Rodando por la tierra de nuestros ancestros
Para cualquier viajero, existen cuatro tipos de lugares: los que te generan rechazo, los que te resultan indiferentes, a los que te gustaría volver y en los que no te importaría quedarte. A mí, en Orce, me gustaría pasar más tiempo. Mucho más tiempo. Ha sido un flechazo. Y me pasa pocas veces. En Cuzco, por ejemplo. O en las Islas de Arán irlandesas y en el País Dogón del Malí. Ahora, en Orce, la tierra de nuestros ancestros
JESÚS LENS
ORCE
Martes, 14 de agosto 2018, 02:08
Los próximos días del Verano en bermudas transcurren por la zona norte de la provincia de Granada. Viajo junto a mi Cuate Pepe y hemos ... cambiado de fórmula: nada de cicerones y apenas preparativos previos. Es mediodía. Salimos del Zaidín y tiramos millas, a ver qué nos encontramos.
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Decidimos hacer la primera parada en Gorafe. Circulamos por la autovía Baza-Murcia y empieza a chispear. Nos reímos de aquel chirimiri, echándolo a broma. Media hora después, mientras descendemos por la comarcal GR-6100 que conduce al Centro de Interpretación del Megalitismo y el granizo golpea salvajemente la carrocería del coche, con la carretera invadida de lodo y piedras desprendidos de los taludes; ya no nos reímos tanto.
La primera en la frente: llegamos tarde al Centro y la zona megalítica está impracticable, tras la tormenta, todo embarrado. Solo podemos hacer una cosa: seguir tirando millas. Y decimos ir, directos, a Orce.
Se lo decía al principio de estas líneas. Fue un flechazo. Y, como ocurre con los amores instantáneos, explicar las razones y los porqués resulta complicado. ¿Será por la primera impresión de la señorial almena del castillo? ¿Por el color ocre de la piedra de la iglesia? El caso es que dejamos el coche, empezamos a callejear y percibo esa sensación tan especial para el viajero: encontrarte en un lugar desconocido y sentir que podría ser tu casa.
Y ahora, hablemos de Mari Carmen, la responsable del Museo de la Prehistoria de Orce. Llegamos tardecillo, que apenas quedaban 40 minutos para cerrar. Y cuando le explicamos que todavía no hemos reservado donde dormir, nos reconviene cariñosamente: «En agosto, en Orce, hay que reservar. Y más ahora que Benito Zambrano está filmando una película por aquí...». Así las cosas, y antes de comenzar la visita guiada, Mari Carmen nos da tres o cuatro números de teléfono de posibles alojamientos para que probemos suerte.
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A su lado, un ejemplar de «Intemperie», de Jesús Carrasco. Es la novela cuya adaptación cinematográfica, protagonizada por Luis Tosar, se está filmando en la comarca. El productor, Juan Gordon, buscaba un entorno «que diera la sensación de intemperie, que hiciera creíble la posibilidad de morir a los dos días si salimos de casa y tratamos de atravesarlo». Y a fe que el entorno de la Zona Norte de Granada ofrece lo que busca. Lo que resulta paradójico, dado que esta tierra contempló el nacimiento de las primeras comunidades de seres humanos de toda Europa.
Me gusta cuando un guía te pide hacer un ejercicio de imaginación. Sobre todo aquí, tierra árida, seca y dura; descarnada y expuesta. Una tierra parda, ocre y sin apenas vegetación, achicharrada por el sol y batida por vientos inclementes. Porque todo esto, hace un millón y medio de años, fue un vergel: una zona lacustre de agua salada con hoyas donde se acumulaba agua dulce. Área repleta de nacimientos de ríos y manantiales que albergaban una fauna imposible de imaginar hoy día: mamuts, tigres de diente de sable, hipopótamos, rinocerontes, osos, una especie de caballos-cebras sin rayas y una modalidad de ciervo tan grande como un elefante. Y hienas. Hienas enormes y desmesuradas. Las hienas que eran el gran enemigo del hombre de antaño, un ser que todavía no conocía ni el fuego ni el sílex y que era fundamentalmente carroñero. Un esbozo de ser humano que sí sabía buscar los sesos de los animales muertos, por ejemplo.
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Mari Carmen nos conduce a través de un viaje en el tiempo, mostrándonos decenas de huesos fósiles de los animales más variados. E impensables, como decíamos antes. Hasta llegar a las dos piezas centrales del museo: el trozo de cráneo del famoso -y polémico- Hombre de Orce y el molar de un niño que data de un millón trescientos mil años.
Y me emociono. Lo reconozco. En este momento, me dan igual las polémicas científicas. Siento que aquí, en Orce, comenzó todo. Y que esas dos piezas son el pasaporte que nos permite viajar a un pasado remoto. Al origen de quiénes somos. Una sensación parecida, quizá más fuerte aún, que la de estar en el Valle del Rift, en Tanzania, y visitar el lugar donde se descubrió a Lucy, nuestra antepasada más lejana.
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Con todo el respeto, pero con el mismo convencimiento, Mari Carmen insiste en la importancia que, para la evolución del ser humano, tuvieron el descubrimiento del sílex y el del fuego... como herramientas para comer carne: fue el aporte de esas proteínas -recuerden cómo nuestros ancestros pugnaban con las hienas por los sesos de los animales muertos, a los que accedían por aplastamiento- el que nos permitió ser como somos, hoy en día.
La visita al Museo termina con un cortometraje sobre cómo era Orce, hace un millón y medio de años. Y me da una enorme alegría descubrir en los títulos de crédito a nombres del cine granadino como Ana Cabello, Óscar Girón, Miguel Ángel Sánchez Cogolludo o los efectos especiales de Barbatos FX. Antes de despedirnos, Mari Carmen nos da recuerdos para Carlos Hernández, el autor de la tira de Orceman que nos acompaña diariamente en IDEAL y un fiel visitante de la zona.
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Llegados a este punto, ¿cómo rematar la intensa jornada, una vez que conseguimos una habitación, in extremis? Mi Cuate Pepe y yo decidimos celebrarlo a la vez que homenajeamos al Hombre de Orce. Y lo hacemos a través de un plato de chuletillas de cordero segureño y de vino de Galera. Por lo del consumo de proteínas y seguir evolucionando como especie, más que nada.
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