El sanedrín del Realejo no para ni en verano
Reuniones que ayudan ·
Los vecinos quedan en las terrazas para debatir ideas sobre cómo mejorar el barrio y cuentan la esencia de pueblo que aún tiene esta zonaLos vecinos del Realejo sienten el verano diferente cuando se reúnen y, con sus aportaciones, tratan de salvar el barrio. Aún no ha oscurecido cuando ... Juan llega a la plaza Carlos Cano. Es el más puntual. Se protege de los rayos del sol que aún penetran en el entorno con un sombrero, un accesorio que le acompaña un día sí y otro también. Apenas unos minutos más tarde, recibe a Carlos, Luisa, Antonio...y otros muchos ciudadanos más que habitan en el barrio desde tiempos inmemorables.
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El reloj marca las 22.30 horas, pero las temperaturas no alivian la quedada. El calor impregna el ambiente, pero no detiene su misión. Charlan, debaten, recuerdan cualquier tiempo pasado porque siempre fue mejor, pero también valoran la suerte de vivir entre unas callejuelas de ensueño. En un barrio que conocen de principio a fin, que emana historia y que cuidan y protegen como si les fuera la vida en ello.
Desde dentro
Mientras Ricardo disfruta de su bebida dialoga con su mujer Luisa, que se sienta a su lado. «Hay una nueva churrería aquí en el Realejo que me han recomendado», le dice. Planean acudir un día juntos para desayunar. No hay negocio que no conozcan en la zona. Y la forma que tienen de cuidarlo es hacer un consumo de ello. Adelina cuenta que compra siempre el pan en el mismo lugar desde hace décadas. Todos conocen los bares típicos, las cafeterías y cada uno de los parques en los que ellos mismos han jugado con sus hijos y donde los han visto crecer. «Aquí todos nos conocemos de salir, de estar en la calle», cuentan. También de las tardes en el Campo del Príncipe. «¿Quién no ha paseado por allí enamorado o ha salido a jugar con sus hijos», preguntan. Todos asienten con la cabeza y se miran con complicidad.
Tras refrescarse y picar algo, continúan con su paseo. Saborean el entorno y las vistas bajo la luz de la luna hasta que llegan a las escaleras de la iglesia de San Matías, donde se asientan y siguen con su charla para salvar el barrio. «Las dificultades y los problemas de los últimos años nos han unido», señala el portavoz de la asociación de vecinos, Juan Ruz.
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Ellos siempre han estado en contacto los unos con los otros, pero las nuevas tecnologías les permiten avisarse de cualquier novedad al instante. Lo hacen a través de un grupo de WhatsApp en el que comunican sus inquietudes y preocupaciones sociales. También alertan de cualquier movimiento sospechoso o suceso que tiene lugar en su barrio. «Nos tenemos los unos a los otros e intentamos siempre cuidarnos. Es lo que hemos hecho siempre», detallan al tiempo que dejan claro que «no hay en la Granada otro barrio tan mágico como el Realejo».
Lo sabe bien Ricardo, que nació y se crió en una zona de la capital con vistas a la Alhambra y lo cambió por el Realejo por amor. «No podía decir que no», asegura mientras sonríe. La razón permanece a su lado más de tres décadas después. A su testimonio se suma el de Carlos, que fue la medicina quien lo unió con la zona. La cercanía, la amabilidad y el encanto de sus gentes es lo que hace, precisamente, que todo el que llega siempre quiera quedarse. Lo secunda Amalia. «Aquí la gente te ve por la calle y a la tercera vez ya te saluda sin conocerte», relata.
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Como un pueblo
Quienes llevan toda la vida allí no dudan en afirmar que «tienen la suerte y los privilegios de un pueblo en pleno centro de la ciudad». «Escuchamos los pájaros cantar por la mañana y las campanas de la iglesia», cuentan. Negocios tradicionales y de toda la vida se suman a una esencia que, aseguran, el Realejo mantiene pese a los inconvenientes a los que se enfrentan. Sus vecinos están concienciados. Quieren que las futuras generaciones disfruten y vivan el Realejo de la misma forma que ellos aún lo hacen.
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