«Sigue a un camionero y te llevará a comer a un buen sitio»
Vasco de alma inquieta, cocinero de fondo hondo y verbo afilado, Álvaro Arriaga lleva 20 años innovando en la cocina granadina
A Álvaro Arriaga se le nota que cocina desde las tripas. Tiene el corazón en el norte, el restaurante en el sur y la cabeza ... donde le da la gana. Habla como quien no quiere convencerte, pero te arrastra igual. Parece serio, hasta que se ríe con una travesura. Cocinero de precisión quirúrgica, defensor de las lentejas en los polígonos industriales, enemigo íntimo de las zanahorias y del jamón sudado en la playa. Arriaga se quita la chaqueta de chef, pero no la piel y responde como vive: sin miedo a la sal ni al folclore.
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–¿Qué hace un vasco como tú en una ciudad donde en verano hace 35 grados?
–Quizá me he equivocado, no sé. El destino. ¿Quién te dijo que estudiaras periodismo? Nadie te lo dijo y lo hiciste. A mí me dijeron, ¿Qué haces yéndote a Granada? Yo no lo sé. ¿Qué es eso que sabes, que no sabes cómo lo sabes, pero que lo sabes? Intuición. Ya está.
–¿Estás donde tienes que estar?
–Sí. Yo sabía que tenía que estar en Granada y punto. Todo el mundo me decía que estaba loco. ¿Qué haces en Granada? Tengo que estar. El destino ya está escrito.
–¿Está el destino también escrito para una tortilla de patatas?
–La tortilla de patatas con cebolla y con puerro. El puerro le aporta un sabor diferenciador. Incluso en el retrogusto te recuerda un poco al ajo. Y si la haces con ocho huevos, échale ocho. Y dos yemas más. Cuando frías la patata, la escurres y la echas en ese huevo batido, déjala quince, veinte minutos ahí. Que cuaje. El queso de cabra, si quieres, en un bocata. Pero en la tortilla... no me invites.
–¿Y algún crimen culinario que cometas en casa?
–¿Marranadas? Nada. Soy muy papista. Mi cocina está limpia, los cuchillos en su sitio. Cuando alguien nuevo entra, le digo: haz la cama todos los días, tío. Como tienes tu casa, trabajas. Todos somos espejos.
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–Imagina que no puedes comer en ninguno de los sitios que tenías en mente ¿Qué haces?
Sigue a un camionero. Te llevará a un buen sitio. Mira, de aquí a 20 o 25 años el cocinero va a ser como el lince ibérico. En peligro de extinción. Ya no se cocina. ¿Has visto lentejas en alguna carta del centro? Lo siento, pero se cocina más en los restaurantes de polígono industrial.
–¿Dónde se pierde la cocina?
–En casa. Si los niños no ven cocinar, no aprenden. Y acabamos todos pidiendo basura por aplicaciones.
–¿Por qué es basura?
–Porque para mantener el negocio, tienes que vender algo que cuesta 2 euros por 15. Porque pagas un 30% a la plataforma. Y no les culpo. No hay quien aguante eso si no es comida basura.
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–Pareces muy serio en tu trabajo. Pero va, ¿Qué canción hortera tarareas en la cocina?
–Una de Maná. Pero le cambio la letra: «Cómo quisiera poder vivir en Donosti, pero no puedo, porque tengo que trabajar...» Me la canto solo.
–¿Es muy sacrificada la cocina?
–No. Más sacrificado es trabajar de algo que no te gusta, llegas a casa y dices: ¿qué he hecho? Nada. Ganar mil euros. Eso es sacrificado. El otro día hablaba con una persona sobre qué es la felicidad. Y decía... es esto. Es un momento cuando el alma se despega y dices: ¡wow!
–Si la cocina para ti es felicidad, ¿con quién compartirías esa felicidad montando un chiringuito en la playa y quién de los dos llevaría la sombrilla?
–Con Marcos Pedraza. No habría problema en llevar la sombrilla, nos turnaríamos. Y además, conociéndole, me diría «déjame a mí». Y yo le contestaría «que te den». Pero me llevo muy bien con todo el mundo, por suerte.
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–Si tuvieras un megáfono conectado a toda Granada ¿qué dirías?
–Despertad.
–¿Alguna vez has soñado que te presentas desnudo en tu propio restaurante?
–No. He soñado que los clientes venían desnudos.
–¿Y el pensamiento más raro en medio de un servicio?
–En medio de un servicio no te da tiempo a pensar. Pero fuera de ahí sí. Tengo un niño dentro, Alvarito, que es un... travieso. La lía. Una vez escondí un coche. El tío pensaba que se lo habían robado. Otra vez le puse una cucaracha de plástico en la taza a Trini, que trabaja conmigo codo a codo. Rompió la taza del susto.
–Siendo bromista tendrás que aceptar las bromas ¿no?
–Sí, pero te pillo. Si juegas conmigo, cuidado, te espero a la vuelta de la esquina.
–¿Playa Granada o La Concha?
–Has mencionado la playa a la que más voy, Playa Granada. Voy con mi tabla de paddle a las ocho y media. Cuando llegan las hormigas, me voy. He visto barbaridades: el jamón sudado a las diez, el jamonero en la arena, pero bueno, ellos se lo pasan bien, es otra forma de vida, otra manera de entenderla, ni mejor, ni peor. En San Sebastián vas con un bocata. Entre La Concha y Playa Granada... Aquí hay mucha sal. Hay mucha pimienta. Ahí es más normal, más formal. Son diferentes. Esta es muy divertida.
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–¿Qué alimento odias en secreto y tienes en tu restaurante?
–No la odio, pero tengo repulsa a la zanahoria. No es fobia, pero no me gustan, creo que es porque son naranjas. No me gusta el naranja ni en la comida ni en la ropa.
–¿Y los erizos?
–¡Eso es una exquisitez! No me vaciles. Ahora también me vas a decir las vieiras, o los mejillones. No, no, no, eso es coral, no es naranja.
–Y a parte de tu fobia al naranja ¿Qué parte de ti solo conocen quienes te han visto de resaca?
–De resaca casi nadie. Pero tengo una parte muy profunda. Cocino con niños con cáncer, doy charlas en Proyecto Hombre. Nadie ve fotos de eso. Es como una vida paralela. Muy poca gente lo conoce. Es como estar disfrazado con una chaqueta cocinera.
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–¿Te gustaría llevar otra chaqueta que no sea la de chef?
–No. La que llevo la llevo dentro.
Última cuestión y puedes volver a ser el chef Arriaga: ¿Te sientes como en casa cuando un granadino saca la malafollá?
–Yo no creo en la malafollá. Yo creo en la actitud de las personas y me da igual aquí, que en Córdoba, o que en Ávila. Tengo que decir que el vasco por naturaleza es noble. Si no me fallas vas a tener un amigo. Si me fallas, olvídate de mí. ¿Pero qué es la malafollá? métete en la rotonda de cualquier carretera de cualquier ciudad y te vas a encontrar a la malafollá.
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