Eric Jiménez posa en el cementerio, un lugar que le resulta inspirador. IDEAL

«Regalé la página de mi pasaporte a un chaval que encontré 23 años después»

No estamos tan mal | Eric Jiménez, batería ·

Eric Jiménez repasa sus anécdotas más delirantes como cuando tocaron encima de un camión mientras un río se desbordaba, y revisa conceptos veraniegos como los festivales o las verbenas, a las que no va

Martes, 20 de julio 2021, 00:43

De paisano, sin baquetas, con su cara de despistado interesante, a Eric Jiménez se le percibe el talento por el humor. Tiene gracia y no ... se cree gracioso, que es una cualidad imprescindible para que los demás disfruten de esa chispa sin empacho. Ese es su punto de artista que engancha: el hablar y hablar, rápido y atropellado y llegar siempre a un lugar inesperado, sorprendente y brillante como un golpe maestro de platillos. Además de ser el batería de Los Planetas y Lagartija Nick, ha escrito dos libros. El segundo, se llama 'Viaje al centro de mi cerebro' (Penguin Random House, 2021) y no es más que un rosario de anécdotas delirantes que tienen el poder de ser verdad y de ser cada una un viaje en sí misma que deriva en sonrisa, risa o carcajada. Eric se enamoró de la percusión en una semana santa de su infancia y aquí repasa algunos de sus veranos, menos solemnes pero más divertidos.

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–¿Cómo sería un verano indie?

–La palabra 'indie' es un invento de la industria para vender un producto, como pasa con cualquier etiqueta y como pasó también con el punk en el 77. Cualquier verano puede ser con calor si vas al sur y con frío, cuanto más al norte vayas. Conozco músicos que hacen hardcore que pueden pasar su verano visitando cementerios y otros que se van a Disneylandia.

–Los festivales veraniegos son una especie de micromundo...

–Los festivales de verano se han convertido en un paquete vacacional para jóvenes que quieren escuchar a muchos grupos y estar con los amigos. Son micromundos como cualquier reunión de mucha gente. También en la plaza del Vaticano pasa absolutamente de todo. En algunos festivales, no en todos, nos encontramos con los grupos internacionales de cabeza de cartel que siguen siendo unos tramposos firmando unas condiciones que les hacen resaltar y dejar por los suelos a quienes no cuentan con esos privilegios ni medios.

–¿Qué rol ha tenido usted en los largos viajes de furgoneta?

–Los roles en las furgonetas van cambiando. Hay uno que siempre tengo: el de comer muchas golosinas. Cuando paramos en un área de servicio me cargo de Calipos o Palotes, para hacer el viaje más dulce. También miro mucho el gps para ver cuánto queda para llegar al sitio o para volver a casa.

–¿Cuál ha sido el lugar más insólito en el que ha actuado?

–Me acuerdo de un lugar muy insólito donde toqué con Lagartija Nick, hace muchos años, era un pueblo de Galicia que se llamaba O Barco de Valdeorras. Estábamos comiendo y empezó a caer una gran tormenta, se caían los árboles, el escenario estaba totalmente inundado y el concejal de Cultura se negaba a suspender. Improvisó un escenario en un camión, tocamos allí y veíamos cómo el río se desbordaba y se llevaba los árboles y seguíamos tocando. Como cuando ves en las películas de vaqueros que hay hostias en el bar y la orquesta sigue. Era divertido porque parecía el fin del mundo.

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–En qué consisten las vacaciones de un músico.

–Un músico es un enamorado de su trabajo y las vacaciones perfectas son estar todo el verano tocando. Aunque realmente unas vacaciones son cuando logras desconectar y eso no suele pasar en la vida del músico porque siempre tiene la cabeza pensando en giras, en un disco, así que nunca descansa.

–Es el rey de las anécdotas... ¿qué le ha pasado últimamente?

–A final de primavera decidí hacerme las fotos promocionales de mi libro en el cementerio. Iba vestido de negro, con mi fotógrafa. Llevaba dos maletas, un poco interpretando que iba de camino hacia el último viaje. Al entrar me encontré a un amigo que me dio las gracias por asistir al entierro de un familiar suyo. Nos quedamos y luego continuamos con la sesión. Y otra. En un Espárrago Rock (el del 98) un chaval me pidió un autógrafo y yo estaba tan entretenido viendo a Iggy Pop que le regalé una página de mi pasaporte. Hace poco, el 26 de junio, después de tocar en Madrid, en un bar de Malasaña, se me acercó ese chico. 23 años después. Siempre me había preguntado, con Guille (mi compañera), dónde estaría ese chaval. Esta vez le firmé una servilleta.

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–¿Qué elementos tiene que tener la verbena perfecta?

–Supongo que tiene que tener mucho ruido, orquestas tocando las canciones del verano, olor a fritanga, a churros, precios muy caros y como toda gran verbena que acabe a una batalla a hostias los de un pueblo, contra los del pueblo de al lado. Por eso no suelo ir.

–Algunas entrevistas le han ido decepcionando... ¿Podría contar algo profundo para que esta no se convierta en gilipollez?

–He hecho tantas entrevistas que algunas me han decepcionado como yo he decepcionado en algunas. Me encantan las conversaciones con muchísima gilipollez. A lo que me refiero cuando no me gustan las entrevistas es cuando hay cierta manipulación.

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–Su libro viaja por su cerebro. ¿Es compleja su cabeza?

–Te puedo asegurar que mi cerebro no es nada complejo. Lo que es complejo es lo que observo a mi alrededor, lo que escucho y lo que veo. Cuando fuera hay silencio, dentro escucho mis pensamientos. Cuándo se apaga la luz, ¿dónde va lo claro?

–Pues no estamos tan mal... ¿no?

–El estar bien o el estar mal depende mucho de como tú quieras estar. Cuando estoy mal es cuando más ganas tengo de estar bien... y al final lo consigo.

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