, una cara más de la misma moneda, emergía en cuanto llegaban las vacaciones y toda la familia se trasladaba a pasar el verano en el monte de la Serranilla. Nada más llegar allí se despertaban sus instintos más aventureros.
Ella y su hermana se pasaban el verano entero correteando entre pinos, flores de lentisco y romero, buscando bichos bajo piedras y víboras entre matorrales y, cuando era necesario, se movilizaban para un rescate. Nada les importaba el riesgo que corrían. Cuando localizaban a una avispa alfarera construyendo su nido, la acechaban el tiempo necesario, observando cómo, un viaje tras otro, el insecto construía su ánfora de barro en miniatura. Cuando el nido estaba listo, la avispa desaparecía de nuevo. Pero tarde o temprano regresaba y, en esa última ocasión, no traía barro en las mandíbulas sino a una pobre y desamparada oruga. Las niñas aguardaban con angustia a que la avispa introdujera a la oruga en el nido y depositara sus huevos sobre ella. Sufrían pensando en el miedo que la oruga debía de estar sintiendo mientras la asesina terminaba de sellar la que pronto sería su tumba. Cuando por fin se marchaba la avispa, María Teresa y su hermana acudían raudas y veloces a coger aquella diminuta construcción para abrirla y, al fin, liberar a la pobre víctima.
Publicidad
Aquellos veranos de su infancia fueron la cuna de su amor por los animales y, puede que también, con sus escenarios pardos y grisáceos, con sus diminutas y discretas islas cromáticas –aquí una pequeña flor amarilla, allá una mariquita con su rojo caparazón– supusieran la semilla de esa incansable exploración del color que tanto la caracteriza.
EL MÁS DULCE DE LOS ATRACOS
A punto de acabar el instituto, María Teresa tenía un expediente regado de sobresalientes y matrículas de honor, un mérito que acabó siendo su condena. La joven, que siempre había querido dedicarse a la pintura, vio cómo el sueño de su vida se le escapaba de las manos por una decisión ajena a ella. Por aquel entonces no existía carrera de Bellas Artes como tal en Madrid, sólo una escuela, así que, ante tamaño expediente, sus profesores y su padre opinaron que sería un desperdicio matricularse en arte en lugar de hacer una carrera 'como Dios manda'. La carrera 'como Dios manda' acabó siendo Ciencias Políticas y Sociología.
Publicidad
Martín-Vivaldi aceptó, ¿qué otra cosa podía hacer?, sin embargo, jamás dejó de pintar. Mientras estudiaba en la Complutense de Madrid, comenzó a formarse en su tiempo libre de forma autodidacta. Eso la llevó a reservar un espacio en su casa para su gran pasión en una época en la que 'su casa' estaba ya en Granada. Sus padres se mudaron a la ciudad andaluza mientras ella seguía estudiando en Madrid. Cuando venía de visita, se encerraba para poner en práctica cada nueva técnica aprendida, por lo que en ese rincón se fueron acumulando todos sus primeros trabajos.
Al acabar la carrera, Martín-Vivaldi tuvo la suerte de toparse con pocas salidas profesionales en su ámbito de especialización, la antropología social. Así que, empujada por el anhelo de hacer realidad el gran sueño de su vida, decidió que, antes que malvivir dedicándose a algo que no le gustaba, prefería malvivir haciendo cada día lo único en lo que podía pensar: pintar.
Publicidad
Su decisión y un atraco a mano armada, el de su tío Quique García-Trevijano, que se empeñó en montar una exposición –la primera– en el Puerto de Santa María con los trabajos que María Teresa guardaba en su estudio de Granada, catapultaron su gran sueño a la esfera de la realidad.
Tras esa primera exposición en los ochenta del siglo XX llegó otra. Y otra después. Y muchas más a lo largo de los años. Primero en nuestro país. Luego, más allá de nuestras fronteras: Londres, Bélgica, Alemania, Estados Unidos, Canadá…
Publicidad
Su arte ha evolucionado muchísimo a lo largo de los años, pero si algo permanece invariable es esa magnificación del color que queda patente en la mayoría de sus cuadros. «El color brillante es una cosa muy escasa en la naturaleza, la mayoría de las cosas que ves son neutras y grises. Lo que pasa es que el color te llama tan poderosamente la atención, se queda tan grabado en ti, que de alguna manera lo engrandeces», me cuenta.
EL ASOMO DE LA BELLEZA
Martín-Vivaldi desprende la fuerza y la contundencia del color rojo y, al mismo tiempo, la cálida y amistosa cercanía del verde. Intuyo también en ella espontáneos y alegres brotes de amarillo, sin embargo, no logro localizar el azul. ¿Dónde se habrá metido el azul? ¿En qué momentos de su vida aflorará a la superficie? ¿Tiene a alguien cercano, quizá su hermana, que le aporte ese color?
Noticia Patrocinada
Quien me conoce sabe que llevo años relacionándome con el mundo a través de los colores y, pese a que mi, llamémosle, obsesión, es distinta a la de María Teresa, me ha sentado bien descubrir justo en este punto un vínculo entre ambas. Al igual que me está sentando de maravilla escribir estos párrafos.
Martín-Vivaldi es una de esas idealistas no fallecidas cuya historia deberían conocer muchos padres y madres, muchos hijos e hijas. Los primeros, para descubrir que a veces lo que ellos consideran imposible es, simplemente, una alternativa que no han podido o no han querido tener en cuenta. Los segundos, para que la recuerden cuando necesiten reunir valor para atreverse a cumplir sus sueños. No hay metas imposibles, solo mentes asustadas.
Publicidad
Cuando muera quiere ser recordada con la frase «Supo sacar partido a las pequeñas bellezas de la vida». Estoy segura de que así será, pues esas pequeñas bellezas son las que hacen de la vida algo grande. Pero hasta que eso ocurra aún quedan muchos, muchísimos años. Mientras tanto, viva en paz.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión