Infraestructuras
Sanitex y pestiños, recuerdos de la vieja carretera a la Costa del Sol granadinaBajar a la Costa antes de la autovía A-44 podía suponer tres horas de viaje. Eso sí, se paraba en la fuente de Dúrcal, en la Venta de las Angustias de Tablate y en Vélez Benaudalla para terminar con la vista del Mediterráneo tras cruzar el túnel de la Gorgoracha
El viaje, porque era un señor viaje, entre Granada y Motril duraba tres horas. «Omás», te dicen los que sufrieron en sus propias carnes un ... periplo lleno de calor y sin aire acondicionado en medio del tedio del ronrroneo del motor y la excitación por una aventura en el mar. Tito Ortiz, cronista oficial de Granada y periodista que publica cada domingo una página con recuerdos y memorias de sus vivencias, contaba al principio de este verano con todo lujo de detalles un viaje típico de sus mocedades.
Publicidad
Medio siglo o más después, no revelaremos ahora edades ni cumpleaños, hemos arrancado nuestro automóvil en Asegra, la sede de IDEAL, y hemos buscado lo que queda de la vieja carretera de la playa y hemos realizado el recorrido con paradas obligatorias incluidas entre Granada y Motril. Un recorrido que se prolonga con cada etapa unas dos horas, más del doble de lo que se tarda por la actual autovía A-44;y algo menos de lo que costaba llegar hasta el Mediterráneo en los tiempos jóvenes de Tito Ortiz.
La experiencia es granadinamente recomendable, porque recupera alientos del pasado y permite fijar las conquistas que tardaron décadas en llegar. Asimismo descubre la geografía de la provincia con su paisaje y su paisanaje, sus pueblos y sus secretos.
Son recuerdos del pelo largo, que cantaban los Burning cual alegoría de la juventud perdida para poner la banda sonora a la de Tito Ortiz cuando se subía entre los años cincuenta y sesenta al autobús de la playa. Son también recuerdos de sanitex, pestiños y tortas reales, bebidas y alimentos de este gran viaje a la playa por la ahora vieja carretera a la Costa del Sol granadina. Arrancamos. Vamos que nos vamos.
Publicidad
Desde calle Elvira
El gran viaje a la playa empezaba el lunes en calle Elvira, escribe Tito Ortiz. «El lunes íbamos a la barbería de Agustín, en la calle de Elvira, para comprar los tiques de la excursión a la playa del próximo domingo, antes de que se acabaran. El barbero organizaba un viaje a la playa cada domingo. Primero, en los años cincuenta fuimos transportados en unas camionetas con bancos de madera, para ascender después en los años sesenta a, desvencijados autocares tapizados de escay para que hicieras ventosa durante el trayecto. Con ceniceros en los respaldos para fumar como carreteros y, ventanillas protegidas por cortinas de recia tela, para protegernos del sol durante el trayecto a Motril, que nunca bajaba de las tres horas».
Verdad verdera, el autobús atravesaba la cuidad de Granada y llegaba a Armilla, donde el cisco de tráfico era incalculable. Hoy se realiza a la vera de las vías del metropolitano y tras un rodeo para evitar el centro de la localidad se sale hacia la N-323a en paralelo a la Base Aérea de Armilla. Enseguida se ven las señalizaciones de la vieja carretera de la playa y no hay más que acelerar un poco para llegar hasta los siguientes pueblos que preceden al Suspiro del Moro, Ogíjares y Alhendín. Durante el trayecto, uno se pregunta qué pensarían al ver el trazado del metropolitano y el carril bici que recorre la vieja carretera bajo la inmensa presencia de las montañas de Sierra Nevada.
Publicidad
Tras recorrer Armilla y Ogíjares la carretera N-323a llega a Alhendín, donde desaparece para conectar con el Suspiro del Moro, lugar de leyenda que sirve de enlace entre la Vega de Granada y el fértil Valle de Lecrín. Tras cruzarlo, se retoma la N-323a en el desvío para llegar a la urbanización El Puntal y desde ahí a Padul, tierra antes de mamuts y ahora de grafitis tan grandes como los peludos animales.
Velocidad parsimoniosa
La velocidad es ahora lenta, casi parsimoniosa en comparación con lo que ocurre a unos metros en la autovía. Pronto se llega a la primera parada, la Fuente del Mono, en Dúrcal. «Al llegar a la curva de entrada a Dúrcal se llevaba a cabo la primera parada en el llamado, Pilar del Mono que, el 8 de mayo de 1902, se hizo la solicitud para poder hacer una fuente de agua cerca de la carretera, junto al puente nuevo. Este pilar es parada obligatoria de todos los ciclistas y de muchas de las personas que viajaban por la antigua carretera de Granada a Motril. Su agua es fresca durante todo el año y sus dos caños suelen estar llenos de gente con garrafas. Allí llenábamos cantimploras y damajuanas para echar todo el día en la playa y continuábamos la ruta», escribe Tito Ortiz. Lamentablemente, ahora está seca. No todos los cambios han sido, desde luego, para mejor.
Publicidad
Seguimos, tras la decepción. Ahora hay que culebrear por Talará y Béznar hasta llegar a un punto mítico, la Venta de las Angustias en Tablate, actualmente, abandonada y tan solo transitada por ciclistas. El cruce para entrar a la Alpujarra, ahora en desuso, trae mil recuerdos y quizá, añoranzas de tiempos pasados. «En este lugar, escribe Tito Ortiz, se evacuaban aguas menores, se tomaba algo fresquito o café los que no habían desayunado y, a golpe de silbato, todos a bordo de nuevo y adelante».
Un poco de misterio y tensión al cruzar el túnel de Ízbor con la vista en los dos viales que se construyeron para evitarlo que llevan a la tercera parada obligatoria antes de oler a mar:Vélez de Benaudalla. «Comprábamos los pestiños para llevar a casa. La más que acreditada fama de los pestiños veleños viene de antiguo, de su pasado árabe, secundada después por la incorporación de sus no menos afamados roscos, solo aptos para paladares finos».
Publicidad
Buenas noticias. Ahí sigue la tercera generación con Clara, Elisa y Mercedes al frente que preparan no menos de un millar de pestiños al día de forma artesanal. La fuente del Mono no da agua pero en Pestiños Conchita se mantiene la tradición. Eso sí, toca una vez más desviarse.
La preciada vista del mar
«Y de esta guisa nos disponíamos a pasar por los caracolillos de Vélez (...) atravesábamos el túnel de La Gorgoracha y al salir de él, por fin veíamos el mar al espontáneo grito de: ¡Ahí está la playa! Bajábamos por la Rambla y parábamos a probar un trozo de torta real. Su degustación era uno de los momentos más importantes del viaje a la playa».
Noticia Patrocinada
Buenas noticias, todo sigue en su sitio. Desde el túnel a la Rambla y también las tortas reales, en la pastelería de la avenida de Salobreña, con precios de 2,80 y 3,40, porque lleva hojaldre. Queda una buena sanitex fresquita, nombre de la gaseosa con que los motrileños apodaron a los grandinos. Y el chapuzón. Yla vuelta.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión