La Virgen de las Angustias, en una imagen antigua. IDEAL

Nuestra Señora de las Angustias, la reina del Jueves Santo granadino en el siglo XVI

La hermandad portaba dos imágenes, Cristo Crucificado y la Virgen de las Angustias

Miguel Luis López-Guadalupe Muñozllero

Domingo, 28 de septiembre 2025, 00:01

La característica más llamativa de las cofradías penitenciales en la época barroca era su impactante estación de penitencia. Esto ocurría con la hermandad de Nuestra ... Señora de las Angustias, que durante 333 años tuvo este carácter penitencial, es decir celebraba cultos en Cuaresma y procesión en Semana Santa, en concreto el Jueves Santo. Una procesión de disciplinantes.

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El itinerario estaba claramente señalado en las constituciones de la hermandad del año 1556. Contemplaba nueve estaciones o paradas en otros tantos templos: parroquia de la Magdalena, convento de la Trinidad, Santa Iglesia Catedral, parroquia de San Gil, convento de San Francisco (Casa Grande), parroquia de Santa Escolástica, convento de Santa Cruz la Real, parroquia de San Matías y finalmente la propia ermita de Nuestra Señora de las Angustias, actual basílica parroquial.

La forma de la procesión era, por tanto, la de disciplina pública, una práctica piadosa que siempre despertó reservas en el seno de la Iglesia, por el derramamiento de sangre que implicaba, aunque se admitía en su justo y razonable término. La finalidad de la disciplina corporal fue claramente expuesta por el arzobispo don Juan Méndez de Salvatierra: «En conmemoración de la pasión de nuestro señor Jesucristo, y también para que macerando sus carnes satisficiesen por sus pecados». Así, los cofrades, revestidos con sus túnicas y capirotes negros, se internaban en la noche del Jueves Santo en el corazón de la ciudad, llegando hasta la Catedral. La figura esencial era el disciplinante, que practicaba la autoflagelación, espectáculo que despertaba la curiosidad de una población que movía su celo religioso a golpes de sentimientos y emociones.

La hermandad portaba dos imágenes, Cristo Crucificado y la Virgen de las Angustias. El Crucificado, la obra de Pablo de Rojas que se venera en la sacristía de la basílica, fue encargado en 1582, aunque antes procesionaba otra imagen de Cristo en la cruz. Cerraba la procesión la Virgen de las Angustias, vestida de riguroso luto y con sobriedad. Acompañaban al Cristo clérigos y cantores, así como a la Virgen. Los enseres eran pocos y pobres al principio: vestimenta para la imagen y túnicas para la procesión, en torno a setenta, según se informaba al Papa en diciembre de 1584. Unos cuatro años más tarde se realizó una corona de plata para la Virgen.

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Abría el cortejo el pendón o estandarte, que era la insignia principal que representaba físicamente a toda la hermandad, ostentando el escudo del corazón de María traspasado por siete espadas de dolor. Esta insignia debió existir desde la misma fundación de la hermandad, aunque ejecutó una nueva en 1588, «por estar muy roto y viejo el que había». Se remataba con una cruz de plata. Veinte años después se sustituyó por otro, de damasco negro, empleándose el antiguo en adornar la capilla del Crucificado. El uso y deterioro de estos elementos era frecuente, lo que implicaba su renovación.

Cada Jueves Santo los cofrades se reunían en el templo a las siete de la tarde, habiendo confesado y comulgado, para comenzar la disciplina al toque de una campanilla y salir a continuación 'de la casa de Nuestra Señora', la que cerraba el cortejo entre cantos y música de dolor, a cargo de «los cantores y clérigos que a nuestro prioste y oficiales pareciere». La máxima autoridad era el prioste, que en la actualidad se denomina hermano mayor. Aunque fueran cortejos sencillos, ya en fecha temprana se observa el interés de algunos hermanos por realzar a su costa la estación de penitencia. En 1594 un mercader de especiería ofreció a la hermandad sufragar por su devoción treinta hachas de cera blanca para la procesión.

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El protagonismo de los disciplinantes sin duda fue remitiendo con el paso del tiempo, cobrando protagonismo los hermanos de luz, que acompañaban la procesión con sus cirios o hachas encendidas. Los gastos fueron creciendo. En 1606 la hermandad tuvo que tomar prestados trescientos reales para costear la salida procesional, que ese año tuvo lugar el Viernes Santo. Ya en la calle podían toparse con nuevos escollos, como era el paso de otras cofradías. El lugar más delicado por su estrechez era el acceso al Zacatín desde plaza de Bib-Rambla. En 1640 dos hermanos, que portaban el estandarte, se negaron a pasar por esa calle, provocando un escándalo que desembocó en su detención por orden del provisor eclesiástico. Calmados los ánimos, los granadinos continuaron disfrutando de la bella estampa de la Virgen de las Angustias por las calles y plazas.

Un autor diría más adelante que los granadinos consideraban una señal infausta que no saliese en procesión esta Virgen que a su paso bendecía casas y campos, y otro señalaba que eran muchos los que seguían a la imagen, pisando por donde ella pasaba, ya a hombros desde sus horquilleros desde mediados del siglo XVII.

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